Hace tiempo que andaba tras ella. Si el impulso existe, este es uno de esos casos. La música es parte de mí y no puedo separar mi biografía de ella. No se limita a acompañarme o a ser la banda sonora de mis pasos. Tengo sangre, tengo huesos y carne. Estoy lleno de pensamientos, de palabras y de música. Para mí es algo tan serio e importante que me subleva el consumo que se hace de ella. Una de las cosas que más detesto es llamar música a lo que no lo es. Me da igual que me digan que para gustos están los colores. Las radios y televisiones de música comercial, con sus listas de éxitos que no hacen más que promocionar lo que las discográficas pagan por promocionar, deberían estar prohibidas. No son un ejercicio libre, son puro engaño. Son llana y simplemente una estafa. Llenan la cabeza de incautos oyentes de basura, haciéndoles creer, además, que ellos escuchan lo que quieren escuchar, que son los que deciden. La mayoría de las discográficas tratan a sus productos, esto es lo que son, como mercancías. Son su invento, un puro artificio. Todo, absolutamente todo, ha sido creado; el estilo, la voz, el aspecto, la audiencia. Ofrecen nada envuelta en paquete de regalo. A esa nada le llaman arte y al incauto que toma parte de ese juego macabro, artista. Los convierten en esclavos. Sus vidas pasan a no ser suyas y les indican lo que tienen que decir, hacer, vestir, opinar y aparentar.
La música y los músicos que han llenado mis días son tan importantes para mí como lo son mis amigos o mis libros. Siempre he dicho que no tengo raíces, al menos no las siento. Me da igual la tierra en que he nacido, el país en el que vivo o los paisajes que yo no he escogido. Miento, sí hay algo que siento como propio, como raíz de lo que soy, y nada tiene que ver con patrias o banderas. La música que me ha atravesado, como los libros que me han dejado mudo, forman la única patria que siento y la única que me merece respeto.
Con el paso del tiempo, uno se va dando cuenta de que los amigos que permanecen son cada vez menos. Como compensación, los que quedan ocupan cada vez un lugar más grande. No importa que tengamos muchas relaciones, mucha vida social. La realidad es que sólo unas pocas huellas permanecen. Debe de ser que tenemos poco espacio en el alma. Con la música ocurre lo mismo. Creemos enamorarnos muchas veces, pero siempre hay una vez o unas pocas veces en que descubrimos que lo que antes llamábamos amor no lo era en absoluto. La música y los músicos que aguantan el paso del tiempo, que son inseparables de nuestros recuerdos y que nos vienen a la boca como palabras o amigos queridos son, así mismo, unos pocos. No se trata simplemente de recordar la canción que sonaba cuando conocimos a alguien, o el disco que escuchábamos cuando nos dejó nuestra primera novia. Es mucho más. Del mismo modo que uno va forjando sus ideas y opiniones, también, sin darnos cuenta, vamos absorbiendo unos sonidos, un lenguaje diferente al de las palabras, que no es necesario comprender, que nos ha hecho sentir y ver, desde dentro, de una manera especial y real todo aquello que nos rodea.
En este constante avanzar en el que hemos de quedarnos con lo esencial, cada vez ponemos más barreras de entrada a lo nuevo. De vez en cuando, a pesar de nuestros esfuerzos, algo nos sorprende cuando ya pensábamos que todo estaba dicho. Ese descubrimiento que se abre paso a través de nuestras defensas tiene el mérito añadido de ser capaz de saltarlas. Ya no somos esponjas. Nos vamos quedando secos. En esas condiciones, recibir algo nuevo que nos llene tiene que ser doblemente celebrado.
Volviendo al principio, llevaba tiempo queriendo hablar de una de esas ocasiones en que la sorpresa me ha estallado en la cara. Es una mujer, en un mundo donde los hombres marcan casi todos los caminos, una mujer joven que nació en Madrid pero que canta en inglés. Llega y no se va. Se queda y su voz revuelca en nuestra cabeza. Celebro lo que tiene de independiente, de original y de hacer lo que quiere hacer. No sé lo que le deparará el futuro. Espero que sea el que ella decida. Solo le pido eso: que nadie decida por ella. De momento, yo le he amueblado una habitación en mi alma.
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