







Siempre me han dado miedo los árboles. Representan lo que más temo: la inmovilidad. Quietos, anclados, esclavos de sus raíces. Ellas, sumergidas en las profundidades de la tierra, en la absoluta oscuridad, retorciéndose en busca de vida.
El árbol, terco, agita sus ramas en un vano intento de escapar de su destino. Sueña durante siglos con huir de la soledad que le atormenta. Gime, se enfada, se quiebra, pero allí permanece; inmóvil, imponente pero impotente al ver pasar la vida y no poder seguirla.
Sin embargo, me gustan, me atraen. No puedo dejar de mirarlos, pero respiro aliviado cuando me alejo. Temo que sus ramas me atrapen, que sus raíces me arrastren a la profunda inmovilidad de la tierra.
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