¿Tiene algún sentido el consuelo?
El consuelo se convierte en necesidad para poder superar la incomprensión que provocan el mal y el dolor. El mal y el dolor, tomados genéricamente, representan el lado oscuro de la existencia. Ante ellos tomamos dos posturas: convencernos de que sirven para algo o bien, al contrario, no verles nada útil y sufrirlos, a poder ser, en la menor medida posible.
La primera opción trata, por imitación, de seguir el esquema de nuestro propio cuerpo y generaliza el dolor como un aviso para que tomemos medidas. Si la mano en el fuego no sintiera dolor, nos quemaríamos. Análogamente, si no sufriéramos dolor moral, por llamarlo de alguna manera que lo distinga del dolor físico, seríamos insensibles y perderíamos los atributos que nos definen como humanos. El amor, por ejemplo, sólo se entiende así o sólo se alcanza y se disfruta si tiene también su contraparte.
El mal es un tema más peliagudo. El mal es complicado porque existe sólo en la ausencia. Lo bueno está lleno de atributos. El mal es la ausencia de ellos. El bueno, nos dicen, es caritativo, misericordioso… El bueno tiene llenas las alforjas de calificativos. El malo, sin quererlo, lo es simplemente cuando su mochila está vacía. No existe punto intermedio. O se es bueno o malo. El bueno tiene. El malo lo es por no tener. El bueno es un ser moral. El malo carece de moral.
Extraer algo bueno del mal es harto complicado. A pesar de ello, está muy extendida la especie de que no hay mal que por bien no venga. No sé, si soy sincero, si tal afirmación resiste el menor análisis. Aceptar que el mal y que los malos existen es demasiado duro. Aparecen de nuevo las orejas del consuelo.
Nos empeñamos en creer que el ser humano es bueno en esencia y que la maldad, por tanto, sólo es posible en mentes desquiciadas. Este es nuestro primer consuelo. Vivimos, por lo que parece, rodeados de desquiciados.
Siempre se nos hablaba de un dios creador infinitamente bueno. Por ello, la rebelión contra él provenía de la incomprensión de un ser que en su infinita bondad asistiera impasible a la diaria representación del mal en el mundo. Ante ello, sólo quedaba deducir que la libertad está por encima del bien y del mal y que por ella pagamos el precio de todos los males.
Cuando me duele una muela, acudo rápidamente al dentista (si no soy un cobarde y tengo suficiente dinero). Gracias al sufrimiento padecido, he podido evitar un mal objetivamente mayor. Cuando nos duele el alma, ¿adónde vamos?, ¿a quién acudimos?, ¿de qué nos avisa ese dolor omnipresente?
Cuando alguien padece una injusticia, sufre ante la impotencia desatada por la falta de recursos para subsanarla. Aparecen entonces la venganza y el castigo encumbrados en único consuelo. No nos engañemos. El mal, el dolor y la injusticia no tienen reparación posible. Se llevan parte de nosotros. La justicia no se alcanza por medio del castigo ni de la venganza. Ellos no reparan nada.
Castigar mal con mal no ha conducido nunca a buen puerto. Ojo por ojo, diente por diente suena muy justiciero, pero precisamente lo justiciero suele ser lo más lejano de la justicia.
El mal personalizado en una víctima, el mal sufrido de uno en uno es inmisericorde y frustrante. El mal padecido por muchos tiene, a veces, el poder provocador de la rebelión. Casi siempre, para nuestra desdicha, acaba siendo consuelo de tontos.
La naturaleza seductora del mal, la ausencia de compromisos, de voluntad y de obligaciones es lo que le hace omnipresente. El poder que confiere, al no detenerse ante ninguna barrera, lo hace irresistible.
Al mal no se le vence con bondad, sino con inteligencia. Sólo cuando concluimos que el mal no nos conviene, podemos alejarnos de su camino. Ofrecer la otra mejilla no es señal de bondad ni de misericordia, sino de inteligencia.
El dolor que provoca el mal envenena y, como no conocemos el antídoto, ideamos dioses, libertades, venganzas y castigos. Son simple consuelo.
El mal es debilidad, es impotencia, es búsqueda idiota de grandeza. Es el consuelo del débil que, gracias a él, cree hacerse fuerte.
¿Por qué seremos tan débiles?
¿Por qué somos incapaces de vivir sin consoladores?
Deja un comentario