Cosas que pasan

A. me contaba no hace mucho tiempo que ella ya sabía lo que tenía que hacer para hacer las cosas bien. El problema era que una voz dentro de ella le decía: no lo hagas, déjalo, y ella muchas veces obedecía. No quería hablar mucho ese día, había cometido el error de no fumar el porro de antes de entrar a clase y se encontraba un tanto agitada.

S. me decía el otro día que su novia le había dejado, ese era el motivo por el que traía los brazos llenos de cortes y heridas. También, me confesó, llevaba tiempo tomando muchas más pastillas al día de las que su psiquiatra le había recetado. Cuando le pregunté si había hablado del tema en su casa me dijo que eso era imposible ya que ahora vivía solo, sus padres están separados y cada uno vive con su nueva pareja. Eso sí, muy amables, a él le han dejado un piso para que se corte los brazos y se llene el estómago de pastillas. Por añadir algo positivo me tranqulizó dicéndome que llevaba un mes sin probar la cocaína.

R. acaba de cumplir dieciocho años y ya no puede vivir en el piso de acogida donde residía. Quiere seguir estudiando pero tiene que trabajar para poder pagar un piso que aún no tiene y que, seamos sinceros, es muy difícil que tenga. Estos problemillas los supera con una dósis de protagonismo digna de figurar en el programa de estudios del Actors Studio. El único incoveniente es que ya nadie le soporta. Ni en el piso, ni en la clase ni en las entrevistas de trabajo que a veces, me temo, se inventa.

L. siempre está leyendo. Entre clase y clase, por los pasillos, a todas horas. Es muy amable cuando te diriges a él y tiene una sonrisa perpetua en su cara. Lo que no cuadra es que con veinte años siga ensimismado con Enid Blyton y que, cuando le preguntas algo, siempre sonría y casi nunca conteste. Lee, pero solo balbucea respuestas incongruentes. Todos sospechamos que nunca podrá terminar los estudios que está haciendo. Y después, ¿podrá seguir leyendo?

T. y E. han venido como otros muchos de muy lejos para tratar de buscar aquí nuevos horizontes. Estudian sí, pero necesitan trabajo para poder quedarse en el país. Trabajo legal con contrato y esas cosas que todos creemos que existen pero luego son como Papá Noel o los Reyes Magos, promesas inexistentes, ilusiones vanas que les colocan al borde del abismo de quedarse sin futuro, es decir sin nada. En estos casos el presente no vale por mucho que nos esforcemos en defender que es lo único que importa.

K. ha terminado ya los estudios. Ha estado haciendo prácticas en una empresa y todo ha salido a pedir de boca. Bien los estudios, bien la experiencia en la empresa. Ella vino con sus hermanos de un país del norte de África. Son tres, dos chicos y una chica. Los padres quedaron allá. Ahora que K. se ve capaz de organizar su vida se encuentra con que ya se la han organizado. Sus amables hermanos varones la han invitado, con no demasiada cortesía, a volver a su país, a casa con sus papás. Ella no quiere pero ellos ya le han dicho que es necesario que vuelva. Allí le está esperando el que será su marido. Están muy extrañados de que ella no salte de alegría y ofendidos e indignados de que no agradezca cuánto se preocupan por ella.

A A. le toman el pelo, no todos, sobre todo algunos. Se meten con él, le insultan, se aprovechan con astucia de la dependencia que A. tiene de ser el centro de atención a pesar de que sea a costa de ser humillado. Parece un esclavo feliz, oximoron que en este caso es cierto. Eso sí, si alguien que no sean sus dueños osa meterse con él ellos le defienden a capa y espada. Lo que es mío no se toca, parecen pensar con toda lógica. Cuando hablas con A. y tratas de explicarle su situación y el mal que le hace se ríe y te dice que son sus colegas, que no entiendes nada. Cuando hablas con los abusadores, cuando les amenazas, cuando les lees el capítulo treinta y seís del Régimen Disciplinario, cuando les mandas a casa y les pides una mínima reflexión, te miran y te compadecen. Ellos, no tú, son la verdad y la vida y ellos, por tanto, los únicos que pueden administrar justicia.

