El mal, la maldad y el maligno

(Transcripción de una entrada ideada una tarde de julio sentado bajo un ciruelo.)

-¿Sobre qué escribo?

-El mal.

-¿Por qué?

-No lo sé. Es lo primero que me ha venido a la cabeza.

-Es extraño que se te ocurran esas ideas estando como estás rodeado de tanta belleza.

-También lo es que cuando acaba el día, me acuesto, cierro los ojos y en vez de corderitos me vengan oscuras y terribles imágenes a la cabeza.

-Siempre estás con lo mismo. Eres tú quien las convoca. A nadie se le ocurriría pensar en el mal viéndote. No a ti, sino al entorno.

-Ya.

-Dejémoslo. Es hora de que empieces.

-De acuerdo. ¿Cómo empiezo?

-Escribe primero algunas ideas, las primeras que se te ocurran sobre el tema que has escogido: el mal.

-Nadie nace malo ni bueno. Todos somos capaces de hacer el bien y el mal. Nos gusta pensar que finalmente el bien vencerá. Hacer el mal. Consentir el mal. Provocar el mal sin quererlo. Hacer el bien sin quererlo no tiene mérito alguno. Hacer el mal sin quererlo no conlleva responsabilidad. No hacer nada cuando somos testigos de un mal es actuar. Consentir el mal es otra forma de hacer el mal. El mal que puede ser hecho no conoce límites…

-Suficiente. Manos a la obra.

-Nadie nace malo. Es absurdo atribuir la categoría de malo a alguien que ni tan siquiera tiene consciencia de ser.

Hacer el mal es causar daño a sabiendas, es decir, conscientemente. Bien por el puro placer de causarlo o bien porque nuestro bienestar nos exige hacerlo. El sádico sería un ejemplo del primer caso y quien elimina a un testigo que pueda incriminarle lo sería del segundo.

Todos somos capaces de hacer el mal. No existen personas totalmente buenas ni absolutamente malas. Los propios santos, cuyas vidas ejemplares, nos hacían estudiar de pequeños, se consideraban a si mismos terribles pecadores. Los que tenemos como epítomes de la maldad procuraban también el bien a sus seres queridos o a sus seguidores.

Casi nunca es discutible si algo es malo o no. La cuestión radica en si creemos que merece la pena hacerlo. Quien acepta la idea del mal menor es consciente de que provoca un mal pero aun y todo lo hace. Viene a ser como el médico que corta un pie para evitar que la gangrena se extienda. Está convencido de que es necesario hacerlo para conseguir los frutos deseados.

La balanza está siempre ante nosotros y nuestra labor es juzgar qué consideramos más conveniente. El sujeto de la conveniencia podemos ser nosotros mismos o los otros. Independientemente de que el sujeto nos parezca más o menos generoso, el proceso es el mismo.

El mal puede ser hecho voluntaria o involuntariamente. Aunque el resultado sea igual de perjudicial para quien lo sufre, la diferencia estriba en la responsabilidad. Cuando somos capaces de prever las consecuencias de nuestras acciones nos hacemos responsables. Si no ha habido voluntad no existe responsabilidad.

El mayor error de todos es pensar que el mal requiere acción. Consideramos que no actuar, no hacer nada nos priva de provocar el mal. No. Esa es una tremenda mentira. No hacer nada cuando somos testigos del mal es otra manera de actuar. Consentir el mal es otra forma de hacer el mal. Éste es, sin duda alguna, el mal más extendido, el más humano de los males. Pensamos que si no tomamos parte el mal no nos alcanza. Miramos para otro lado o nos escudamos en que ese mal ha ocurrido muy lejos de nosotros. Estamos entrenados para sobrevivir consintiendo, para ser testigos mudos e inactivos y, por encima de todo, para convencernos de que el mal reside sólo en quien toma las decisiones y no en quien las acepta y las consiente.

