El término monarquía viene del griego mónos y arjein, y significa gobierno de uno. Democracia también procede del griego: demos y kratos, y se utiliza para referirse al poder del pueblo. No es necesario señalar que representan conceptos opuestos. La mayoría de los países del mundo se autoproclaman demócratas. Declaración esta que sólo se la creen los menores de tres años o los mayores de noventa y tres.

El color azul representa a los países que se consideran a sí mismos demócratas.
Este no es el tema que quiero tratar hoy. Lo que me pregunto, lo que me hace sentir un bicho raro, es desconocer el motivo por el que hoy en día, año 2008, siguen existiendo monarquías. Ya sé que se me dirá que, excepto contadas excepciones, las monarquías actuales son simplemente simbólicas y que los monarcas ejercen un papel meramente representativo y moderador. Pues precisamente por eso. Puedo entender, aunque, claro está, no lo comparta, las monarquías absolutas, puesto que su objetivo es el poder. También existen dictaduras y todos sabemos lo que pretenden. Lo que se me escapa es que necesitemos mantener, aunque sea sólo a título decorativo, una institución que representa lo contrario de aquello por lo que hemos luchado durante siglos. Me temo que alguien se soliviantará, pero he de admitir que a mí me da cierta vergüenza intelectual reconocer que vivo bajo una monarquía, por muy parlamentaria que sea.

Los colores indican países con monarquías de algún tipo.
Los tiempos cambian, lo reconozco, sé, no soy tonto, que la mayoría de monarquías actuales nada tienen que ver con lo que históricamente han representado. También sé, sin embargo, que, en España, por ejemplo, solo el varón puede suceder al rey, que el matrimonio del príncipe heredero tiene que ser aprobado por el rey y por el parlamento, que el rey sanciona y promulga las leyes, que tiene el privilegio de conceder títulos nobiliarios (estamos en el siglo XXI), que es inviolable e inmune y no tiene responsabilidad política o jurídica, que es el jefe del estado y capitán general de los ejércitos. Sé muchas cosas, pero lo que no sé es por qué esto le parece natural a casi todo el mundo. No puedo entender cómo el debate entre república y monarquía casi nunca asoma en los medios de comunicación y cómo casi ningún partido menciona este tema en sus programas. Me da igual que este no sea el problema prioritario de los ciudadanos. No estoy pidiendo huelgas de hambre ni manifestaciones multitudinarias. Simplemente quiero desentrañar el misterio de por qué la gente no se extraña de que una institución anacrónica se siga manteniendo joven y lozana en estos tiempos modernos. Puedo entender, incluso, que en el caso español, el papel jugado por el rey en la transición de la dictadura a la democracia haya sido positivo. Han pasado ya treinta años de aquello. ¿Por qué no poner punto final, agradecer los servicios prestados y acabar con este asunto? ¿Qué sentido tiene prorrogar indefinidamente este estado de cosas y hablar de príncipes herederos y de futuros reyes? ¿Hasta cuándo nos hará falta un árbitro, un moderador, un representante cuyo único mérito es la sangre? ¿Me he vuelto idiota y no entiendo nada? ¿Por qué me siento como si estuviese predicando en el desierto? ¿Cómo puede ser que el programa más visto de la historia de la televisión fuera la boda del príncipe y la plebeya? ¿Cómo puede ser la corona la institución más admirada y respetada por los españoles cuando la mayoría de ellos ni siquiera conoce ni sus funciones ni sus competencias y además se queja del dinero que nos cuesta? Debo de haberme quedado anclado en la revolución francesa. Si existe en el vasto universo algún historiador extraterrestre que esté realizando su tesis doctoral sobre la historia del diminuto planeta Tierra, estoy seguro de que no entenderá muy bien este portentoso enigma. Su pobre director de tesis tampoco podrá explicárselo. Solo podrá comentar: ¡Qué raros son estos humanos!
Ser hoy en día monárquico me suena parecido a ser caballero templario, pero sin el misterio y literatura que estos últimos tienen. Me parece intelectualmente indefendible y no muestra más que un apego a tradiciones que deberían haberse perdido en la noche de los tiempos. Me suena a complejo de inferioridad no superado. En lo más hondo, mucha gente se sigue sintiendo atraída por lo que dice despreciar: la sangre azul, la aristocracia, los privilegios y los bailes de salón. La sola idea de que alguien, por el mero hecho de ser hijo (hija no, por supuesto) de alguien, me represente, me modere, me arbitre, me sancione las leyes y al que haya que dirigirse como su majestad me produce un cortocircuito cerebral. Con los tres reyes magos de oriente ya tengo suficiente. Y eso que solo los veo una noche al año. La serenidad de espíritu con la que escribo estas líneas, pues a ello no me mueve vivir bajo el yugo de un despiadado monarca medieval, concuerda con el propósito de mis palabras: mostrar la sorpresa e incomprensión ante lo que para mí no es más que otra prueba de la incongruencia de la mente humana. Entre ellas, la mía, por descontado.

¡Viva la república! (No sé si viviríamos mejor, pero al menos nuestro historiador galáctico tendría menos dudas)
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