













Dos mil veintiuno se ha ido y como siempre que algo finaliza es muy difícil evitar echar la vista atrás. Además de una pandemia que todo lo engulle, hay hitos personales en los doce últimos meses, en los trescientos sesenta y cinco días que pusieron punto final a la arbitraria segmentación del tiempo que hemos inventado para dotar de sentido a los latidos de los corazones, a los pasos que damos, a los días y las noches que se suceden inmisericordes, que me vienen irremediablemente la cabeza. Yo nos lo busco, ellos han venido para quedarse.
Inventamos magnitudes para medir distancias, tamaños, volúmenes y por supuesto el tiempo. Artificio que nos permite mirar hacia atrás desde y hasta cuando queramos.
Eso hago hoy yo y reviso lo escuchado, lo visto y lo leído. Lo descubierto en las últimas ocho mil setecientas sesenta horas.
Lo dejo aquí como muestra de cómo yo soy cada vez más cosas, de cómo somos todos como cristales con multiples facetas. Unas más pulidas que otras pero todas partes de nosotros.
Menos es más es cierto en todo menos en cada uno de nosotros.