E. es violento y él lo sabe. Los demás, cualquiera, tenemos que pagar los problemas que le causa la vida. Tiene derecho a dejar explotar su ira porque el mundo es injusto con él. No importa que tú no tengas nada que ver con ello. Hay compañeros que le tienen miedo. Él lo sabe y se aprovecha de ello. Hoy estoy simpático pero mañana reviento y no te pongas en medio, será tu problema haber estado en el sitio incorrecto.

U. no habla con nadie. U. nunca habla en alto. U. nunca responde con algo más largo que un monosílabo. U. te sonríe y asiente. Negar es más complicado, puede requerir explicaciones. U. hace muchas cosas bien pero en silencio. Las que no sabe hacer, las que no entiende quedan perdidas en el limbo. También he probado a escribirle y he conseguido que pase del monosilábico sí a la oración compuesta de acuerdo.

O. lo sabe absolutamente todo. Es además macho y se siente alfa. Se trate del tema del que se trate él opina, él comenta, él dicta desde el pedestal que le da su sabiduría y por supuesto su hombría. Disfruta derrochando saber ante las damas. Las mira desde arriba, las instruye. Mi obligación como profesor es, por supuesto, no humillarle, aunque no caer en la tentación me cueste la vida, pero sí colocarle en su sitio, ponerle bozal, hacer que agache las orejas y que sepa que el mundo gira en torno al sol y no en torno a su divina persona. Qué pruebas tan difíciles nos pone la vida.

S. mete la pata muchas veces cuando habla. Su lengua es más rápida que sus neuronas y eso provoca que lo que dice, lo que pregunta deje atónitos a sus escuchantes. Ella tarda en darse cuenta pero lo hace y entonces sufre. Es consciente de que quiere y no puede y aceptar esto le transtorna. Es muy duro comprobar que aquello de que querer es poder es una frase bonita, inspiradora pero incierta. Conocer los límites de cada uno está bien, nos define, pero eso no hace que evitemos echar de menos lo que sabes que hay más allá de la frontera.

L. es lista pero es mala. Le gusta imponer su criterio. No importa el precio. Calcula, planifica y ataca. En el camino quedan las víctimas. Daño colateral. Ese concepto lo tiene muy bien aprendido. Parece que ser colateral hace que el daño sea menos dañino. Si lo colateral se impone al dolor causado, mal vamos. L. por descontado, no está de acuerdo.

También está E. que vino del este, fue acogida por una desconocida, estudia y ahora tiene la oprtunidad de trabajar y conseguir los papeles que le hacen falta para quedarse. El otro día se echó a llorrar porque no le salía un ejercicio que yo le había puesto. Le dije contento, porque es cierto, que no se preocupara porque lo iba a hacer bien seguro. Es buena la confianza cuando la sientes. Es buena porque cuando la sientes, la transmites.

También I. que no pudo terminar el colegio. Le dijeron que no valía, que no podía. Volvió después a estudiar y hoy está pensando ya en un futuro cada vez más cercano en el que se ve capaz e independiente. Ha superado todas las barreras que le pusieron.

También O., E., S., L., A., y otros y otras más que intentan y consiguen sacar partido a las oportunidades que tienen, que imaginan cómo quieren que sea su futuro y mientras tanto aprovechan a tope su presente.

LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOE, LOMCE, LOMLOE

En España ha habido ocho leyes educativas en los últimos cuarenta años. A nadie parece darle vergüenza. Con cada mayoría parlamentaria se cambia la ley sabiendo que en cuanto otro partido pueda hacerlo, eliminará la anterior ley para crear una nueva.

Mientras tanto en las aulas siguen pasando cosas, cosas que parecen no preocupar a los que, sentados en sus despachos, juegan a sentirse importantes diseñando leyes a las que incluso se atreven a llamar por su nombre. Para ellos y ellas son solo cosas que pasan.

Si una ley necesita consenso esa es la educación. Debería ser obligatorio tener una ley que al menos dure una generación y debería ser obligatorio también encerrar a todos los miebros del parlamento hasta que no den a luz a una ley consensuada. No sería mala idea tenerlos a pan y agua mientras se estrujan las mentes y arriman sus partidarios hombros.

Es bonito hablar de educación desde el púlpito. Bregar todos los días con los problemas causados por incompetentes no lo es tanto. Lo aseguro.

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