El maniático y sus manías

El ser humano es maniático por naturaleza. Hay más manías que habitantes del planeta. Todos tenemos una buena colección. Algunas de ellas son graciosas, otorgan un cierto encanto a nuestra personalidad, son marcas distintivas que nos diferencian de los demás. Nuestros amigos y conocidos sonríen con cariño al rememorarlas. Otras, sin embargo, nos cuestan sudores y lágrimas. Las llevamos a cuestas como una pesada carga que no podemos quitarnos de encima.En algunos ocasiones llegan a convertirse en auténticas patologías que hacen insufrible nuestro día a día. Liberarse de estas últimas es como renacer y recuperar la libertad. Pensemos, por ejemplo, en los maniáticos  del orden o la limpieza. Son conceptos en los que todos coincidimos en considerarlos  positivos y necesarios pero que en la cabeza de un maniático se transforman rápidamente en obsesiones,donde el orden y la limpieza se convierten en un fin y no en medio para hacernos la vida más agradable. El ordenado y el limpio acaban por no hacer ni dejar hacer nada para no desordenar o ensuciar y consecuentemente acaban siendo unos intransigentes no sólo consigo mismos, sino, y lo que es más grave, con los demás. Convivir con ellos se hace insufrible y los que los padecen buscan el libertinaje más allá de las fronteras de su ordenado mundo.

No todas las manías tienen que ver con conceptos más o menos elevados como los mencionados anteriormente. En las manías y obsesiones particulares también hay clases. La mayoría de ellas no nos definen sino que muestran de nosotros aspectos bastante ridículos y por ello tendemos a ocultarlas, simular que no las padecemos y obedecer a su imperativo mandato en solitario cuando sólo nuestra abochornada conciencia está presente. En esta categoría las posibilidades son infinitas y cada uno, si escarba en su interior, puede reconocer y citar varias de ellas. Hay quien se levanta con el pie derecho, quien cuando se rasca el brazo izquierdo debe rascarse también el derecho para alcanzar la paz. Otros caminan por la calle contando los pasos que les separan de la siguiente farola o no pisan las baldosas negras aunque esto les cueste soportar miradas de estupor de los otros viandantes. ¿Estará el grifo bien cerrado? ¿Habré dejado la luz del salón encendida? ¿Sonará el despertador a la hora adecuada? El mundo se divide entre las personas que ante estos interrogantes son capaces de darse media vuelta y seguir durmiendo y los que imperativamente, y obedeciendo una llamada más fuerte que la de selva, han de levantarse para comprobar lo que en el fondo saben que no necesitan comprobar. Estos últimos se levantan, aprietan el grifo tanto que ni el increíble Hulk podrá mañana abrirlo, encienden la luz del salón para ver si está apagada y revisan el despertador como si de un microchip de última generación se tratara.

Comprobar que todo está en orden, que el gas  está apagado, está bien.Vigilar si tu hijo respira cuatro o cinco veces cada noche empieza a ser, no nos engañemos, preocupante. El problema de las manías es doble. Por un lado, el que las padece no sabe el motivo de su padecimiento y prefiere someterse al irracional rito diario que se le exige que enfrentarse al dominio de sus obsesiones. Por otro lado, los que conviven con el obseso comienzan riéndose de sus peculiaridades pero acaban padeciendo las consecuencias de su maniática conducta.

Otra característica de los maniáticos es que no se contentan con una o dos solamente. La necesidad de manías aumenta exponencialmente y con el paso del tiempo coleccionan un número inimaginable de ellas. Convierten de ese modo su vida en un rito perpetuo, en una ordalía constante, en un eterno retorno a la cadena sin fin de su privada colección de obsesiones maniáticas. Se encuentran en un túnel del que no pueden ni saben salir y cuando por fin ven una luz al fondo la apagan para ver si estaba encendida.

