Cojón de mamut

Son las siete menos cuarto de la tarde.***** ha comprado zanahorias para dárselas a los conejos de la tienda de animales. El parque está plagado de niños. Unos comen desodorantes con sabor a manzana, otros, simplemente los piden. La mujer de al lado cuenta a su compañera de columpio que su hermano trabaja en una empresa muy importante de energía nuclear. Esto lo dice en alto, y, bajando la voz, añade, que su otro hermano es policía municipal. Un niño pasa a mi lado en su triciclo y casi me tritura los dedos de mi pobre pie derecho. Levanto la cabeza y miro alrededor:madres que persiguen a sus hijos con la merienda entre sus manos, algún padre despistado y un columpio que pasa volando a dos centímetros de la cabeza de un niño abandonado: «Ya  has comido un huevo kinder, no pidas otra cosa. Mañana que es fiesta compraremos más». El niño impertérrito hace caso omiso y un par de minutos después vuelve con un cojón de mamut (sic). Llegan las abuelas y abuelos, ellas por delante y ellos por detrás, repitiendo misteriosamente las frases que pronuncian: «vamos, vamos,no te muevas, no te muevas, bien, bien, hace bueno, hace bueno, ahora le toca al otro niño, ahora le toca al otro niño…» y así hasta el infinito.

Una niña rubia con abrigo floreado insiste en ofrecerme su balón para que juegue con ella. Yo le regalo mi mejor sonrisa y hago como que me concentro en lo que estoy haciendo. No sirve para nada. La niña me observa, me analiza desde su microscopio. Yo no se que decir en estas situaciones. Su madre me salva y le dice: «Deja al señor tranquilo» y yo me ofendo porque me llama señor. Y aún me ofendo más cuando la madre se sienta a mi lado en el banco presta a iniciar una apasionante conversación sobre si la brisa que se ha levantado es fresca o no. Miro el reloj, pero el tiempo está ahí, atrapado. Esto parece el día de las marmotas.

Balones, cuerdas, minimotos, patines, bicicletas, diábolos y un largo etcétera componen el armamento con que los niños aterrorizan a las pocas palomas que quedan vivas.

Las mesas del bar están ocupadas. Yo me quedo sentado en el banco rodeado por este ejército minúsculo. El aire sí es ahora fresco. Busco entre la gente a ***** para ver si se apiada de mí y viene en mi ayuda. Parece que sí. Nuestras miradas se cruzan. Le miro. Me mira y deja de jugar a alturitas para venir corriendo a mi lado. Yo con cara de cansancio y fingiendo estar aterido de frío le digo ocurrente: «¿Vamos a casa? «Ella me mira comprensiva y con sus ojos bien abiertos me dice. «¿Puedo comprarme un cojón de mamut?»(moraleja: Nunca digas no cuando va a ser que sí) ***** vuelve con un cojón para hoy y otro para mañana. Como es fiesta.

Humillado, bajo la testuz, y sigo escribiendo muy interesado. Para reafirmar mi autoridad le digo :»Cinco minutos más y nos vamos». ***** asiente, sonríe y se va corriendo. No se por qué, pero creo observar un atisbo de ironía en su sonrisa. Sumido en mis pensamientos continúo con lo que estaba haciendo, hasta que oigo la voz de un niño preguntando: «Señor,¿me puede decir la hora?». «Ya estamos», pienso, miro y el reloj y digo: «Son las siete menos diez».

4 comentarios

  1. Lo del desodorante lo conocía pero lo del cojón de mamut me ha tirado de espaldas. Chuches aparte, la situación no es tan mala: parque, niños. Al fin y al cabo suena a joven.

    Hay etapas peores, casi todas asociadas a la madurez:
    – Sentarte a descansar porque estás acompañando a tu madre en su necesario paseo diario en su residencia (aunque a ti no te toque todos los días); la señora de al lado no te habla de brisa y si lo hace es para valorar el riesgo que corre o no corre por exponerse a ella; o te comenta la última novedad en pañales para adultos (puaj).
    – Volver a casa y que a nadie le interese ni le importe nada tu vida.
    – Mirarte al espejo y no reconocer en ese rostro que te mira tu yo agazapado en el fondo de un alma que hace tiempo que no siente el aliento de la vida.
    – Acostarte cansada y sentir al pronto que el sueño se aleja, que te está vedada la bendición del descanso.
    – Sentir el peso de la mediana edad.
    – Darse cuenta de que la travesía de la vida puede haber sido un error.
    Buenas noches, dulces sueños.

  2. Ahora que estás dormida, si no se te ha escapado el sueño, aprovecho para
    convertirme en tu espejo.Ese que te ve cada día cuando tú lo miras.No importa lo que tú ves sino lo que él mira.El ve a una mujer de mediana edad,
    que se plantea si la travesía de su vida ha sido un error.Si pudiera hablar te diría que plantearse cosas, hacerse preguntas es un síntoma de vida, que volver a casa es no haberse quedado en el camino, que si te acuestas cansada es porque tu mente está activa, que si el descanso no llega es porque tienes inquietudes y que si no te reconoces, si no sientes el aliento de la vida es porque buscas fuera lo que tienes dentro.Si el espejo te viera ahora, todavía despierta, te diría: buenas noches y dulces sueños.

  3. P. Sherman, calle Wallaby 42, Sidney era la frase que repetía una y otra vez Dori en Nemo. Yo, como Dori repito «…si no sientes el aliento de la vida es porque buscas fuera lo que tienes dentro»
    En serio, me ha resultado revelador. Mil gracias.

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