Llovía a cántaros. He tomado un taxi y el conductor ha hecho lo que hacen los taxistas: pontificar. La carretera está llena de estúpidos, ha aseverado.Yo, que estaba distraído y con la mente bien lejos de allí, he hecho lo que hacen los pasajeros en un taxi: le he dado la razón y he asentido levemente con la cabeza.No se ha quedado contento con mi silencio y ha exigido que le prestara más atención.Para ello me ha explicado, con la seguridad que sólo tienen los taxistas, que todos los accidentes que ocurren a diario en las carreteras son causados por esos idiotas que la pueblan.Ha interrumpido su perorata un segundo para bajar la ventanilla, tomar aire y llamar hijo de puta al conductor del coche que ha osado adelantarle.Una vez cumplida su misión de impartir justicia ha seguido con su lección magistral. Me ha llenado la cabeza con todos los conocimientos que poseía sobre el arte de la conducción y sus problemas. Yo, de natural, parco en palabras, he sentido la obligación de demostrarle lo interesado que estaba en su conferencia y, por mostrarme como un alumno aventajado, le he contado que, según los datos que la prensa daba unos días atrás,los accidentes con víctimas mortales se habían reducido de manera constante en los últimos cuatro años.En mal momento lo he dicho, puesto que su reacción ha sido como si le hubiese pinchado el alma con un hierro candente.Se ha girado levemente, me ha mirado a los ojos y me ha espetado sin un atisbo de duda: ¿usted no sabe que todos los periódicos mienten?, ningún periodista dice una sola verdad.Yo sí conozco la realidad y le puedo asegurar que cada día ocurren más accidentes.Ellos cumplen órdenes del gobierno y escriben lo que les ordenan escribir.Satisfecho al ver mi cara de asombro y más dulcemente que antes le ha llamado gilipollas al conductor del autobús que ha tenido la terrible idea de detenerse en un semáforo una décima de segundo más de lo debido.
Para no seguir hablando he sacado un cuaderno de mi bolsa y he empezado a mirar sus páginas con interés desmedido.Mi maestro, tal vez pensando que el cuaderno era para tomar apuntes,no ha dudado en seguir echando luz a mi atribulado cerebro.Si yo le contara, me ha dicho,todo lo que uno aprende sentado ante este volante.Llevo veinte años conduciendo y he aprendido más que en cualquier universidad.La calle y la carretera son las que enseñan, no los libros, que no sirven para nada.Instintivamente he ocultado el libro que llevaba a mi lado.Como un cobarde he puesto cara de iluminado y mis ojos le han pedido más sabiduría.Él, dueño ya de la situación,me ha dado tres lecciones de economía,una de filosofía y otra de lengua.Para esta última ha puesto ejemplos prácticos y se ha esforzado.Ha necesitado llamar hijo de perra a un municipal que circulaba en motocicleta y puta vieja a una mujer que cruzaba la carretera para que yo tuviera los conceptos claros.
Rendido ante tanta sabiduría he tratado de salvar la situación hablando del tiempo.El taxista, para mi asombro, era también meteórologo.Ha vaticinado que la lluvia persistiría aún un par de días y que tras ella tendríamos no dos ni cuatro sino tres días de buen tiempo.A mi no me hace falta escuchar al hombre del tiempo,me ha confesado sin rubor,nací en un pueblo en el campo y allí todos los niños aprendíamos a predecir el tiempo sin necesidad de satélites ni chorradas de esas.En ese momento le han llamado por radio. Era un colega taxista. Han quedado en hacer un alto en la jornada laboral y tomarse un café de media tarde.Te tengo que contar un par de cosas he oído que le decía mi chamán a su compañero.
Llegábamos ya a mi destino y yo pensaba, ingenuamente, que mi instrucción tocaba a su fin.Pues no,me equivocaba de nuevo.Mi benefactor, al ver a unos obreros trabajando bajo la lluvia en el arreglo de una acera les ha llamado inútiles entre dientes.No tengo nada contra los extranjeros pero es que además de quitarnos el trabajo, no saben hacer nada me ha explicado condescendiente.Más mano dura es lo que hace falta y no tanta permisividad.Yo les metería en cintura.Estos políticos son unos jodidos ladrones y unos cantamañanas.
Anodadado,en un silencio inquebrantable, he descendido del vehículo tras pagar religiosamente la cuenta.Allí estaba yo, solo bajo la lluvia, viendo alejarse al taxi y a mi maestro dentro de él. He sentido una sana envidia por el amigo que iba a compartir con él café y sabiduría.
Caminando desamparado y sin consuelo, he recordado a otro taxista que conocí nada más llegar a Londres por primera vez y que , cuando se enteró de que mi intención era estudiar inglés en una escuela, sonrió y me dijo crípticamente: es una tontería estudiar, el inglés se aprende follando.
Yo no tuve más remedio que aprender el idioma en la escuela.
PD: Al llegar a casa he quemado todos mis libros y papeles.Mañana mismo voy a ir al banco para pedir un préstamo y comprarme un taxi.Toda la vida pensando que la sabiduría dormía en los libros y ahora descubro que viaja sobre cuatro ruedas.