Las tiendas, en general, las de ropa en particular, tienen la curiosa costumbre de someternos al suplicio de poner música de fondo para incitarnos a comprar más y más. Las dependientas de estos locales deberían tener un plus en sus salarios por soportar a diario ocho horas de tortura. Los avispados expertos en marketing han llegado a la conclusión de que, lo que ellos llaman música, se adueña de nuestra voluntad y nos convierte en compradores compulsivos. La inmensa mayoría de las veces los sufridos clientes hemos de aguantar, para pasmo de nuestros oídos, un daño colateral a la ya difícil tarea de decidirnos entre la talla M o la L o entre el verde pistacho o el azul turquesa. Cualquier decisión bajo los efectos del execrable efecto del chunta chunta debería eximirnos de cualquier responsabilidad y todas las tiendas que utilizan este diabólico método de enajenación tendría que estar obligada a devolver el importe de lo comprado y a pagar daños y perjuicios a todo cliente que devuelva un artículo. Hasta el juez menos capacitado convendrá conmigo en que en estas situaciones se dan todas las características de lo que los peritos llaman enajenación mental transitoria. Cualquier acto realizado en tales condiciones debería ser anulado. La capacidad de decidir desaparece. La voluntad muere bajo los efectos de esta sibilina forma de tortura.
Hoy, que además era sábado y había más gente en las tiendas que banderas en Estados Unidos o granos de arena en el desierto del Sahara, he tenido que sufrir más de la cuenta. Todo iba como de costumbre. Echaba de menos unos tapones para los oídos pero, como alumno de Don Juan que soy, soportaba estoicamente los envites del marketing. Todo tiene un límite. Yo, que soy demasiado humano, he sufrido un síncope al escuchar a un volumen cegador una versión discotequera de una extraordinaria canción de Bon Iver. El samurai que duerme dentro de mi ha desenvainado la espada y se ha lanzado, al menos mentalmente, a cortar todas las cabezas que se balanceaban al compás de la bazofia y el pecado que sonaba. Enajenado, he abandonado el local jurando que desfacería tamaño entuerto. Voto a bríos que a partir de ahora sólo compraré por internet. De esta manera, al menos, seré yo quien ponga la música para seguir tirando de mi cuenta en pay pal.
Bon Iver, te quiero pedir perdón en nombre de los desalmados que espero no sepan lo que hacen. Sé que sí lo saben pero la frase queda así más bonita. Si lo saben comenten un delito y si no también pues por todos es sabido que el desconocimiento de la ley no exime del delito. Y delito es, válgame dios, ese del que yo he sido testigo esta tarde.
Como restitución simbólica al menos, utilizo este espacio para colocar a cada uno en su sitio. A los que sólo les interesa vender calcetines o tangas que les den. A los que les queda algo de sensibilidad y sentido común les recomiendo que no compren y simplemente abran sus oídos.