Somos un aleatorio grupo de genes. Somos entes reconocibles por características personales que hacen que seamos apreciados por quienes nos quieren o despreciados por aquellos a quienes no gustamos. Entre los genes primigenios y las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida nos vamos formando como individuos. El azar juega un papel principal en el desarrollo de cada uno de nosotros. Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. Negar esto es negar la evidencia de que la mayor parte de las cosas que nos llevan en una dirección u otra son debidas a causas azarosas. No es menos cierto que nuestras decisiones hacen que aumenten las probabilidades de que algo suceda y de que este hecho, se parezca por tanto, en mayor medida, a la decisión que habíamos tomado.
Nacemos por azar, nos formamos tratando de doblegar la fuerza de ese azar que todo lo transforma a través de decisiones con las que intentamos que las probabilidades de que algo decidido suceda. Sin tomar decisiones no tenemos probabilidad alguna de no ser llevados de un lugar a otro por el azar sin conciencia que todo lo maneja. Querer no significa obligatoriamente poder pero si es condición sine qua nom para alcanzar un objetivo, o al menos de aumentar las probabilidades de que ese objetivo se cumpla.
La voluntad tiene siempre que luchar en contra del azar. El azar es el mar y la voluntad el barco que trata de sortear la marea que nos lleva. Izamos las velas con cada decisión que tomamos. Si así lo hacemos aumentaremos la probabilidad de llegar al puerto deseado.
En el camino, más allá de éxitos o fracasos, nos iremos haciendo individuos, seres diferenciables los unos de los otros, que gracias a sus particulares decisiones serán amados por unos e ignorados por otros.
El azar es el medio. Nuestras decisiones son el mensaje. Ellas son las probabilidades de construir caminos en ese medio sin leyes que nos permitan llegar allá donde queramos. Cuantos más caminos construyamos más yo seremos y menos genes. Más mensaje y menos medio.
El azar y los genes no son dignos de afecto. Los individuos sí. El azar no comete errores. Los individuos sí. El azar no quiere, los individuos sí. El azar todo lo envuelve pero no es nada. Los individuos somos infinitamente pequeños pero individuales, diferentes los unos de los otros. Únicos. Eso nos hace grandes, al menos a ojos de aquellos que nos quieren. Vivimos con la certidumbre, o aunque sea la esperanza, de que los afectos los logran los individuos y no los azares.
La probabilidad de que el próximo año sea mejor que este depende en buena parte del azar. Podemos incrementar dicha probabilidad si tenemos la firme voluntad de que nuestros deseos se cumplan. Los deseos se cumplen no confiando en el azar sino tomando decisiones.
¡Feliz año dos mil veintiuno! Que el azar, la probabilidad, la voluntad, el deseo y las decisiones que tomemos nos acompañen.