Confieso que he leído Millenium. Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire han pasado por mis manos y por mis ojos.
Confieso que me ha gustado. Han sido dos semanas de ávida lectura y entretenimiento. La historia es a veces inverosímil, se puede uno topar con errores, rastrear, incluso, incongruencias pero al final acaba por no importarte en absoluto.
Todo empezó como una prueba. No una tentación sino un reto. Quería conocer con mis propios ojos lo que yo consideraba otro deleznable éxito del marketing.
Se daba una conjunción de circunstancias: la moda de la novela negra sueca, el oportuno tema del maltrato a las mujeres y la muerte repentina del autor justo antes de ver publicados los tres libros de la serie.
De Suecia conozco poco: Ikea, el salmón, el premio nobel, las albóndigas con salsa de arándanos, Olof Palme, Borg, la sauna, Abba, Pipi Calzaslargas, Bergman y una debilidad personal: Henning Mankell. Kurt Wallander es uno de mis detectives favoritos. He seguido todas sus peripecias. Me gustan mucho los detectives inhumanos, los que son capaces de decir en la ficción lo que todos soñamos con poder decir alguna vez en la realidad. Wallander es humano, tiene carne y tiene hueso y, a pesar de eso, me gusta.
Escribo esto sentado debajo de un almendro, con el sol por todas partes y una brisa bienhechora que me adormece, que me acaricia. Sin embargo, cuando estoy leyendo y viviendo en Suecia me gusta el frío que corta la cara, la nieve que todo lo cubre, los cortos días, las largas noches. Es un paisaje que ya no se me hace ajeno. Me lo he aprendido.
Stieg Larsson tiene la habilidad de mezclar en una trepidante historia temas profundos y reales como el maltrato, la corrupción política, el deshumanizado y podrido mundo financiero con personajes salidos de un comic a los que al final todo les sale bien o mal según sean héroes o villanos.
La historia galopa ante tus ojos, se suceden lugares, personajes y tramas diferentes. Al principio te detienes, analizas y te enfadas cuando la historia no es redonda, cuando los problemas y los nudos se solucionan y se desatan de manera forzada. Luego, ya no, la historia te arrastra y acabas perdonando y olvidando esos detalles.
Mi propósito inicial, lo reconozco, era tener elementos de juicio para atacar abiertamente lo que consideraba previamente, prejuicioso que es uno, un mero producto de mercadeo.
Estaba harto de ver el libro en todas partes, sonreía al ver las caras ensimismadas de sus lectores en el autobús o en cualquier café. Cenaba con unos amigos y si se hablaba de libros alguien siempre preguntaba: ¿habéis leído Millenium? No, ni pienso hacerlo les espetaba ufano.
No se puede luchar contra el destino. El libro llegó a casa. Lo trajo mi hija entre sus manos. Yo la observé. No dije nada. Vi como leía con fruición lo que yo despreciaba. En cualquier momento libre se adentraba en sus páginas y se olvidaba del mundo.
Recordé entonces como también yo, a su edad, devoraba algunos libros que me absorbían el seso. Antes de pasar a lo que luego llamaría, tal vez soberbiamente, literatura, leí palabra a palabra con pasión inaudita libros como Éxodo, No serás un extraño, El baile de los malditos y otros muchos que no llenaron de conceptos mi joven cerebro pero que sí me enseñaron que leer era una forma de vida.
La observaba, decía, y vi como sus ojos no se apartaban de las páginas de aquellos tres libros que la tenían secuestrada. Le pregunté, me contó y por fin tomé la decisión.
Lo haré por ella, me dije a mí mismo. Lo haré también para desmontar el montaje editorial, no ante el mundo, pero sí ante aquellos que osaban preferir a ese sueco desconocido y desafortunado antes que leer las verdaderas palabras que quedan grabadas para siempre en el alma.
Dicho y hecho. Ahora era yo el observado. Era ella quien me veía siempre con el libro bajo el brazo. En el jardín, en el salón, en la cama. Me preguntaba hasta dónde había leído y sonreía cuando yo le aventuraba mis hipótesis sobre los misterios que la historia encerraba.
Hace un par de días que los he terminado y siento pena y alegría. Alegría por haber recordado los tiempos pasados en que leía Éxodo por leer y pasar un buen rato. Pena porque esto sucede pocas veces. Además, se supone que soy yo el que debe guiar los pasos de mi hija en la literatura y no al contrario.
Le he dicho que me ha gustado, que no está mal, que he pasado un buen rato, que ese es el comienzo, el paso, el puente hacia la literatura.
(No le he confesado que me lo he pasado en grande.)
Gracias Stieg.
Descansa en paz.
¿Quieres decir que eres infiel e inconstante? (es broma). Conozco bien a esta chica Sofía y me parece que hablas de otra persona. (No es broma). Lo único que me consta que ella «exige» –si es que de verdad quieres conocerla a fondo– es que vayas con ella hasta el final; que no te quedes a medio talle. Y que tengas un mínimo de confianza en ella. Es todo. Me alegra que te haya gustado el material didáctico. Sé lo que piensas de los productores. Fue un placer.