Último día de clase. Me he dejado embaucar por los alumnos y hemos pasado la hora hablando de la Navidad. He dejado los libros sobre la mesa y, cambiando los papeles, me he dedicado a escuchar.
A está nerviosa porque mañana vuelve a la República Dominicana para pasar unos días con su familia. Recuerda las navidades de su infancia, siempre acompañadas de sol y calor. Sin embargo, en su cabeza está siempre la nieve que no conocía. B no puede viajar. Los tiempos están difíciles y no hay más remedio que quedarse en casa. Su corazón está dividido entre su nueva vida aquí y los recuerdos de un pasado reciente que la llevan, quiera o no quiera, a Rumanía, que olvida y añora a la vez. Recuerda los regalos que recibió de niña, los paisajes que hace tiempo no ve y a su abuela que permanece viva en su memoria. Niebla poblada de los olores de los postres que ella preparaba. C nos cuenta cómo una víspera de Reyes en Colombia se fue a la cama, sospechando pero sin querer saber. Apretó los ojos para no ver. Vio, sin embargo, las figuras de unos Reyes sin barba y sin capa, cargados de paquetes. No dijo nada y siguió pensando que la realidad era un mal sueño, que los ojos engañan y que aquella niña no había visto absolutamente nada. D nunca ha celebrado las navidades. En Kazajistán la religión y las costumbres son otras. Sus navidades son las que ahora, como espectadora, vive aquí. Quiere entender pero no entiende nada. Santa Claus en las películas, abetos por las calles y en las ventanas, misteriosos Reyes Magos de Oriente que se acercan, pesebres, mulas, y una estrella en lo alto. Frank Sinatra celebrando la nieve, la palabra zambomba y El Corte Inglés. E las escucha sorprendido porque, para él, la Navidad no supone distancia. Siempre ha estado donde le enseñaron que debía estar. Sus recuerdos no viajan en el espacio. Un poco, tal vez, en el tiempo. Habla de turrón, de anuncios de televisión, de su casa llena de gente, de ruido, de la mesa ocupando toda la habitación y de aguantar el sueño. Días especiales en los que está prohibido dormir. Nunca ha pensado en la distancia sino tan solo en el tiempo.
F, G, H, I, J, que soy yo, escucho en silencio. Los ojos mirando hacia afuera y también hacia adentro. Todos los recuerdos que le llenan la cabeza están poblados de niños. Sin ellos no hay Navidad. En unos está él. Escribe una carta con su mejor letra, ayuda a poner la mesa, juega con sus primos a la pelota en el largo pasillo de su casa, saca de una enorme caja el belén que con paciencia infinita había construido su abuelo. El recuerdo más claro es su casa. Esa casa que es la misma, la de siempre, pero que es otra diferente. En otros aparecen otros niños y se le ve a él cortando leña, encendiendo el fuego, poniendo luces en un árbol y disfrutando siendo Melchor, Gaspar o Baltasar mientras otra niña cierra los ojos para no ver. La memoria es traicionera, pero es lo único que nos queda. Nos engaña, y estamos encantados de que lo haga.
La Navidad es tramposa. Nos hace recordar, pero también pensar. La Navidad permite convivir a Colombia, Rumanía, la República Dominicana y Kazajistán. Papá Noel, los Reyes Magos, Santa Claus, la nieve y el sol. El turrón, las lentejas, las uvas, la familia y su ausencia. El belén, el árbol, las luces de colores, el papel de regalo y El Corte Inglés. Los niños que fuimos y los que ya no volveremos a ser.
La Navidad es fría y caliente, sincera e hipócrita, triste y alegre a la vez. La Navidad es un anuncio de Coca-Cola, mil doscientos perfumes, artificio y verdad. La Navidad es memoria, propósito de enmienda, sonrisa y soledad.
La Navidad, despojada de atributos, no es blanca ni alegre, no es pasado ni presente. La Navidad, como todo, depende de nuestra voluntad de ser.
¡Feliz Navidad!
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