Si preguntamos a un maniático por qué hace lo que hace, no obtendremos respuesta. Ni él mismo lo sabe. Es como un oximorón programado que hace lo que tiene que hacer y punto. No hay entonces encanto en las manías, aquello que nos encandilaba cuando le conocimos, pierde ahora toda su gracia y nos saca de quicio.

Dicen que las manías se acrecientan con el paso de los años. Esto, indudablemente, no habla mucho en  nuestro favor. En vez de ir liberándonos de lo innecesario con el paso del tiempo, resulta que acumulamos más y más basura a nuestras espaldas. ¿Seremos todos unos neuróticos? ¿Será que cuando ya hemos satisfecho nuestras necesidades materiales nos da por desarrollar manías que ocupen nuestro tiempo?¿Necesitamos cumplir con ritos  mecánicos que tranquilicen nuestro espíritu?

Preguntas y más preguntas. ¿Tendremos alguna vez respuestas? Yo no lo sé, pero mientras tanto voy a comprobar unas cuantas veces si el ordenador está encendido y si el comienzo de esta entrada sigue estando en su sitio.

46 comentarios

  1. Uffff, cuan identificado me siento con todos los comentarios, y por sobre todo con la nota. Tengo 30 años, soy de Argentina y las manías azotan mi vida de manera agresiva. Siento que, con mis obsesiones, no encajamos en la sociedad «normal». Loco por la limpieza, no puedo ver tierra en un mueble, en el televisor, marcas táctiles en mi celular. El piso de mi casa lo repaso 2 veces por día, me tomo el trabajo de ponerme a gachas y mirar de «refilón» si efectivamente no existe tierra o marcas. Tal es mi obsesión con todo que ya se ha convertido en motivo de discusión diario con mi pareja, es obvio que el enfermo soy yo. Mi auto no lo saco cuando llueve, cuando hay humedad o simplemente está nublado, si el pronóstico revela mal tiempo para los próximos días entonces le pido el auto a mi papá y ensucio el de el, mas de una vez lo he lavado de madrugada porque, lógicamente, no tolero verlo sucio tampoco aunque no sea mío. Las llaves de las luces tienen que estar todas parejas, los adornos todos en su mismo lugar y sincronizados de mayor a menor tamaño, los cepillos de dientes igual, el jabón tiene que estar en su sitio bien centrado. A la hora de dormir es otro tema, las sábanas están sujetas tan fuerte que a veces hasta reniego de no poder entrar, me meto debajo de ellas imitando una hoja dentro de un sobre, jamas tirar hacia arriba… si me saco la ropa automáticamente debo ponerla en el placard, al terminar de bañarme seco azulejos y grifería, los platos los lavo y enseguida los seco y los guardo. En fin, he notado que no puedo vivir de manera tranquila, pero tampoco me siento a gusto siendo desordenado, no imagino mi vida sin mis manías. Todo esto me ha dejado problemas con la sociedad ya que, por mi obsesiva limpieza, todos dicen que soy una mujer. Allá ellos.

    Excelente nota! saludos a todos los obsesivos!

  2. Hola Martín,
    El mundo, por lo que parece, está lleno de maniáticos. Tú, por lo que cuentas, ocupas un lugar destacado entre ellos. Yo lucho denodadamente por vencer las manías que considero «esclavizantes». El resto me las permito y las llego a considerar como un toque de distinción.
    El que no se consuela es porque no quiere.
    Gracias por la visita y el comentario.

  3. Por favor necesito una ayuda, tengo dos meses de casado, me vine de mi pais y me encuentro con este problema, es similar al que esta relatando, lo estoy viviendo con mi esposo.
    Que debo hacer? amo a mi esposo y necesito ayudarlo. Tenemos el problema donde vivimos que no hablamos el idioma para acudir a un medico.

    Muchas gracias por su valiosa ayuda, necesito ayudar a mi esposo, porque deseo conserver mi matrimonio.
    Gracias gracias

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