Febrero y el invierno van muriendo. El frío y la lluvia persisten en su empeño de quedarse. En la ciudad, desierta, según la veo ahora, todo es agua, gris y viento. Las gotas de lluvia chocan con los cristales, los árboles parecen encogerse ateridos y de los coches sólo llegan las luces que atraviesan la furia del agua.
Pienso en mi casa y llegar se me hace imperativo. Quiero ver morir febrero a través de la ventana. Quiero que la música haga callar al viento. Quiero que las luces iluminen el gris del cielo.
El invierno va terminando pero parece luchar por no marcharse. Yo, detenido, le digo adiós y al mismo tiempo ya le añoro. Invierno de quietud, invierno de paréntesis. Mantas, colchas y edredones. Libros, chimenea y té caliente.
La primavera a la vuelta de la esquina. Ya no estoy tan seguro de quererla.
El invierno que se me queda. Invierno que contemplo. Luz sin luz. Fotografía.
Febrero vacila. Yo le invito a sentarse.
Agua, frío, nieve, sol que no calienta. Blancos, grises y, a veces, azul transparente.
Tanto tiempo deseando olvidarte para finalmente anhelarte.
Febrero que se muere entre soledades. Invierno que se escurre entre los dedos. El sol que anuncia su victoria. Yo me conformo con contemplar la lluvia en los cristales.
Febrero ya casi inerte.
Febrero.