Siempre me ha gustado ver a otras personas hacer trabajos con las manos. No sé el porqué, pero me concentra y relaja enormemente. Lo mismo me da que pinten, utilicen un destornillador, hagan un rompecabezas o cocinen. Yo les miro en silencio y me quedo traspuesto, olvido el entorno y simplemente contemplo el hacer de esas manos que tejen, escriben, arreglan o construyen.

Veo poco la televisión pero cuando lo hago me gusta encontrar programas donde puedo fijar mi atención en las cosas que otras manos hacen. Puedo incluso verlos sin sonido. Solo por el puro placer de concentrarme y vaciar mi cabeza de movimiento.

Así que allí estaba yo, viendo un programa de cocina en el que mi cocinero favorito, no por lo que hace sino por la paz que me trasmite cuando trabaja con sus manos, mostraba algunas recetas mediterráneas. Estaba esta vez en Barcelona y visitó un restaurante que llamó su atención y también la mía por el trabajo que llevaban a cabo. No se trata de un restaurante al uso. Por detrás hay un proyecto social que busca el desarrollo comunitario, la cohesión social y la inserción de las personas. Personas que llegan allí con un pasado duro, un presente endeble y un futuro incierto encuentran la manera de hacerse un camino a través de la formación, la orientación y el trabajo.

Terminó el programa y me quedé pensando en lo que había visto. Eso era un proyecto con sentido. Una muestra de cómo se pueden llevar adelante ideas que nos quieren hacer ver siempre como quimeras. Muestra evidente de que otro mundo es posible.

Mi hija pequeña andaba en esa época trotando por mundos lejanos entre las cordilleras de Chile. Allí ella trabajaba también en proyectos comunitarios que llenaban de sentido sus horas y sus días.

Cuando hablé con ella le hablé de Jamie y de Mescladis y de cómo me había gustado lo que hacían. Ella me habló de las calles y colores de Valparaíso que todos los días recorría y de la casa verde donde vivía. También del trabajo que hacía y de las gentes que día a día conocía.

Así lo dejamos, una conversación más entre continentes, estaciones y horarios diferentes.

Pasó el tiempo, yo visité más tarde las abigarradas calles donde ella vivía, los colores incontables que pintaban casas, muros y escaleras. También conocí un ínfima parte de los Andes, y una porción de desierto que todavía guardo en el recuerdo. Infinito Chile en la memoria.

Meses después ella vino a casa. Pasó aquí el verano y tuvo que decidir cuál iba a ser su camino, al menos hasta que otra bifurcación apareciera.

Decidió volver a Barcelona donde antes había estudiado. Podía seguir compartiendo el piso en el que había vivido. Pensó que su etapa allí no había terminado. Época difícil esa de buscar trabajo, olvidar Chile y habituarse de nuevo a otras gentes, otros colores y otras calles.

Sé que el final de esta historia es evidente. He dado demasiadas pistas pero el hecho es que no sé cómo ni por qué entre tantos curriculums enviados y entre tantos trabajos buscados llegó un día la llamada en la que se juntaban mi afición a ver trabajar las manos, Jamie mostrando el camino, Barcelona revisitada y Mescladis buscando a alguien que quisiera trabajar con ellos.

Yo le había dicho a mi hija que les visitara o que al menos les escribiera. Cuando supe que le llamaron, que hablaron con ella y que, ya, al siguiente día, empezaba a trabajar con ellos sentí alegría acompañada de asombro. Sentí también orgullo.

El azar es un tema recurrente en mi vida. Siempre acaba por surgir cuando menos lo esperas. Cuando llega es difícil aceptarlo como tal. Es inevitable dudar y pensar si no es más que el nombre que damos a lo que ya estaba ahí y no veíamos.

Barcelona, Valparaiso, Jamie Oliver, Mescladis, mi afición a concentrarme viendo otras manos trabajando, un curriculum vitae, una llamada, una entrevista y una nueva etapa. Ella allí y yo aquí contando con palabras lo que el azar, la ventura, el hado, el sino o el destino han decidido. Lo que el acaso, la causalidad, la contingencia o la coincidencia han señalado. Lo que la fortuna o la suerte han deseado.

Gracias Jamie por enseñarme, gracias Mescladis por el trabajo que haces, gracias a ti por hacer siempre lo que crees que debes hacer. Gracias por ser libre y consecuente o consecuente y libre, como prefieras.

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