Antolín se va de compras

Antolín es feliz. Ahora que lo tiene todo no se acuerda de cuando no tenía nada. Qué rápido se olvidan las desdichas cuando en la cara se tiene un sonrisa. Ya no hay penas ni perezas. La vida le sonríe. No importa que sea lunes o viernes, que haga sol o esté lloviendo. Si por un momento algo se le hace cuesta arriba, no tiene más que cerrar los ojos, pensar en ella y recordarla. Antolín vive en un suspiro permanente. Ama y le aman.

Maripuri apareció en su vida para quedarse. La vio y se quedó boquiabierto, más aún cuando ella se acercó y le habló. En un primer momento no supo qué decir. Sobrecogido, epatado. Se sobrepuso, y galán entre galanes, le respondió y le ofreció su ayuda. La acompañó al despacho que ella buscaba y mientras permanecía dentro, él rondó por allá para volver a encontrarla. Nervioso y sudoroso se topó con ella cuando se dirigía más tarde a la salida. Salió con ella del edificio, le preguntó qué tal le había ido, le dio su opinión sobre el asunto que ella tenía entre manos. Palabras, sonrisas y la proeza de invitarla a un café para seguir hablando. Desde entonces uña y carne. Bebe y le beben los vientos.

Han pasado un par de meses. Para Antolín breves segundos. En ellos ambos han disfrutado de cada minuto. Antolín ha sido hombre y poeta. Amador y amado. Servidor feliz de la niña de sus ojos. Maripuri como horizonte. Noche y día. Sol, nube y estrella. Maripuri aquí y en la lontananza. Ayer, hoy y mañana.

Hoy van de compras. Maripuri quiere que le acompañe, que le oriente, que vea con sus ojos exigentes lo que los engañosos espejos de las tiendas mienten. Él, orgulloso por la confianza, por la intimidad que se desprende, está ya en la calle esperándola. Será su consejero, su espejo sincero. No solo su amor, también su amigo. Sonríe una vez más al verla doblar la esquina.

Tiene un secreto. Nunca se lo ha contado. Odia ir de tiendas. Lo odiaba, mejor dicho. Ahora con ella seguro que es diferente. Recuerda cómo de niño llegó a pensar que su madre era una mala persona cuando conchabada con la dependienta jugaba con él en la tiendas. Qué guapo estás Antolín, cuánto has crecido, cuando te vean con este pantalón las chicas…, qué bien te queda, date la vuelta, con esta camisa estarás de un guapo subido…Antolín por dentro ardía, por fuera la ropa le picaba, le agobiaba, le humillaba. La rebelión era imposible. Sus dos torturadoras no le escuchaban. Para rematar la angustia ya instalada en su cuerpo, su madre en vez de pagar y marcharse siempre pedía un pequeño descuento. Él miraba al suelo, apretaba los puños y gemía sólo de pensar en su nuevo pantalón azul azafata. Qué haría mañana en el colegio. Cómo escondería esos almidonados cuellos de la camisa nueva. Tierra trágame, pensaba. Pero no le tragaba.

Es sábado y es una pena. Las tiendas están llenas de gente. Estoico Antolín sujeta el abrigo, el paraguas y el bolso de Maripuri. Ella, con varias prendas, está en los probadores. Está atento a su llamada. Tiene que juzgar lo que vea. No hay problema, está seguro de la sentencia. La calefacción está quizás un poco alta. Empieza a sudar, no importa. Libidinoso imagina a Maripuri en el probador y no puede evitar sudar un poco más. Suda y sonríe. Frente a él hay otro hombre. Es un poco más mayor pero también espera. Está cargado de bolsas. Tiene cara de paisaje. Se le ve enfurruñado. Mira y mira el reloj pero nadie aparece.

