Mañana de febrero en el campo. El mundo se mueve. Para mí permanece quieto. El cielo azul de los últimos días se ha esfumado. Nubes blancas, nubes grises y negras lo ocultan. Alguna gota de lluvia se escapa de ellas. También algún rayo de sol se deja ver entre rendijas.
Salgo de casa y camino. Camino en un mundo desierto. Ventanas y puertas cerradas, jardines dormidos. Tierra oscura, hierba oscura. Sólo algún almendro llena de luz el mundo gris, verde y pardo. Ni asomo aún de amarillo.
Sigo el camino de los peregrinos. No llevo bastón ni mochila. Tampoco horizonte. Sólo un paso tras otro escuchando el silencio de final de febrero. Ayer mismo parecía que la primavera llegaba para quedarse. Hoy el invierno amanece de nuevo. Pelea por ser.
Camino deprisa, respiro, huelo, escucho y miro. No pienso. Un kilómetro tras otro. Pasos que siguen a otros pasos. Yo también me hago sendero, camino, invierno y tiempo. Me fundo en los colores, en la tierra, en el campo. Me hago transparente. Estoy y me desvanezco. No quiero pensar y no pienso. No quiero recordar y no recuerdo. Quiero ser sólo camino, paso, estela. No hay destino.
No dura mucho el embrujo. Atravieso un pueblo. Una mujer va camino de la compra. Otra, sentada en un banco de piedra, parece mirar hacia dentro. Dos niñas juegan a la pelota. La torre de la iglesia las observa en silencio. Sólo unas mujeres dan vida a las piedras. Los campos inanimados. Nadie trabaja. ¿Será que en febrero la tierra aún duerme?
Ver a esas mujeres, niñas y mayores, me ha hecho recordar la casa que hoy he dejado vacía. Hace unos días llena de pasos y voces. Hoy, esta misma mañana, llena tan sólo de ecos. ¿Seguirán allí una vez que he cerrado la puerta? ¿Quedará algo de mí, tan siquiera?
Paso que ya no es tan sólo paso. Paso que se convierte en palabra y pensamiento. Camino ahora lleno de recuerdos, nostalgia y esperanzas. Pasos acompañados de cosas, símbolos y nombres. Ya no soy yo desvanecido, disuelto entre colores de invierno. Soy ahora yo que miro un paisaje, que toco una piedra, que piso la tierra, que pienso sin poder evitarlo pues soy pensamiento. Pienso lo que fue, lo que pudo ser, lo que es, lo que será y lo que nunca será.
Si alguien mirase ahora me vería a mí en el camino. Mí, me, yo. Destacando sobre el blanco y gris de las nubes, el verde de la hierba y el ocre de la tierra.
Mañana de febrero que encierra en ella, milagrosamente, la quietud y la vida. El ser y la nada.
Mañana de febrero que comenzó inmóvil, ajena al tiempo. Ahora ya está despierta, se mueve, camina lentamente hacia su fin sin darse cuenta.
Mañana de febrero como todas las mañanas y todos los febreros. Indistinguibles por fuera. Irrepetibles por dentro.