Es difícil hallar una magnitud que sea capaz de medir el mal de manera clara y definida. Existen muchas variables: cantidad, calidad, intención, voluntad, causa, consecuencias…

El mal, como el tiempo, no tiene límites, no es posible poner barreras al mal que somos capaces de provocar.

Tendemos a representar el mal en seres concretos poseídos por la maldad. Eso los aleja de nosotros y nos hace sentir distintos. Existen seres perversos, existen incluso grupos perversos pero eso no saca la maldad o su posibilidad fuera de nosotros.

El mal no flota en el aire y nos posee. No somos sus víctimas. El mal está en nosotros, en nuestras acciones, omisiones y consentimientos.

El maligno no tiene cuernos ni rabo. No lleva tridente en sus manos ni habita en ningún infierno. El maligno no existe, esa es otra gran mentira, no nos embauca con sus promesas, no nos engaña, no nos tienta.

Nosotros mismos somos la tentación y la promesa.

-Cómo te enrollas

-No sé si hago algún mal con esta inactividad que me posee. Lo cierto es que se está muy bien bajo el ciruelo. Debe de ser el maligno que me tienta con estas redondas ciruelas verdes. Ya se sabe: la única manera de vencer una tentación…

-…es caer en ella.

-Exacto. Tu turno.

16 comentarios

  1. Hay algo que anda absolutamente MAL. Encontré UN SOLO desacuerdo. Leí la entrada dos veces, la segunda vez, buscando un segundo e, idealmente, un tercero. Para empeorar las cosas, el desacuerdo que encontré es uno que no puedes ver a causa de tu concepción fundamental del mundo, por lo que no tiene sentido mencionarlo, mucho menos discutirlo. Estoy anonadada.

    ¿Es tu interlocutor quien yo creo que es?

  2. Estamos conectados o algo? Te has pasado por mi casa recientemente? jejeje precisamente había escrito algo parecido basado en Keyser Söze y su maldad.

    Anyway, lo cierto es que el mal y el bien habitan dentro de nosotros y efectivamente somos nosotros los dueños de nuestras acciones y no acciones. Lo que a mi me preocupa es saber en que momento empieza la cadena de malos pensamientos en nuestra cabeza y que es lo que la desencadena, porque en muchos casos sabemos como pararla pero no tenemos ni idea de como comienza.

  3. M,
    Sabes que siempre ha de haber al menos un desacuerdo. Eso es lo que provoca la acción y el movimiento e incluso la reconsideración. Un mundo estático no es deseable.

    J.

    ¿Te cabía alguna duda?

    W.

    Charlotte,
    No había caído en la cuenta. Sí, te leí y me enteré de que la wikipedia te había hecho una faena. Keyser tampoco es el diablo. Si le llamamos así es para no reconocernos en él. Para pensar que todo lo que hace es imposible que lo hagamos nosotros. Buscamos distancia en la diferencia.

  4. El mal absoluto si existe. Y si no que le pregunten a los noruegos. pero me gusto mucho estas reflexiones bajo un ciruelo. Saludos

  5. Gracias Concha. El mal existe sin duda. No sé si absoluto o no pero el que hay es más que suficiente.

    Salud!

