Todo el mundo que la cuenta dice que esta historia es cierta. Yo digo que es mentira. Por eso es más bonita.
Septiembre se adentraba en el otoño. La casa comenzaba a llenarse de nuevos colores. David aprovechaba las últimas horas de luz para trabajar en el jardín. Ése era su mundo privado. Allí, entre sus flores, nada ni nadie le molestaba. Su cabeza se llenaba sólo de olores y colores. Su viejo perro era su único testigo. Observaba sus labores tumbado en su rincón preferido. De vez en cuando, se desperezaba, se levantaba y daba un pequeño paseo olisqueando el aire de la tarde. David, como todos los dueños de perros, tenía la manía de hablarle como si el viejo chucho fuera a entenderle. Acababa de cortar una rama de un arbusto, llamó a su perro para lanzársela pero no recibió respuesta. Se olvidó de la rama y del perro y siguió con sus asuntos.
Al cabo de una rato el perro apareció y sigiloso se puso a escarbar en el suelo. David lo miró y, al ver su empeño, se acercó con curiosidad. El perro continuaba afanoso su tarea. Al sentir la presencia de su amo, en vez de recibirle alegre como de costumbre, gruñó molesto por su presencia. David se dio cuenta de que tenía algo oculto en la boca. El perro, ansioso, seguía cavando la tierra, y, cuando vio que su amo se apartaba, depositó su tesoro en el agujero. David descubrió entonces la causa de sus desvelos. Se trataba de un pájaro muerto. El color amarillo le llamó la atención. Sujetó al perro por el collar y se acercó para observar al animal muerto. El perro, nervioso, trataba de impedírselo. Fue entonces cuando comprobó con horror que se trataba del canario de su vecina. No cabía duda.
Maldijo a su perro y a su maldita costumbre de husmear en casas ajenas. Ella, la dulce abuelita que vivía al lado, adoraba a su pájaro. Siempre lo tenía con ella en el jardín. La jaula en el porche mientras ella permanecía sentada a su lado sin parar de hablarle. ¿Cómo rayos había podido su perro sacar el canario de su jaula? Encerró como pudo al perro en el garaje. Se acercó de nuevo al diminuto cadáver, lo tomó en sus manos y comprobó extrañado que no había rastro de sangre. Lo limpió con cuidado y sin pensarlo dos veces se dirigió al jardín vecino. No había nadie. Dentro de la casa una luz estaba encendida. Llegó hasta el porche y comprobó que la jaula estaba allí, como siempre. Sólo que ahora estaba macabramente vacía. Miró a un lado, miró al otro, abrió la puertecita de la jaula y depositó al canario en ella. Se fue tan rápido como había venido. Al llegar a su jardín sintió un profundo alivio. Se sentó y pensó que era mejor así. No quería ser responsable de la desgracia de su anciana vecina.
Un rato después tapó con tierra el agujero que el perro había cavado. Lo sacó del garaje y los dos entraron en la casa.
David se preparó la cena, vio un rato la televisión y se fue a la cama. Se durmió según puso la cabeza sobre la almohada.
A la mañana siguiente, David encontró a su perro tranquilamente dormido junto a la puerta de la cocina. Parecía haber olvidado el incidente del día anterior. David se tomó el primer café de la mañana, se duchó, se vistió, se despidió del perro y salió de casa camino del trabajo. Cuando pasó junto al jardín de su vecina vio la jaula en el porche, pero, desde donde estaba, no pudo distinguir si el canario seguía dentro. Sintió pena por la abuela pero se convenció una vez más de que había hecho lo correcto. Hubiera sido peor contarle lo ocurrido.
Iba a cruzar la calle cuando la puerta de la abuela se abrió. La hija de su vecina apareció en el jardín. Esto le pareció extraño ya que ella casi nunca iba a visitar a su madre y menos a esa hora de la mañana. Ella le vio y le saludó. Su semblante era muy serio. David, por educación, se acercó y le preguntó si ocurría algo. Ella caminó hasta la entrada del jardín y le contó que su madre había muerto. Un ataque al corazón había acabado con su vida. David se quedó perplejo. Sabía que la madre era mayor pero parecía gozar de una salud excelente. La hija le contó entonces que el día anterior su madre le había llamado muy apenada porque había encontrado a su canario muerto en la jaula. Ella misma lo había enterrado en el jardín. Como parecía estar desconsolada, decidió ir a visitarla. La encontró muerta en el porche junto a la jaula del pájaro.
Lo extraño era que el canario estaba dentro de la jaula.
No entiendo tu concepto estético de las historias. Mataste a la abuela e hiciste que el protagonista se sienta culpable por el resto de sus días y a eso le llamas «BONITO»???
Quizá me perdí de algo, puede ser. Claro, está muy bien escrita, como es de esperarse en este blog, pero ¡por dios! Para empeorarlo todo, adviertes que es mentira…. por eso, lo peor de todo es que posiblemente sea cierta, aunque sea en tu propio universo y aunque sea un recurso literario.
Me sorprende lo que dices. Jamás se me había ocurrido que este tipo de historias se podían interpretar como tú lo haces. Nunca pensé, al escribirla, que lo importante fuese la muerte de la abuela. James Bond tiene licencia para matar. El humor (¿negro?) también.
NUNCA comento el punto importante de tus entradas.
No tengo humor negro, sólo gris, sólido y pesado como una roca de granito.
En este caso lo importante era el desenlace y todo lo demás estaba a su servicio. El humor es, tal vez, el único ámbito donde el fin puede justificar los medios. Es por eso que el humor puede tanto tender puentes entre las personas como derribarlos.