Me iba a acostar temprano. No sé por qué pero me encontraba cansado. Algo me ha hecho sentarme ante el ordenador. La costumbre, imagino. Hoy es viernes por la noche y cuando la casa se queda en silencio yo lo suelo llenar con música. He buscado una canción de buenas noches y, dejemos al azar tener su parte de protagonismo, he llegado hasta Barcelona. Corría el año 2010 y yo no estaba allí. Hoy me he asomado tarde pero ha merecido la pena. Kristian Mattson seguía allí y ha vuelto a cantar. Esta vez sólo para mi.
Hace más de dos años ya escribí sobre él. Entonces fue un descubrimiento. Hoy que lo he visto en directo no hago más que confirmar lo que entonces dije. La canción que iba a escuchar se ha convertido en casi una hora de conexión entre la música y yo. El tiempo ha volado, el cansancio ha desaparecido y aquí estoy, todavía perplejo. Sentado, con cara de bobo y en silencio. Una guitarra y una voz que llenan el escenario, que dejan volar palabras y sentimientos. Simple y directo. Nada falta y nada sobra. Sólo yo que no estuve donde tenía que estar. Nunca es tarde, es cierto, pero la melancolía es mayor según pasa el tiempo. Nunca el tiempo es perdido pero a veces uno no acaba de creérselo.
Hoy siento que dejo un gran regalo. Hoy sé lo que es ser generoso. El que tenga oídos que oiga. Y que escuche.
De nada.