Escucho una entrevista con un músico que ha grabado la voz de los cachalotes. Parece ser que son capaces de emitir sonidos. Esos sonidos son el nombre de cada uno de ellos. Con esos sonidos se reconocen. Tal vez así se sientan más de uno. Sin ellos no serían nada.

Las palabras son tanto que sin ellas dejamos de ser algo para pasar a ser nada. Las palabras son tanto que lo son todo. ¿Qué es algo que sólo podemos mirar? ¿Es siquiera posible preguntarse por algo si no tenemos palabras? ¿Se puede sentir en silencio? Cuando escucho música, por ejemplo, siento e inmediatamente pienso, reflexiono sobre aquello que siento. Sin concepto no hay sentimiento. Sólo lo que nombro existe y lo innombrable, por definición, no existe, ya que no lo puedo nombrar. Palabra y sentimiento conviven en nosotros, pero uno lo hace gracias al otro. ¿Existen realmente la alegría y la tristeza, el amor o el dolor sin un concepto previo de tales emociones?

Decir, contar, narrar, pensar, reflexionar, hablar sólo son posibles gracias a las palabras. El ser humano lo es gracias a ellas. Sin ellas desaparecemos en la ausencia de conciencia. Sentirse culpable, arrepentirse, ser consciente de uno mismo es imposible sin conceptos que las palabras han creado previamente. La palabra crea la conciencia y nos hace inteligentes. Sólo somos capaces de entender y comprender gracias a ella. Únicamente podemos resolver los problemas que podemos plantearnos. Si hay algo más allá de las palabras, nunca lo sabremos.

De lo que no se puede hablar es mejor callar. No podemos hablar de aquello que no podemos nombrar. Para nosotros, todo ello no existe. Simplemente no lo podemos conocer. Podemos, eso sí, crear palabras vacías de sentido como dios, la muerte o la nada. Nada podemos decir de ellas. Son palabras huecas, sin contenido porque están más allá de lo que el lenguaje puede expresar. Por eso es necio pensar que todo puede ser comprendido. El lenguaje es lo primero, pero no será lo último, y es esa incertidumbre la que nos procura el temor a lo desconocido. Por mucho que le pongamos nombres, por mucho que hablemos sobre ello, no generaremos más que equívoco, puesto que nunca podremos pasar de comprender el uno a comprender el universo. Nunca podremos abarcar la nada. Por eso muerte, infinito o tiempo no son en verdad palabras, son simples signos unidos que ahuyentan por un momento el temor que nos produce lo desconocido, lo inabarcable, lo que está más allá del lenguaje.

El verbo nos ha hecho lo que somos. El verbo nos encierra en sus límites. El verbo nos da libertad y nos la quita, pues sin él no somos nada. Gracias a él tenemos la opción de ser al menos algo: pequeños seres con conciencia de que no lo saben todo porque todo es un concepto inabarcable. Somos uno, sí, pero seremos todo cuando dejemos de ser uno.

Lo primero fue el verbo. Lo último será todo, iluminación y silencio.

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