Uno trata de no odiar, no sienta bien y es completamente contraproducente. Es una pasión apenas gratificante. El amor puede ser devorador pero, al menos, nos permite crear un mundo único, irreal pero propio durante un tiempo. El odio, por el contrario, no proporciona ninguna ventaja. Tan solo es bilis. Solo conseguimos una úlcera de estómago. Odiar es natural pero nada práctico. Por eso somos capaces de olvidar. Recordar todo sería terrible.
El perdón, casi siempre, no es sino una versión condimentada del olvido. La frase tantas veces repetida de «perdono, pero no olvido» es más una entelequia que otra cosa. Frase que, repetida como un mantra, acaba haciéndose un hueco en nuestro atribulado cerebro. Es difícil establecer la barrera entre el perdón concedido al otro y el olvido regalado a nosotros mismos.
El que odia se consume, el que perdona no olvida y al que olvida se le acusa de inconsciente.
Controlar las emociones es, sin duda, una de las más arduas tareas a las que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida. La pasión amorosa hay que alimentarla, al odio también. Dicen que a la pasión la mata la costumbre, al odio el olvido. Ambas engullen todo nuestro ímpetu. El amor no cansa, el odio solo nos da trabajo.
¿Para qué se ama? Para ser uno. ¿Para qué se odia? Para destruir al otro. Uno suma, el otro resta.
El odio es conflicto. El conflicto no es malo en sí mismo. De él aprendemos muchas cosas. ¿Cómo resolver positivamente un conflicto nacido por el odio?
Odiar es desear el mal del otro, buscar venganza. La venganza es, casi siempre, decepcionante.
Como me he convencido a mí mismo de que odiar no me conviene, trato siempre de no hacerlo. Cierto desapego nos ayuda.
Escalones más abajo del odio se encuentra lo que no soporto. La diferencia entre ambos es que no soportar es muy llevadero. Es algo cínico incluso y no del todo verdad. Nos sirve de antídoto al odio. Es un entrenamiento que nos deja satisfechos. Dice mucho de nosotros, pero no todo. Puede además variar con el tiempo y podemos perfectamente ser injustos. Las pasiones son muy caprichosas y me permito detestar en alguien lo que en otro me subyuga.
Estoy ahora en la sala de espera de mi médico de cabecera. Como siempre, el tiempo pasa, pero su majestad no asoma su cabeza. He sacado mi cuaderno y, mientras al médico le odio, escribo una lista improvisada de lo que no soporto:
- La gente que habla en alto
- Ese amigo o conocido que te cuenta, sin que tú se lo hayas pedido, su última anécdota con pelos y señales
- Los médicos que miran la pantalla del ordenador mientras te atienden
- Los que hacen constantes comentarios mientras estás viendo una película
- Los que hacen ruido al masticar
- Los padres que ven la actuación de ballet de su hija a través del objetivo de la cámara de vídeo
- Los que dicen «pienso de que» y no son argentinos
- Los que se visten de domingo los domingos
- Las señoras que se cuelan al montar al autobús
- Los que están orgullosos de su patria
- Los que planchan con raya sus pantalones vaqueros
- Los tenderos que dicen constantemente «¿qué más?» mientras haces la compra
- Los que contestan el móvil cuando están hablando contigo
- Los que pegan porque tienen mal carácter
- Los que echan la culpa a Estados Unidos de todo aquello que les pasa
- Las dependientas que me ven muy guapo con una camisa tres tallas más pequeña
- Los que miran el dedo cuando señalas la luna
- Los que te hacen ver el vídeo de su boda
- Los que se transforman en fieras cuando se sientan al volante de su coche
- Los vendedores que dicen que no vienen a vender
- Los que utilizan constantemente los diminutivos
- Los que aparcan en segunda fila
- La gente que habla con los perros como si no fueran perros
- La gente que dice «¿qué te había dicho?» «¿qué te había dicho?»
- Los que fuman en los ascensores
- Los que hablan de libros que no han leído
- Buena parte de los adolescentes
- Los que cuando les hablas no te escuchan. Solo están interesados en ver el momento de hablar ellos
- Los hombres que llevan corbatas color salmón
- Los camareros que te perdonan la vida cuando te atienden
- Los/as teleoperadores/as
- Los que son felices los domingos por la tarde
- Los que van al cine a pasárselo bien porque bastantes problemas tenemos ya en la vida
- Los que nunca ven la televisión, solo estaban haciendo zapping
- Los que se toman todo al pie de la letra
He oído mi nombre, Dios me llama. A ver si hoy consigo que me mire al menos una vez a la cara.
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