  6. Hacía tiempo que no pasaba por aquí (y no por falta de ganas, sino por esa obsesión mía de querer hacer muchas más cosas de las que son razonablemente posibles y no conseguir llegar ni a la mitad de ellas: ¿será eso síntoma de falta de inteligencia o de trastorno mental?).
    Tu reflexión invita, sin duda, a reflexionar sobre una cuestión que yo también me he planteado más veces de las que pudieras creer: «Hacer el mal sin quererlo no conlleva responsabilidad. No hacer nada cuando somos testigos de un mal es actuar. Consentir el mal es otra forma de hacer el mal. El mal que puede ser hecho no conoce límites…».
    Esta mañana, sin ir más lejos, he leído en EL PAÍS lo de la millonaria y pomposa excursión del pontífice Benedicto a Madrid y me he preguntado si eso no es acaso hacer un mal a sabiendas de que se hace, y una injusticia para con quienes sufren las consecuencias de la mal llamada «crisis»: paro, imposibilidad e hacer frente a las deudas y otras derivaciones del robo de guante blanco de que hemos sido víctimas mediante el engaño, en un país donde todos estamos pagando un precio inmerecidamente alto.
    Me he sentido mal por mi impotencia (pese a haberme solidarizado mentalmente con los «indignados», incluidos los cristianos de base), por mi incapacidad para hacer algo útil que pudiera poner freno a esa inmoralidad, esa inmensa prepotencia de unos poderosos a quienes se unen otros poderosos ya no irreflexivos, sino todo lo contrario: sabedores de los beneficios que tal «visita pastoral» va a reportarles (en palabras más llanas, de saber que van a sacar tajada). ¡La curia, los obispos, los políticos y la gran banca en el mismo yate! Y luego, miles de borregos inconscientes de que contribuyen activamente a esa injusticia (conozco a uno de ellos -tal vez más que borrego movido por ciertos intereses, pues desde hace tiempo aspìra a un obispado- que arrastrará desde Francia hasta Madrid a una pequeña multitud de jóvenes). Me he «solidarizado mentalmente», pero no he sido capaz de actuar, y eso me hace sentir culpable de denegación de auxilio.
    A veces, reflexionar conduce a la mala conciencia, pone de muy mal humor y te deja tirado moralmente en una esquina de la podredumbre.

  7. Bienhallado Albert, me alegra mucho volverte a ver por aquí a pesar de que me recuerdes también mi mala conciencia.
    La obsesión por querer hacer muchas cosas yo la catalogaría como descontrol mental. No es tan grave como tu lo pintas.
    Ejemplos como el de Benedicto hay muchos pero eso no quita que lo podamos catalogar como injusto.
    No sé si servirá de consuelo a gentes como tú o como yo que tenemos que arrastrar la pesada carga de la mala conciencia, pero tener conciencia, aunque sea mala, es algo bueno. Toda mi vida me he consolado pensando que todos esos ladrones de guante blanco de los que hablas no podrían dormir por la noche, que, en su más fuero interno, algo les decía, les recordaba todo el mal que estaban haciendo. La conclusión a la que he llegado, mal que me pese, es que esa vocecita no existe. Duermen a pierna suelta y el mal es un concepto que les resbala. No acaban, como tú, en la esquina de la podredumbre simplemente porque el verbo reflexionar no existe en su vocabulario.
    La solidaridad que tú sientes por los indignados y por los cristianos de base es, como toda solidaridad, en contra de algo. Ahí hay al menos un punto de coincidencia. Bien es verdad que luego viene la impotencia, la incapacidad y la mala conciencia. A pesar de todo, solidarizarse merece la pena aunque sólo sea por saber contra qué nos solidarizamos. Eso nos puede espolear y llegará el tiempo de actuar. Esto nos distingue de los borregos. No es poca cosa.

  8. Después de leer el diálogo inicial cuatro veces, veo que hay un «Ya.» que sobra (o el punto aparte que le sigue). Al quitarlo, tú piensas y escribes la entrada, al dejarlo, la escribe él. Horror. Espero que sea un error y no el horror que parece.

    La responsabilidad, como la ética, es algo por completo personal e interno. No puede asignarse externamente. Se asume o no, con independencia total de la asignación. Se nos puede asignar una responsabilidad. Si y sólo si estamos de acuerdo, es nuestra. De lo contrario es carga, culpa, maldición, condena. La responsabilidad autoasumida es lo único que puede llevarnos a la acción, a la redención y a la libertad. Es el antídoto para todos los venenos, además. Por ejemplo, el de la mala consciencia.

