Cuatro de febrero. Llueve y el horizonte no existe. La niebla se interpone. Estoy volviendo a casa y esas cuatro tímidas letras se me antojan más acogedoras que nunca. Las calles están casi vacías. Sólo se ve algún que otro ser humano refugiado bajo un paraguas. Es un día solitario en una ciudad desierta.
El cielo está mojado. La niebla me deja entrever el mar por un momento. Hoy viste de verde y su color destaca entre el blanco y el gris que lo envuelve y lo engulle. Veo a unos hombres trabajando. Limpian las aceras. Parecen querer limpiar con agua el agua de la lluvia.
Hoy es cuatro de febrero y es lunes. Los lunes son días antipáticos y febrero lo es entre los meses. He dejado alguna cosa sin hacer en el trabajo. He decidido terminar en casa. Allí, rodeado de mis cosas y de mis luces, será más agradable.
Es terrible darse cuenta de que hay días que sólo existen para ser tachados. Esa imagen, la de un calendario en el que vamos tachando los días, es la imagen de un vida sin sentido. Tachas hoy y tachas mañana, esperando siempre un día sin mácula. Días que llegan para luego irse. Días que se van para no volver. Viernes al final del lunes como toda esperanza. Verano detrás del invierno. Mientras tanto, seguimos tachando los días, matando las horas que ya nacieron muertas. Días y horas oscuros y grises. Como éste.
Hoy es cuatro de febrero, es lunes y llueve.
Escribo ya desde el martes. Sigue lloviendo. El horizonte es hoy menos difuso. Los colores son los mismos pero yo soy diferente. Alcanzo a ver, allá, a lo lejos, un rayo de luz que lucha sin tregua por permanecer. Estoy volviendo también hoy a casa y el camino se me hace más caritativo. Un hombre a mi lado lee concentrado las noticias en el periódico. Sé, aunque él no lo sepa, que, de vez en cuando, mira con disimulo lo que escribo. Inútil esfuerzo. Mi letra es indescifrable. Una mujer descansa rodeada de bolsas de la compra. Parece perdida en sus pensamientos. Está aquí, frente a mí, pero está también muy lejos. Creo que no le gustará volver a sus bolsas y a sus prisas.
Ahora ya es de noche. Escucho la lluvia golpear en los cristales de la ventana. Todo lo demás es silencio. Tecleo estas casi quinientas palabras y pienso en estos días que a pesar de grises ya no volverán.
Cuántas horas de nuestra vida pasamos fuera de ella. Nuestra mente es, a la vez, cárcel y válvula de escape. Horizonte y frontera. Ella nos retiene, guarda todas nuestras obsesiones. Ella, también, nos libera. Puede ser, al mismo tiempo, el suelo que pisamos o imaginación desbocada. Mente que me ata y que me deja volar por los recuerdos o por los vericuetos de un futuro incierto.
Hoy es martes. Mañana será miércoles. Será también un día lluvioso. Yo volveré a casa. Estos son los días que no volverán. Estas son las horas de nuestras vidas.
Las letras, hermosas y sugerentes. La música…. bueno, me quedo con la original. Txs.
You’re welcome. La original está en el origen. Pero ya conoces mi debilidad.
Ditto.
Hoy es viernes, vuelvo del trabajo, no como siempre, nada ha sido como antes. Vivo febrero en el sopor de una cuidad con río marrón. Sin embargo, este viernes me ilumina, caminé nueve cuadras pensando en llegar y reencontrarme con este espacio, propio, simple, lejano sin ser extraño.
Hace días que el verano anuncia su pereza y los insectos han dejado de molestar. Mis plantas (nuevas amigas) no se quejan por mi falta de atención, la naturaleza sigue su curso.
Y yo, de pie, otra vez, me emociono ante las bellas palabras y lo que ellas despiertan en mi, más alerta que nunca.
oops! demasiado tiempo sin comentar? debo admitir que me atrajo la idea del anónimo…
Hoy es sábado y no he trabajado. Dos novedades: tu anónima aparición y la nieve que cae por primera vez en el año. Las dos buenas. La nieve tiene eso, que al ser infrecuente es casi siempre bien recibida. Al menos por un día. Tu comentario me une al verano que para mi está todavía muy lejos.
Me alegra mucho saber que estás ahí. Alerta. Pensé que te había tragado la tierra.
Las plantas nunca se quejan. Si lo hicieran sería siempre demasiado tarde.
Yo tampoco lo haré porque al contrario que con ellas, nunca es demasiado tarde.
No me ha tragado la tierra, sucedió algo bastante menos natural. Una mañana de lluvia en el mes de octubre, y una desanimada mujer al volante me dejaron con unos cuantos huesos rotos, la incapacidad de escribir y el desgano de leer… Ante el estupor que produce un accidente (y los dolores!) me abstraje necesariamente.
De todo se aprende, a la fuerza. Mi mente dio vueltas hasta encontrar un lugar más confortable : He cambiado de auto (por razones obvias) He cambiado de morada (por razones no tan obvias) He cambiado.
Mi reacción al leerte, sin embargo, sigue intacta.
Y yo pensando que habías huido. Y yo pensando que un capricho te había llevado de estas páginas. Perdón, de antemano, por mi ligereza.
Espero, al menos, dos cosas: una, elemental, que el dolor ya sea sólo un recuerdo y la otra que el tiempo de convalecencia haya sido productivo. El cambio no sé si es productivo pero sí sé que es sinónimo de vida. (De hecho es el eslogan preferido de todos los partidos políticos). Siendo que tú eres una persona y, por tanto, mucho más importante que un partido político, espero que tu cambio no se quede en un eslogan.
Salud!