Memorabilia

Mi hija, la pequeña, vive ahora en Chile. Ella siempre sigue sus pasos. Sigue el único camino que le puede llevar a la libertad, no sé si a la felicidad: la consecuencia. La libertad es condición necesaria para la felicidad pero no su garantía. Esa, ya es su pelea.

Cuando me preguntan por ella, yo, muy orgulloso, hablo de su originalidad, de su alegría y de lo fiel que trata de ser siempre consigo misma. Ahora está lejos y en mí se mezclan orgullo, pena y envidia. Alegría y tristeza. El nido vacío siempre es sinónimo de esperanza y nostalgia, de temor por todos los miedos que la imaginación imagina y confianza por todo lo que sé que ella es capaz de hacer realidad.

Acabo de volver de hacerle una visita y todavía tengo mi corazón en Valparaiso, mis ojos en Santiago y mis recuerdos recorriendo el desierto de Atacama.

Han sido doce días de caminar, mirar y hablar sin descanso. Doce días llenos de colores distintos, de gente, de calles y caminos, de ruido, de silencio y paisajes que aún me dejan boquiabierto. He pisado las calles de lo que fue Santiago ensangrentada, he cerrado el puño ante el recuerdo de Allende, he subido por cerros imposibles, he visto lo que Neruda veía desde su ventana y, sobre todo, he estado en el desierto como nunca había estado. He visto amanecer junto a volcanes nevados, he visto anochecer en el azul pacífico, he mirado ríos de sal y he pisado paisajes lunares y desolados donde he palpado la soledad y la belleza. He vivido cada minuto del día como si no existiera ni el antes ni el después y eso es lo que queda en la memoria. Esa sensación es superior al simple recuerdo. Estoy allí y aquí al mismo tiempo.

Ahora que los doce días han pasado y que estoy solo en casa, que busco las palabras justas y necesarias, que trato de recordar con el corazón y la cabeza, vuelvo a sentir cómo dependo de los recuerdos, ellos son la vida y a pesar de ser hoy y ahora, también es ayer y todavía. Será cosa de la edad que nos transforma, será lo que sea pero es tan cierto como doloroso sería el olvido.

Han sido doce días de caminos de tierra, de horizontes infinitos, de mercados de colores, de personas amables, de cafés en terrazas soleadas, de mar siempre a lo lejos, de cordilleras a izquierda y derecha, de todo lo inmenso y de todo lo pequeño. Los Andes a un lado y nuestros pasos por cerros y quebradas tan juntos y llenos de vidas incontables al otro. Han sido días de caminar juntos, de hablar, de chocolate superocho y de pastel de choclo. Han sido días llenos desde la mañana hasta la noche. Han sido de nuevo, doce días memorables.

Ella está allí a diez mil novecientos cincuenta y tres kilómetros de distancia. Ella está allí seis horas atrasada en el tiempo. Ella está allí construyendo día a día su vida, llenándola de sentido. Con amigos y amigas en una casa verde como la de Varguitas, con su parque y con sus plantas, con sus niños y niñas, con sus fotografías, rellenando con palabras el cuaderno que juntos compramos una tarde de domingo en una imprenta mágicamente abierta. Ella está allí viviendo su vida como no puede ser de otra manera. Ella volverá, espero, y si no, yo pisaré las calles de Chile nuevamente.

Deja un comentario