El honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de dios.

Calderón, el pobre, creyó hallar la verdad última y lo cierto es que solo dijo estupideces. El honor, como gloria o buena reputación por las acciones heroicas, debe ser llamado simplemente coherencia y debería ser cualquier cosa menos un acto heroico. Cumplir los deberes respecto al prójimo o ante uno mismo debería ser simple consecuencia de nuestra condición de seres libres. El honor no es parte del alma, puesto que sabemos, aunque no queramos creerlo, que el alma no es más que una entelequia con alas en la que nos gusta refugiarnos cuando no podemos entender o soportar lo que somos. No debemos dar por hecho, aunque nos guste hacerlo, que dentro de nosotros vive algo espiritual e inmortal que nos da vida y ya nunca se extinguirá. Dios, por último, duerme lejos de nosotros y no atiende ni responde por lo que hacemos o por cómo nos comportamos. No descarguemos en él lo que simplemente es nuestra responsabilidad. El honor no está, en modo alguno, ligado a dios y dios no es quien dicta las normas que deben guiar nuestro comportamiento. Somos nosotros quienes lo hacemos y ya basta de mirar hacia arriba para justificarnos; miremos dentro, que es donde se encuentra el origen y la consecuencia de nuestros actos y decisiones.

Somos libres, somos iguales. Solo nos falta ser fraternos para completar el cuadro. Lástima que parece otra entelequia de la que, por definición, no se puede hablar, pero con la que cínicamente se nos llena la boca todos los días hasta empacharnos.

El honor es patrimonio del hombre. Dejemos que el alma vuele en paz y a dios que contemple su obra desde infinita distancia.

Somos libres aunque no nos guste y prefiramos atarnos a dios, al destino o al alma. Somos iguales a pesar de que nos empeñemos en cerrar los ojos y no verlo. Deberíamos ser hermanos, pero no lo somos. Ese es nuestro gran pecado, no venial, pues así lo sería si dependiera de dios, del alma o de las estrellas. Es un pecado mortal, pues libres e iguales nos negamos a considerar al otro como lo que es: nosotros. Mientras sean ellos, seguiremos eternamente buscando la explicación en el honor, en el alma o en ese Dios, con mayúsculas, inefable.

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