El universo soy yo

La arena, el agua, el cielo, los edificios y el vasto mundo que se intuye más allá de los límites de nuestra mirada no son nada si lo comparamos con lo que bulle en la cabeza de esa diminuta figura que pasea bajo un paraguas en medio de la solitaria mañana. El universo entero cabe dentro de ella y la vida existe porque en ella está la consciencia de su existencia. Sin sus ojos no habría lluvia, ni nubes, ni el mar sería gris ni el cielo estaría dando paso a la luz de la mañana. Dentro de esa cabeza está la vida y no en las piedras, ni en el aire ni en la ola que viene y va sin saber tan siquiera que se mueve. En esa cabeza insignificante viven todas las palabras dichas, todos los recuerdos que nos hacen y todo el futuro que nos queda por hacer. En esa cabeza desconocida están todas las personas porque solo ella les da vida al reconocerlas. En esa cabeza existimos y no en la tierra, en el aire, en el fuego ni en el agua. Ellos son porque nosotros decidimos que sean, ellos son porque les hemos dado nombre y los nombres todos están dentro de esa cabeza que siente la lluvia caer, el aire que la enfría, la arena bajo sus pies y la luz que da forma a todo lo que hasta entonces permanecía a oscuras.

El universo entero está dentro de nosotros y no importa si cerramos los ojos pues ahí sigue infinito y eterno mientras lo pensemos.

Las piedras, el agua, la arena, los imponentes edificios, el sol y la lluvia, el día y la noche no son absolutamente nada si no paseamos entre ellos una mañana de noviembre y los pensamos, los sentimos y los decimos. Tampoco serán nada si no los recordamos.

El universo soy yo y fuera de mi no hay nada.

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