Hay dos tipos de personas: ansiosas y depresivas. Las primeras se van marchitando según acaba el día. La falta de luz les hace sentir fuera de sitio y solo quieren refugiarse y dormir. Por la mañana, sin embargo, se levantan optimistas y ven todo color de rosa. Los depresivos, al contrario, tienen su peor momento al comienzo del día. No se les puede hablar, todo lo ven negro como el carbón. Aunque sepan que esa sensación se repite día tras día y que se les pasará en dos o tres horas, no pueden evitar que esto les suceda a diario. A medida que llega la noche, se sienten renacer y aunque el día haya sido duro, el sueño desaparece y llega su momento de claridad. Se encuentran bien. En ese momento de aislamiento y concentración, de soledad tal vez, llevan a cabo sus mejores obras y sus pensamientos fluyen con frescura y seguridad.
Un ansioso no puede tomar decisiones a la luz de la luna y un depresivo se sentirá incapaz de tener iniciativas al amanecer.
Los ansiosos tienen una meta: la alegría. Los depresivos otra: la serenidad.


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