Era de noche.La calle estaba desierta y yo tenía prisa por llegar a casa.Cuando por fin vi el portal respiré aliviado.Estaba a sólo cinco pisos de la tranquilidad.Comencé a subir la escalera y en seguida me di cuenta de que todo estaba extrañamente silencioso.La luz iluminaba mortecinamente mis pasos.Tenía la sensación de que no había nadie tras las puertas de las casas.No sabía cómo pero sentía el frío y la negrura de los pisos vacíos.El único sonido era el de mis zapatos al pisar las viejas escaleras de madera.Quería subir más deprisa pero esa asfixiante intuición de soledad me lo impedía.
La luz se apagó, y en ese momento oscuro, justo los segundos que tardé en dar al interruptor,oí, más claramente que nunca, los latidos de mi corazón desbocándose como un caballo asustado.Ahora sí, aceleré el paso y comencé a subir los escalones de dos en dos, de tres en tres.Sólo quería llegar y refugiarme en mi universo conocido, en el útero cálido de mi casa. Quería oir los ruidos de los platos y cubiertos de la cena, la voz de mi madre diciéndome que qué horas eran esas de llegar, que me lavara las manos antes de sentarme a la mesa.Pensando en esto para no pensar en nada más dejé atrás el segundo y el tercer piso.Al llegar al cuarto,la sangre hasta un momento antes agitada ,detuvo su incasable viaje por mi cuerpo y percibí claramente que se helaba en mis venas.Yo, como la sangre, también me detuve.Apoyado en la puerta del cuarto derecha había un bulto grande, tapado con una tela negra.A pesar del miedo, del terror que de mi se apoderaba, no pude dar un paso más.No podía retirar la mirada de aquella cosa negra.Me acerqué, mi brazo, haciendo caso omiso de las órdenes de mi cerebro, se estiró y agarrando una punta de la tela comenzó lentamente a retirarla.Lo que ví me dejó petrificado.Acurrucada, bajo la tela,lo que parecía una mujer estaba recogida sobre sí misma.Giró la cabeza y la vi.Su cara, blanca como una aparición,sus ojos, de un negro rotundo.Los miré y ya no pude dejar de hacerlo.La figura se incorporó, estaba cubierta con una túnica informe, tan negra como sus negros ojos.Yo perdí mi voluntad,no grité, no escapé, no era capaz de hacer nada.Sin mediar palabra me obligó a subir el piso que faltaba hasta mi casa.Ella iba detrás.No la oía, pero la sentía.No podía volver la cabeza.Cuando llegué junto a la puerta, ésta se abrió.Era mi casa pero no lo era.Estaba desierta y helada como lo estaba la escalera, la calle y el mismo mundo.Atravesamos el largo pasillo y al pasar junto a la cocina acaté la orden muda de entrar en ella.En la penumbra que me rodeaba sólo pude distinguir una caja vertical, larga y estrecha que ocupaba el centro de la estancia.La caja estaba abierta por el frente y la figura que aún se encontraba tras de mí me conminó a introducirme en ella.Entré de espaldas y entonces volví a ver su cara de muerta en vida, blanca como la cal.La miraba desde la cárcel que me había sido impuesta.De pie,enclaustrado en una caja apenas un poco más ancha que mis hombros vi su brazo estirarse hacia mí.
Nunca superé ese momento.Despertaba siempre en ese instante, sudando y gritando. Así conocí el terror.Un terror que yo no podía describir, que por la mañana se diluía entre los ruidos, los sonidos y las voces conocidas.De día, cuando subía o bajaba las escaleras, miraba la puerta del cuarto derecha y allí nunca había nada.Desde dentro de la casa ladraba un perro que atento vigilaba sus dominios. Por la noche, al cerrar los ojos, sabía que ya no habría perro y que aquella figura apenas humana se acurrucaría junto a la puerta, se cubriría con la tela negra y esperaría pacientemente a que yo pasara por allí para adueñarse de mi otra vez y atormentarme.
Tenía yo entonces nueve años y años estuve luchando con aquella figura que me perseguía y que se convirtió en la acompañante de mis noches y en la responsable del insomnio voluntario que acogí como a un amigo.Pasar las horas en vela,mirando los rayos de luna que se colaban por la ventana no era nada comparado con cerrar los ojos y verla.
Me has dejado atónita. No sé qué escribir, excepto que espero que escribirlo sirva al menos como el punto de inicio del exorcismo de ese horrible y persistente demonio.
Atónito estoy yo al comprobar que el paso de los años no ha conseguido borrarla de mi mente.
Hola!, subí algunas fotografías más a mi blog, cuando tengas un rato te invito a verlas
http://ricardoasch.wordpress.com
Saludos,
Ricardo Asch
wenas
eso ami me daria mucho miedo…
ami me an pasados cosas similares
solo tengo 13 años pero me pasan de pekeña
adios cuidaatee
Ricardo,
Gracias por la invitación.Voy para allá.
Glorhya,
Bienvenida al blog.Gracias por tu comentario.
Si alguien te dijo alguna vez que «el tiempo lo curaba todo» o, peor, «lo arregla todo», te mintió. Ni siquiera existe, remember? Solo el presente, por eso es que siguen ahí.
Siguen ahí y por eso yo escribo sobre ellas.No son sólo recuerdos perdidos en el tiempo inventado. Están agazapadas esperando para asomar en cualquier momento.Si yo ya no soy el mismo puede que ellas tampoco.
… O puede que tu mismidad descanse en parte en el recuerdo de esa compañera-pesadilla. ¿Es recurrente o ha quedado allá lejos en tus primeros -pongamos doce- años?
Las pesadillas que te acompañan a lo largo de la vida son como esos otros sueños que también te acompañan y te arreglan el día. Yo tengo de los dos tipos y ambos forman parte de mí; de ninguno reniego porque me sirven y me explican, en parte, lo que soy.
La compañera-pesadilla quedó grabada en mí pero ya no se me aparece.Sus visitas duraron varios años.Probablemente cuando se hizo un hueco para ser parte de mí ya no necesitó venir a visitarme en sueños.
Terrorífico
Calcula el miedo que pasaba yo cuando todavía era un tierno niñito.