    La culpa y el arrepentimiento ocurren por la responsabilidad desenchufada. Esto es: una responsabilidad (y un propósito) que asumimos por completo en algún momento (por ejemplo la clásica de arreglar el mundo en la juventud, o la no menos clásica de formar una familia feliz), luego, obtuvimos pérdida tras pérdida en el arduo camino para llevarla a cabo. Y esas pérdidas nos hicieron estar de acuerdo finalmente con la idea apática de que «no depende de nosotros» o «no está en nuestras manos». Ese es el momento exacto en que dejamos de ser Causa. Perdemos la responsabilidad y el propósito y sentimos culpa: nos convertimos en efecto de nuestra propia causa: el peor crimen en este Universo.

    Me encantaría saber en qué te basas (desde luego que no en tu memoria o experiencia) para determinar si alguien tiene o no consciencia de ser.

    No sé si alguien nazca «malo», pero definitivamente hay personas (menos de un 3% de la humanidad) cuyo propósito en la vida es dañar, empequeñecer, invalidar y suprimir a los demás, en pequeña o en gran escala, dependiendo de su alcance. El 97% restante tiene una buena intención básica hacia sus semejantes y actúa dañándoles por un mecanismo fuera de su control que comienza siempre por «un mal sin quererlo», como dices tú, un error, como le llamo yo, seguido de una incapacidad para asumir la responsabilidad por tal error.

    Construir no siempre es bueno. Destruír o dañar no siempre es malo. Depende lo que se construya y a costa de qué y de lo que se destruya y para qué. No destruír o hacer que se destruyan ciertos males puede ser tan maligno como los propios males.

    Puede no haber habido voluntad de dañar y aún así podemos (y debemos) asumir la responsabilidad por el daño causado y repararlo. SIEMPRE puede haber responsabilidad, sea previa, concomitante o posterior. Más responsabilidad, no menos, es siempre la respuesta ante todos los dilemas (como sucede con la comunicación).

    Podemos también, autodeterminadamente, elegir no ser responsables.

    No existe el demonio. Existen seis mil millones. Como corresponde a todo demonio que se respete, tienen nombre. Se llaman Mente-reactiva-de-Fulano, Mente-reactiva-de-Zutano, Mente-reactiva-de-Mengano y así sucesivamente. Es la parte de nuestra mente sobre la que no tenemos control y que nos controla a nosotros cuando actuamos irracionalmente.

    El remedio para la culpa es la asunción (o re-asunción) de la responsabilidad y el propósito desenchufados.

    Parece que estamos de acuerdo, para variar ¿no?

    ¡Hola Albert! Me alegra verte por aquí.

  9. K,
    Me alegra oir eso. Le mandaré tus saludos a Monsieur.
    Aún me falta contestar a M. Espero que no se enfade conmigo.

  10. No, no está enfadada en absoluto, luce una sonrisa muy natural. Sólo que la escuché murmurando entre dientes palabras como «despreciable» y «nunca aprenderá». No tengo idea a qué podrá referirse. Dudo mucho que sea a este comentario sin respuesta.

  11. Desgraciadamente me hizo reflexionar que en MEXICO nos ha alcanzado el mal,pasa acontecimiento tras acontecimiento y seguimos «Sin hacer nada».Me deja bastante por pensar y creo que de esto se trata.

  12. Bienvenido al blog Viktor. Es terrible que confirmes las sospechas sobre la situación en Mexico. En la distancia uno quiere pensar que la información que recibe no puede ser tan espantosa como la pintan. Tu testimonio no hace sino transformar las sospechas en realidades.
    Que el mal exista parece inevitable pero lo que desarma, lo que le deja a uno consternado es que nadie haga nada y mire siempre hacia otro lado.

  13. No porque escribas bonito filosofando dices la verdad, Acepto que el maligno,diablo o satanas,no tenga ni cachos,ni rabo,pero de su existencia y su poder está sufriendo toda la humanidad y es por su influencia que estamos,como,estamos. Podría decir con absoluta seguridad que no crees tampoco en Dios. Y de ser así,lastimosamente no puedo,perder mi tiempo en refutar tu escrito.

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