El día de San Juan habrías cumplido un siglo. No has querido esperar tanto. Has decidido que una bronquitis te lleve con noventa y nueve años.
No te considerabas un escritor al uso. La razón por la que escribías era volcar tus obsesiones más profundas. Si no lo hacías, morías. Borraste toda la literatura que escribiste, excepto tres novelas. En ellas diseccionas con bisturí el mal, las tinieblas, la esperanza y el sentido de la existencia.
Siempre fuiste un tipo descontento. Tu mérito consistió en resistir. Luchaste siempre por tus ideas: la libertad y la justicia social. Declaraste sentirte a menudo desamparado y triste, pero siempre resurgiste y continuaste resistiendo.
Yo te conocí hace muchísimos años. Hoy, después de tantos, he vuelto a ver tu cara, tus grandes gafas y tus pequeños ojos casi ciegos. Cuando te veía, sabía que ya habías muerto. La vida y la muerte al mismo tiempo. He sentido tristeza. Morir a tu edad es un hecho difícilmente discutible. Tu ausencia, sin embargo, no entiende de edades. Lo que me queda de ti son tus libros. Los tengo aquí delante. Los toco, los miro, leo las palabras que los llenan y mi cabeza se puebla de recuerdos. De entre todos, sobresale uno: Tú me enseñaste a leer.
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