Aquí estoy. La noche se me abalanza y sin piedad me traga y absorbe. El único sonido que llega a mis oídos es el de la lavadora haciendo su trabajo. Es rítmico y no exento de encanto. Hay quien dice que el siglo veinte será recordado por ser el de la revolución tecnológica, lo mismo que el dieciocho lo fue por la industrial. Cuando pensamos en tecnología, nos vienen a la cabeza los japoneses y sus sofisticados inventos. Somos injustos. Soy capaz de imaginar un mundo sin iPhone (perdón, Steve God), pero no concibo un mundo desarrollado sin lavadoras. No sé quién la inventó, pero merece todo nuestro respeto y más de un premio Nobel.
Esta mañana he pasado un buen rato escuchando por la radio la llegada de Benedicto XVI a Santiago de Compostela. Hombres y mujeres hechos y derechos se han pasado la noche en vela para poder conquistar el espacio de una silla para asistir a la misa celebrada por el papa. Banderas amarillas y blancas por las calles, cánticos por todas las esquinas y emoción a raudales entre los emocionados peregrinos que llegaban hasta la esquina de España para asistir al show. Un policía cada diez metros. Niebla que ponía en duda el aterrizaje del pontífice. El Papa hace milagros, ha dicho un comentarista. Así ha debido de ser, puesto que Benedicto ha tomado tierra no sin antes haber disipado la niebla.
Una vez más me he sentido de otro planeta. Entiendo que la gente, algunos, hayan hecho su sueño realidad. Comprendo que otros vean con buenos ojos el acontecimiento por la promoción de su tierra. Hay quien lo ha comparado con una actuación de los Rolling Stones. Lo que no puedo llegar a entender es el tratamiento que dan los medios de comunicación a esta visita. En un momento en el que por todos es sabido que a casi todo el mundo le importa un rábano la religión, que las iglesias existen porque se visitan como monumentos, que la edad media de los feligreses es superior a la del Papa (que no es ningún chaval) y que la doctrina de la iglesia católica ni es doctrina ni es iglesia ni es católica, se comportan como si el mismo Dios hubiera bajado de una nube para darse un paseo entre nosotros. Son tan tontos que para ganar audiencia son capaces de hacer y decir las mayores sandeces imaginables: ¡Cómo quiere el Papa a España! ¡En cinco años de papado nos ha visitado ya dos veces! Es como un peregrino más. Su esfuerzo por venir es comparable al de los peregrinos que recorren andando todo el camino de Santiago. Se respira felicidad por las calles. No sigo. Me voy a tomar una manzanilla.
Después de la iluminación papal, he tratado de trabajar un rato. Ha sido un intento inútil. El gobierno que me paga, después de hacer trescientas memorias para conseguir una subvención, ha puesto a mi disposición una nueva aplicación informática para facilitarme la vida. Desde ella, puedo enviar toda la información necesaria sin necesidad de malgastar tiempo y papeles que se acumulan encima de las mesas. Yo, contento, he tratado ingenuamente de aprovechar la ocasión y adelantar trabajo desde casa. Ha sido una experiencia penosa. Después de rellenar mil y un datos, la aplicación lamentaba no poder guardar la información vertida. Me recomendaba ponerme en contacto con el administrador. Como es sábado, debía de estar de fiesta. Al final, estaba como al principio. Tan solo me quedaba recurrir a Benedicto, pero ha sido imposible la comunicación.
Después de pulsar el botón de cancelar, ya era hora de comer. Ensalada de primero y carne de segundo. Con el estómago lleno se ven las cosas algo mejor. La tarde me ha deparado una agradable sorpresa. He ido al cine para ver la última película del iraní Kiarostami. Copia certificada se llama. Cuando la he visto, me ha gustado y a medida que pasa el tiempo, me gusta más. ¿Qué es original y qué es copia? ¿Puede una copia provocar las mismas o mejores emociones que el original? Desde este planteamiento artístico, Kiarostami nos traslada a una disección de la vida de una pareja después de quince años de matrimonio. La originalidad en el planteamiento es que la pareja que habla no es una pareja real. Se acaban de conocer, pero interpretan el papel de un matrimonio que lleva esos quince años casado. Copia u original. En el fondo, el mismo cine es copia de la realidad. ¿Cuál de los dos nos emociona más?
Un paseo tras la película. La calle llena de gente. Kiarostami en la memoria.
He visto ya en el escaparate de una librería «El sueño del celta» de Varguitas. La tentación es fuerte, pero como soy muy disciplinado, primero tengo que acabar de leer lo que tengo entre manos. El celta será el siguiente.
Todos duermen en casa. La noche se convierte poco a poco en madrugada. Incluso la lavadora está descansando. Otro sábado más que termina ante la pantalla del ordenador. Leo y escribo, escribo y leo.
El silencio lo llena ahora una hermosa canción de una hermosa película. La escucho una vez, la escucho dos veces y me quedo pensativo. La mañana, esta misma mañana, me parece ahora muy lejana. El Papa estará ya durmiendo y soñando con los angelitos. Kiarostami, no sé si dormirá, pero seguro que está copiando la realidad para emocionarnos. Yo pongo punto final y doy de nuevo al play para que Ryan cante otra vez.
Mañana será otro día. Domingo, pero otro día.
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