Los descubrimientos producen alegría pero nos vuelven egoístas. Queremos hacer nuestro lo que no lo era. Una lucha interna surge al instante. Queremos por un lado guardar nuestro nuevo secreto. Es mío y sólo mío. Deseamos, por otro, propagar la buena nueva. Dar a conocer aquello que ha conquistado nuestro corazón. No sé si nos mueve el altruismo, no sé si compartir está aún lo suficientemente arraigado en el ser humano. Sea por bondad o por vanidad, sea por lucir o por regalar, por egoísmo o generosidad, el caso es que el dilema se resuelva con la acción y no con la omisión.
Entre dar y no dar, dar. Entre hacer y no hacer, hacer. Entre decir y no decir, decir.
Compartir como imperativo moral.
Eso es lo que trato de hacer y lo que hoy definitivamente voy a hacer.
Llevo la mañana, llevo la tarde y llevo la noche con ella. Suena para quedarse. Canta ya para acompañarme. Una vez superada la tibieza humana y la desidia que acompaña al ensimismamiento decido regalar lo que a mí me ha sido regalado. Decido compartir porque es mi conciencia quien lo ha decidido.
Zaz se llama. Yo la comparto. Haz lo mismo. No podrás evitarlo.