Antolín se siente diferente. Para pasar el tiempo sin alejarse de los probadores echa un vistazo a las prendas. Quiere parecer desenvuelto. No quiere ser otro hombre paisaje. El problema es que justo ahí donde se encuentra está rodeado de bragas, tangas y sujetadores. Los mira pero no quiere demostrar demasiado ahínco. Saca su móvil, siente calor, mira por primera vez la hora. Por fin la voz de Maripuri le trae de nuevo al mundo. No puede creer lo que ve. Maripuri posa para él con un vestido dos o tres tallas menor de lo debido. Ella no es imperfecta. Es el vestido que por ser tan apretado inventa partes del cuerpo que ella, por supuesto, no tiene. Qué tal es la fatídica pregunta. Qué bien te queda la sincera respuesta. Seguro, insiste ella. Que sí, que sí, él se reafirma. Es un poco caro. No, no, está muy bien de precio. Además se ve que es de calidad. Al final lo caro resulta barato. Si tú lo dices suspira finalmente ella.

Maripuri entrega a Antolín tres pantalones, dos blusas y algo que él no sabe muy bien para qué sirve. Los puedes devolver mientras me pruebo un par de pantalones, le pide. Y cuando vuelvas tráeme por favor la blusa burdeos en una talla más grande.

Antolín  o lo que aún se puede ver de él no sabe dónde dejar la ropa, no sabe dónde buscar las blusas y lo más grave: cuál es el color burdeos. Preguntar es lo último, se dice y comienza a deambular por la tienda cargado con abrigo, bolso, paraguas, vestidos, pantalones, blusas y un sudor que ya le empapa las piernas. Una dependienta le ve y amable le ofrece su ayuda. Antolín, sin pensarlo ni una décima de segundo, la rechaza al instante.

Finalmente, y ya un poco desesperado, deja, sin que nadie le vea, la ropa que le sobra en un mostrador vacío y huye. Como dios aprieta pero no ahoga, en un golpe de suerte, Antolín ve las blusas que está buscando. No sabe cuál es el color burdeos y listo como el hambre, lleva una talla mayor de los dos colores posibles.

Horror. Allí frente a él esta su vecina. Antolín no es antipático pero no se desenvuelve bien en las distancias cortas. Menos aún si tiene que hablar del tiempo, de pantalones o blusas. Baja la mirada y como si se dirigiera a toda velocidad a una cita ineludible huye de allí. Busca el refugio de los probadores. Nuevo problema. No sabe en cuál está Maripuri.

Perdido en ese gineceo, no tiene más remedio que mirar por debajo de las puertas buscando los pies que tanto ama. Su imagen, desde luego, no es muy edificante. Allí está él agachándose de puerta en puerta como un merodeador. Qué haces aquí fisgando, se pregunta. Por fin descubre el bello tobillo de su amada, bello incluso con calcetines. Toca dulcemente a la puerta y ella en vez de sonreír le espeta el primer dóndenaricesestabas, llevo media hora esperando. Cuando le explica su epopeya, ella incrédula le mira y le dice: no sabes preguntar o qué.

Con el vestido defectuoso, unos vaqueros con tal vez demasiados agujeros y la blusa burdeos Antolín acompaña a Maripuri hacia la caja. En el camino ella se encuentra con una vieja amiga y como si él no existiera habla, habla y habla. Vete pagando, le dice. Sumiso se acerca a la caja y es entonces cuando, después de quince minutos de espera, la dependienta con su mejor sonrisa le susurra: son trescientos ochenta euros con veinte. Lívido, Antolín saca su tarjeta, calla y paga. Se despide del portátil que tanto deseaba. Se acuerda de su madre y en un intento desesperado por salvarse saca fuerzas de flaqueza y le dice tembloroso a la dependienta: ¿no me hará un pequeño descuento?

En la calle llueve. Antolín espera cargado con las bolsas. Maripuri sigue dentro hablando feliz con su amiga. Él la recuerda ahora en su ceñido vestido nuevo, la imagina con sus nuevos vaqueros agujereados. No puede olvidar sus pies enfundados en calcetines transparentes.

Maripuri sale de la tienda y cogiendo del brazo a Antolín le propone: ¿vamos ahora a ver zapatos?

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