Quietos. Quién sabe si vivos o muertos. Qué es un libro cuando está cerrado. Son sus páginas blancas o negras.
Ayer, como otros tantos ayeres, me detuve a contemplaros y recordé sin tocaros las miles de horas que hemos pasado juntos. Lomos, portadas, títulos, nombres y colores. Unos al lado de otros. Unos encima, otros debajo, y yo, en silencio, recordando.
Mi casa está llena de libros y de historias. Siempre estoy tratando de ordenaros. Ejercicio vano que, aun y todo, siempre estoy acometiendo. Libros en las estanterías, encima de la mesa, en la mesita de noche, en la cocina. Libros por todas partes. Libros que pueblan espacios, tiempos y recuerdos.
Ayer os miré, otra vez, primero de lejos y luego uno a uno, de cerca. Miro más veces las paredes forradas de libros que a través de la ventana. Cada uno sois uno y todos juntos yo. Qué sería de mí sin vosotros. No sería yo. Sería otro. Un completo desconocido. Cada libro es una elección y cada elección me conforma.
Ayer quise veros desde fuera. Juntos y cerrados, únicos y unidos. Es agradable contemplaros. A pesar de ser todos conocidos siempre hay alguno que escapa de la memoria y aparece de nuevo como un hijo pródigo. Lo cojo, lo abro y me pierdo, una vez más, en su mundo de letras.
Ayer jugué con la cámara a veros de otra forma.
Recuerdos de recuerdos.
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