¿Llegamos alguna vez a tomar una decisión por nosotros mismos? Desde que nacemos, nos vemos expuestos inevitablemente al contacto con otras voluntades, que de una manera o de otra nos inculcan su parecer. Aprendemos imitando lo que vemos. Repetimos lo que oímos y nos comportamos como nos han enseñado a hacerlo. Todo lo que nos rodea nos influye (no podría ser de otra manera). Para cuando adquirimos eso que algunos llaman uso de razón, estamos modelados, esculpidos, formados, educados, condicionados hasta tal punto que es difícil saber si nos queda algún grado de autonomía en la toma de decisiones que afectan a nuestra vida. Si la libertad es optar y decidir autónomamente, y esto nos parece un bien necesario, es claro que damos por hecho que es posible.
Nuestra vida no sólo es un cúmulo de experiencias y vivencias, sino que, fundamentalmente, es el camino que han ido creando nuestras decisiones. ¿Qué papel juega el azar? ¿Es la casualidad la que nos hace torcer por una calle a la derecha y encontrarnos con el que será nuestro amigo, la que nos hace levantar la vista hasta un libro que luego leeremos y nos marcará para siempre, quien nos empuja a conocer Londres o París en vez de Tombuctú o Buenos Aires, la que, en fin, marca el trazado de nuestra existencia? Asusta pensar que sí. Consuela más creer que nosotros tomamos parte activa en todo este proceso. Cuando digo «creo que», ¿qué estoy diciendo? Que no estoy seguro de lo que digo o de verdad quiero transmitir una conclusión a la que, tras larga reflexión, he llegado. ¿Cuánto de original hay en mis pensamientos? Tal vez nos limitamos a expresar lo ya dicho con «nuestras palabras», como muchas veces dicen los niños. ¿Hay puntos de inflexión en la historia del pensamiento? ¿Hay ideas nuevas o llevamos miles de años planteándonos las mismas preguntas formuladas de diferente manera? Parece claro que no seríamos las mismas personas de haber nacido en un lugar distinto, o haber visto otras películas y tenido diferentes maestros. ¿Habría, en cualquier caso, alguna semejanza profunda en nuestras ideas y opiniones que nos permitiera reconocernos a nosotros mismos? Decidir, a pesar de todo, es probablemente la tarea más difícil que nos ha tocado en suerte. En consecuencia, si no aprendemos a tomar decisiones, a optar por nuestra vida y nuestra alegría, nunca seremos libres. El camino es arduo y muchas veces la tentación de dejarse llevar por las ideas dominantes es demasiado apetecible. Nos da seguridad y tranquilidad. Que piensen otros, que decidan ellos. Para eso les pagan. Para eso les hemos elegido. El dulce bálsamo del olvido, de la ignorancia, de pasar desapercibido, de no pensar, de no decidir, de dejarse llevar y de llegar a dónde la vida nos lleve. Actuar así es no ser responsable, es no quererse a uno mismo, y este, para tomar decisiones, es el primer mandamiento.
Optar es arriesgado. También lo es enamorarse y nos enamoramos.
Deja un comentario