Después de estos años, compruebo con cierto desasosiego que la vida transcurre demasiado deprisa también en la red. No importa que tengamos delante de nosotros y ordenados cronológicamente todos los pasos que hemos ido dando en este universo. De hecho, es una peculiaridad de este mundo, eso de tener siempre a la vista todo lo que hemos dicho, visto y oído. Podemos revisitar constantemente lo que hicimos, pensamos, dijimos y hablamos ya que está antinaturalmente ordenado y guardado. No recordamos sino que volvemos a vivir. En la vida en la que un despertador nos despierta y hablamos con la boca y no con los dedos eso no sucede. La memoria es la que da razón de todo y la vida según pasa adapta mediante los recuerdos la percepción actual de lo que sucedió en el pasado. En este universo físico donde todo se solapa y superpone, el tiempo campa a sus anchas por la subjetividad y cada día somos más conscientes de que no es más que un capricho humano, a lo sumo un consenso, como tantos otros, que nos permite orientarnos. No importa que los físicos nos aseguren que tanto el tiempo como el espacio comenzaron con aquella explosión primigenia que nos ha traído hasta este momento en que escribo estas palabras.
En el universo sintético de los internautas, sin embargo, el tiempo impone su sentido y su estela nos lleva férreamente atados. Todo está controlado y ordenado y cada cosa está en su sitio. El problema es buscarla y encontrarla. No utilizamos los recuerdos ni la memoria para indagar en el pasado ni para representárnoslo en el presente. La constante utilización de fechas y horas, la importancia de la cronología y el orden que existe dentro de un aparente caos hace que el peso del tiempo sea abrumador y su constante y sentido peso marca claramente su camino inalterable.
La memoria de la red nada tiene que ver con la del cerebro. La red acumula y el cerebro olvida para sobrevivir. La red se expande como el universo mientras que nuestro cerebro tiende a encogerse. Memoria ordenada y organizada frente a selección, interpretación y olvido. Palabra e imágenes frente a memorias. Recuerdos con los ojos cerrados o con ellos bien abiertos.
A pesar de todo. A pesar de tener clara la marcha de los años y los días, uno siempre, cuando llega el momento y mira hacia atrás, siente con desvelo que el tiempo, cercano o distante, abstracto o concreto se le escapa de las manos. Siente que le huye y que todo fue tan breve como un instante. Es nuestra soberbia la que nos hace pensar que nuestro tiempo, esa infinitesimal disolución de días y horas en lo infinito, permanece y dura. Cuando nos detenemos nos damos cuenta de que, como estrellas fugaces, aparecemos y desaparecemos. Sólo unos pocos ojos nos han visto. Muchos menos nos miraron. Fuimos y no fuimos. En el tiempo nadie es porque el infinito todo lo disuelve.
A pesar de todo. A pesar de lo infinito yo no renuncio a capturar mi tiempo y llevármelo conmigo. No renuncio a recordar aún sabiendo que me engaño, no dejo de mirar con los ojos cerrados lo que un día vi en vivo y en directo. No ceso de recrearme en lo que quise y quiero seguir queriendo. No abandono las palabras a su suerte y les doto de nuevo sentido leyéndolas de nuevo. Veo piel lisa donde hay arrugas, infancia donde hace tiempo que nadie juega, colores debajo de otras capas de pintura, fotografías que pesan ya más en mí que el pasado que representan, recuerdos que pueblan cada una de las cosas que toco y miro, memoria en actividad constante.
A pesar de todo, y eso lo sabemos todos por propia experiencia, el tiempo pasa volando.
Seis años hace ya que vivo entre píxeles y teclas. Seis que es más que un lustro y menos que un decenio. Seis como cantidad arbitraria que nada representa pero que como todo número redondo nos hace reflexionar sobre el pasado y sobre el tiempo. No importa que ninguno de los dos existan. A su existencia nos agarramos porque si no seríamos piedras. Las piedras, todo el mundo lo sospecha, no albergan recuerdos y el tiempo, aunque les vaya cambiando de forma, pasa por ellas sin tocarlas.
Seis años que siento y padezco, seis que llevo una doble vida sin ser espía, seis años plagados de recuerdos aunque estén cronológicamente ordenados. Seis años de palabras dichas, de imágenes mostradas que son muchas veces mucho más yo que las imágenes que veía. Seis años de personas cercanas en la lejanía. De palabras dichas y de palabras calladas. Seis años que mirados desde ahora parecen a la vez pasado pasado y pasado presente. Parecen lejos y cerca. Parecen y son tan reales como la mano que los representa en palabras y las neuronas que los guardan en sus recuerdos.
Seis años que se van pero continúan. Todavía.

Muchíiiiiiiiiiisimas felicidades por esos seis años de lanzar tus palabras, reflexiones, pensamientos y más a este mundo virtual.
Gracias. Espero que podamos seguir en contacto muchos años más.
Vecino, querido, no sé si me recuerdas o si quisieras recordarme de algún modo, pero aquí estoy, fashionably late, como ¿corresponde?. Ya que las hojas del calendario se empeñan en desparramarse a mis pies y se van acumulando como hojas secas porque, como a ellas, nunca me molesto en apilarlas ni recogerlas –me gusta el sonido que hacen bajo mis pasos– la verdad es que ha pasado más tiempo del que debería; como bien dices, dejando una estela más bien indeleble.
Quiero felicitarte por tantas cosas… por ejemplo, por haberme dado una lección de persistencia; por ejemplo por la calidad de tus escritos (que nunca he dejado de leer); por ejemplo por haber diseñado, rediseñado y vuelto a diseñar tu casa de manera que –a mis ojos– cada vez se parece más a ti y a la vez cada vez parece más acogedora: el detalle de la biblioteca, la foto que parece sacada de una vieille chanson de Brel… la nube de palabras… en fin, casi inmejorable, debo decir. El resultado sería perfecto sólo si no me produjera una cierta nostalgia que no es precisamente dulce, ya que se empeña –por un lado– en recordarme mis propias cosas y casas incompletas.
Feliz aniversario, vecino. Por los seis años y también por los que vendrán.
Te recuerdo K, la calle mojada, corriendo a la fábríca…
Yo también te quiero dar las gracias por tantas cosas… por ejemplo, por opinar. Me quedo mucho más tranquilo después de saber que la casa te parece acogedora. Me vale mucho tu opinión. Mi anterior casa me gustaba mucho y me ha costado mudarme. Me gusta, también, escuchar a Brel cuando miro ahora la fotografía.
Gracias también por no haber dejado de leer y por tu felicitación de aniversario.
La nostalgia y el tiempo siempre nos acechan. A veces disfrutamos con ellos y otras nos hacen sufrir.
Por lo demás, no te preocupes, todos somos incompletos.