La claridad de ideas es un anhelo. Nadie puede ser culpado por tener ideas oscuras, pero sí por la falta de anhelo. La opinión propia es un imperativo ético. No se puede estar siempre repitiendo lo que otros piensan. No somos otros, somos nosotros y, antes que nosotros, somos yo. La constante dejación de funciones en los demás elimina nuestro contorno de persona. Nos borra poco a poco del mapa y de la vida.
El día en que una persona toma una decisión está sentando las bases de una opinión. Es por ellas, decisiones y opiniones, por las que hemos de juzgarnos y, llegado el caso, ser juzgados. Ya no es tiempo de intenciones. Caemos demasiado fácilmente en la tentación de descansar en lo otro, sea esto lo establecido, lo cómodo, lo asimilado, la falta de riesgo, lo masticado y digerido, lo dicho y lo hecho.
Cobardes son los que no hacen, cobardes son los que no piensan, pero más aún lo son los que no hacen lo que piensan.
Buscar vivir en lugares comunes, protegido por convenciones y convicciones que no son propias sino heredadas. Buscar la paz en lo aburrido, en el grupo homogéneo, en el líder, en la falta de crítica, es un acto que nos deshumaniza y nos convierte en seres gregarios y no en solidarios, como taimadamente nos quieren hacer creer.
Me preocupa que haya gente que no piensa. Más aún, me preocupa la gente que pierde el interés en pensar.
El miedo a la idea diferente se extiende como una plaga.
En vez de pasar del yo al nosotros, hemos dado un salto hacia los otros. Ellos, los otros, se nos presentan como un grupo que acude a protegernos. Ése es el grupo que nos desindividualiza, que hace común el pensamiento, no por consenso sino por asimilación. El grupo como refugio, como descanso mental, como eliminación de problemas.
El grupo debería acoger a los que quieren colaborar en la resolución de problemas y, sin embargo, se ha convertido en familia biempensante, estado paternal o iglesia moralizante.
El individuo está hecho para participar en el grupo, para ser uno entre otros, para ser yo y al mismo tiempo nosotros. No para desintegrar lo individual en lo colectivo, no para cambiar dudas por creencias o certezas prestadas y menos para pensar pensamientos ajenos y hablar en boca de otros.
Lo colectivo se ha convertido en tentación de abandono, de no hacer, de dejar de ser y limitarnos a estar.
El hombre sin ideas no es un hombre. El grupo que vive escondido en lo establecido por temor a cambiarlo, por miedo a plantearse algo diferente no es un grupo, es un rebaño y los rebaños no piensan. Balan.
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