El cielo es azul, casi transparente. Dudo entre cerrar los ojos o mirar por la ventana. El autobús viaja casi vacío. Primero observo con disimulo las caras de los viajeros que me acompañan. Nadie sonríe. Las caras de los viajeros siempre parecen sacadas de un cuadro de Hopper. Todos parecen solos. Yo lo estoy. He puesto mi mochila negra en el asiento de al lado para evitar compañía. La carretera corre ante nosotros creando una recta infinita. Las curvas vendrán más tarde, con las montañas. Yo no quiero que lleguen. Me gusta la línea recta. Me gusta el vacío a los lados.
Quería volver en tren pero no me cuadraba el horario. Los trenes son más literarios y el lápiz no salta por la página en blanco. Miro otra vez por la ventana. El borde de la carretera está plagado de unas pequeñas flores amarillas. Abril se está yendo poco a poco.
Estuve aquí hace unos meses. Visto desde ahora parece que sólo han pasado unos días. Recuerdo vívidamente cómo dejé esta ciudad a finales de verano. Entonces ya sabía que volvería y aquí estoy yéndome de nuevo. Las vueltas están siempre llenas de recuerdos. La ida es expectativa, la vuelta memoria. Imagino que lo mismo sucede con la vida. La juventud la ida y la vejez la vuelta. Me gustaría estar en el punto medio. La existencia como presente. Presente como destino y como punto de partida.
Me quedo pensando, mirando y recordando. Siempre acabo, de algún modo, hablando solo.
Escucho música al mismo tiempo que escribo. Clumsy card house, el azul, el gris y las caras de Hopper forman este momento.
He tenido que venir esta mañana a una reunión absurda. Hombres y mujeres preocupados. Yo me sentía muy lejos. Cada vez me cuesta más estarme quieto. No puedo poner los pies en el suelo. Ha sido breve, al menos. Luego he comido con ella. Me ha gustado. Se le ve bien, contenta. Hemos hablado. Me ha contado sus planes. Yo he escuchado. Qué poco es lo que realmente importa. Esta es la clave de todo. Tratamos de abarcar el todo y un poco es todo lo que nos hace falta. Renunciar al poco por el todo aún queda fuera de nuestro alcance. No importan las buenas intenciones. Tarea de héroes. Eso, me temo, es lo último que somos. Tal vez nuestro error es fijarnos en ellos, imaginarlos siquiera.
Me ha acompañado después al autobús y desde allí la he visto marcharse. Dando pasos siempre hacia adelante. Mi cabeza tiende, demasiadas veces, a mirar hacia atrás.
Me encuentro bien ahora. Mañana me da mucha pereza.
Según pasa el tiempo el horizonte es más cercano y, sobre todo, más pequeño. Me gusta tenerlo al alcance de la mano. El problema de lo concreto es que uno es más consciente de que puede perderlo. Es más fácil perderse en lo abstracto. Dejarse llevar. Mirar a izquierda y derecha y tratar de abarcarlo todo. El tiempo de lo concreto, de lo claro es más complicado. La elección está tomada. Ya sólo queda conservarlo. Crear, dígase lo que se diga, es mucho más sencillo que conservar. Vivir es siempre más fácil que morir. Cuando ya no hay que elegir surge el miedo. Un miedo diferente al previo a la elección. Aquí ya no hay pros y contras. El miedo terrible que ahora nos acongoja es el miedo a la pérdida y al olvido.
Cada kilómetro recorrido me aleja y me acerca. El cielo sigue siendo azul pero la luz es ahora diferente. Yo no tengo la misma mirada que tenía. Cierro los ojos y las palabras bullen, los recuerdos bullen. El tiempo impertérrito no bulle. Simplemente transcurre.
Si fuera pintor, pintaría este momento como una línea que atraviesa el lienzo. Dentro de la línea estoy yo y están el autobús y la carretera. Las palabras que se me escapan emborronarían todo lo blanco.
Levanto la cabeza y miro hacia adelante. Yo estoy quieto y el mundo en movimiento.
Dejo de escribir, cierro el cuaderno, me recuesto. Entorno los ojos y escucho.
Me resulta demasiado fácil a mi también perderme en lo abstracto. Es un lugar cómodo y seguro.
Sé que es fácil perderse en lo abstracto. Como todo, si uno lo hace voluntariamente, no hay problema. Pero demasiadas veces nos cuesta demasiado encontrar el camino de vuelta. Es cuestión de ir echando miguitas de pan por el camino.
Antes, cuando viajaba, solía abstraerme con rumbo definido… formaba parte de una práctica casi metódica que acortaba mis horas en el colectivo. Desde hace ya un tiempo -ni corto ni largo- he perdido el el rumbo de mi abstracción … Creo que he instalado en la parte de atrás de mi cabeza un switch «on/off» que activo en casos de emergencia. Esto me permite abstraeme a mis anchas y casi sin culpas. Preguntarme si es normal, o si debería replantearme si estoy haciéndome trampas a mi misma queda fuera de discusión, sólo agradezco y abrazo esta capacidad….
Lo mejor del viaje es la predisposición a aceptarlo como un trayecto por tierra de nadie. No es esperar sin hacer nada. Mi gran éxito con los trayectos es que ya no me provocan impaciencia. Mientras voy o vuelvo me importa ir, no llegar. A veces me abstraigo con rumbo y otras, las más, sin rumbo fijo. Pero lo que más me gusta es la perspectiva diferente que se tiene de todo cuando estás en ese paréntesis. Observas, piensas, divagas. Incluso, a veces, duermes pero de manera diferente. Es como una siesta en un sillón móvil. Tú estás quieto y todo está en movimiento. ¿Será la vida un paréntesis? ¿Un trayecto de ida? ¿…o de vuelta?
Es uno de muchos paréntesis, en efecto.
Tú juegas con ventaja porque ya lo sabes. Los que no lo sabemos vivimos en la duda.