Este año septiembre me ha regalado dos días extras de verano. Le estoy profundamente agradecido. Este año septiembre ha llegado como sabe, traicionero. La temperatura ha descendido y todo huele a otoño adelantado. Este año septiembre me ha hecho recordar, como todos los años, dos cosas: la película de Woody Allen y la canción de Chris Rea. La película expresa muy bien cómo septiembre es fin, límite y frontera. La canción, de septiembre tiene sólo el título pero la música está llena de la nostalgia del noveno mes del año.
Este año septiembre me ha pillado por sorpresa. Los días y las horas hasta ayer olvidados, han impuesto su artificial presencia. Este año septiembre lo siento pesado y profundo. A partir de mañana las noches serán mucho más cortas. Este año septiembre ha llegado de repente. Eso no se lo perdono. Este año septiembre será lluvia, lápiz y papeles. A partir de mañana tendré que cubrir mis pies descalzos. Este año septiembre, como todos los años, pasará y yo pasaré a su lado.
No es mucho lo que pido. Sólo unas cuantas palabras con las que conjurar los fantasmas malignos que me acechan en estas horas oscuras de infantiles lamentos. Una vez dichas, veré, una vez más, Septiembre, escucharé September blue, cogeré el lápiz entre los dedos, llenaré todas las páginas en blanco, me calzaré y caminaré bajo la lluvia. Echaré la vista a atrás y recordaré caminos, películas, libros, conversaciones, el vino blanco de última hora de la tarde, la siesta, los paseos y el día en que nos sentamos en la piedra caliente de la iglesia. Recordaré, sí, pero también miraré hacia delante y allá, a la vuelta de la esquina, aparecerán también días y horas memorables.
Septiembre tiene una doble faceta. Es el principio de las lluvias y el que nos recuerda que el frío está por llegar. También es el coletazo final del calor, de los atardeceres rojizos y de los días en que los rayos de sol aún calientan la piel. Como todo final, maravilloso y especial. Como todo principio, traicionero y sorprendente.
Septiembre es un mes maravilloso, al menos solía serlo en mi infancia….. ¡tampoco es que haya pasado tantísimo tiempo! Marcaba el inicio de la primavera, los ciruelos, los cerezos, los damascos y los duraznos de mi casa se llenaban de flores; llegaba el final de las horribles lluvias y heladas invernales, el tiempo de las sandalias y pies descalzos y el adiós a los zapatos apretados y las medias de lana. Al comienzo, venía el cumpleaños de mi padre, lo que garantizaba una estupenda fiesta familiar cada año. Cada cuatro años, las elecciones que producían un inevitable viaje al pueblo donde nació mi padre y el encuentro con docenas de primos lejanos, el día 18, las celebraciones de la independencia, que sólo pueden describirse como «WILD», donde el vino y la chicha corrían como ríos y aunque los niños no podíamos disfrutarlo, nos ocupábamos de dar MUY buena cuenta de las empanadas y otras exquisiteses propias de la celebración. Y, como broche de oro para despedirlo: lo mejor de todo, ¡los regalos para el día de mi cumpleaños! ¿Puede un mes ser mejor que ese?
auniveau...
Para no caer en el abismo de la nostalgia me quedaré con el final maravilloso y el comienzo sorprendente. ¿Cuál es tu secreto para sacar partido de todo? Mira que llevo años intentándolo y todavía estoy en primaria.
M,
Tu septiembre era mi marzo y además con nombre más bonito. Leído suena extraordinario.Un texto lleno de duraznos, damascos, vino y cerezas no podía ser de otra manera. Tal y como lo cuentas no me atrevo a contradecirte.