Tiempos modernos. Tiempos difíciles en los que una de las profesiones más necesarias es una de las más denostadas. Los políticos representan para la mayoría de las personas el modelo de lo que no se debe ser ni hacer.
La vida en sociedad es la que ha propiciado la civilización. Todo el desarrollo que disfrutamos, sea éste mucho o poco, es gracias a ese imperativo, parece que natural, que nos empuja a asociarnos. Los hombres y mujeres que habitan este planeta se necesitan y cada vez pasan más tiempo juntos. La ciudad es el exponente más claro. La revolución industrial supuso el abandono del campo y el triunfo definitivo de las ciudades. Cada vez un mayor porcentaje de la población mundial se aglutina en ellas. La ciudad como ejemplo de la tendencia humana a compartir. La ciudad como origen de toda innovación, creación y desarrollo. Los grupos humanos crean normas para organizarse, vigilan el cumplimiento de esas normas y se ven ante la necesidad de gobernar y ser gobernados. Siempre ha sido así y siempre, me temo, lo será. La posibilidad de la anarquía parece mucho más allá de la ciencia ficción.
Platón soñaba con una república dirigida por filósofos. Ellos representaban el único perfil digno de tal cometido. Nadie con intereses particulares podía cumplir con una misión enteramente dedicada al bien común. La educación y el conocimiento como condiciones indispensables de un buen gobernante. No somos Platón, y los filósofos actuales trabajan de camareros o de taxistas. Hemos creado una especie si no nueva, sí diferente: el político no aristocrático. No responde a un perfil determinado. Deberían ser como cada uno de nosotros ya que cada uno de nosotros debería poder ser uno de ellos.
No conozco a nadie que hable bien de los políticos. Ni tan siquiera ellos mismos hablan bien unos de otros. En España ha habido estos días elecciones generales y casi veintitrés millones de personas, que critican e incluso desprecian en muchos casos a quienes votan, han votado y dado su apoyo a los que, según ellos, son ladrones, personajes corruptos que nos chupan la sangre, hacedores de favores interesados, lameculos de otros más poderosos que ellos. Esto no es razón es pura contradicción. ¿Cómo se puede querer y odiar al mismo tiempo? ¿Cómo dar no la fe, esto es más fácil, sino la confianza a quien nos la quita, cómo la mano a quien nos da la espalda? Veintitrés millones de votos dando prácticamente un cheque en blanco a quien no les ofrece garantía alguna.
Todo esto se hace y se dice pero al mismo tiempo se admite que da igual quien gobierne, que unos y otros no sirven para nada puesto que al final, el euro, el dólar, el dow jones, el índice nikey, el fondo monetario internacional, el banco central europeo, la bolsa o las agencias de calificación serán quienes decidan, a su capricho, nuestro futuro.
El capitalismo sitúa la economía por encima de la política. El capitalismo salvaje aplasta, sirviéndose de la economía, cualquier atisbo de política. A este punto hemos llegado.
El sistema capitalista se ha derrotado a sí mismo. Ha llegado más lejos de lo que nunca pudo imaginar.
La democracia queda de esta manera desarmada, impotente, herida de muerte. Vivimos en la ficción de gobernarnos a nosotros mismos, de ser los dueños de nuestros destinos cuando la realidad es que siglas, despachos y masas desconocidas de accionistas nos dejan sin trabajo, sin casa, sin medicina o sin escuela.
Dicen que la derecha es más complaciente con sus políticos y que la izquierda es, sin embargo, mucho más exigente. Si nos atenemos a las definiciones clásicas de izquierda y derecha esto es comprensible. Es más fácil conservar que innovar. Mantener que repartir. El que espera mucho y consigue poco no lo acepta, se frustra y se queja.
Hoy ya casi nadie acepta los conceptos de derecha y de izquierda tal y como los conocimos. No hay casi tiempo de detenerse a pensar en ello. La cultura política desaparece y todo se ha convertido en un sálvese quien pueda, en una tómbola en la que lo único que hacemos es comprar boletos. Unos más y otros menos. Eso no ha variado.
Lo cierto es que tras la victoria de un partido político en unas elecciones ya no pensamos en programas, leyes, ideas o tendencias. Lo que aparece al día siguiente en la prensa, lo que ocupa la primera plana de todos los periódicos es el índice de la bolsa de Nueva York o París, la relación euro dólar o el precio del barril de petróleo. Mientras tanto continuamos con nuestras quejas. Político igual a corrupto, ladrón o vulgar chorizo. Cómo se tienen que reír los que se divierten comprando nuestra deuda pública.
Si éste no es tiempo de políticos, yo no entiendo nada. Si esto no es tiempo de política que venga dios y lo vea.
La política es, o debería ser, acuerdo. No es suficiente con que cada uno actúe según sus convicciones. Necesitamos el acuerdo del otro y para eso hemos de convencerle o debemos ser convencidos. Sin convencimiento no existe política. De ahí que su riesgo más evidente es el engaño, el encantamiento. Dejarnos llevar por cantos de sirenas. El convencido corre el peligro de ser engañado, el que convence se enfrenta a una ambición desmedida y su peor sueño es confundir poder con responsabilidad. El primero lleva casi siempre a la corrupción. La segunda debería mantener el deber siempre por delante del poder.
Cada uno de nosotros vive en un grupo, no pertenece a él. Cada uno de nosotros es un individuo. La política no debe agrupar, debe organizar la vida de los individuos. Los políticos son individuos que deben convencernos para conseguir ciertos objetivos. Su mayor problema es que no nos pueden dar nada de inmediato sino que se necesita tiempo. Este es sin duda el mayor enemigo. Acuerdos para lograr objetivos en el tiempo. Los acuerdos a veces se logran, los objetivos a veces se comparten pero el tiempo rompe casi siempre cualquier tipo de confianza.
El gran logro de la democracia es que los que participamos en ella aceptamos voluntariamente nuestra participación. Podemos gobernar o ser gobernados pero siempre de una forma voluntaria. Platón acepta que sea voluntario pero él sólo ve a unos pocos capaces de gobernar. La aristocracia es su forma ideal de gobierno. El riesgo que se corre es el de quedar atrapados en manos de esa élite. Hoy en día, a pesar de haber extendido la democracia, seguimos atrapados en manos de unos pocos. Probablemente no les vemos las caras ni les podemos poner nombres pero el riesgo que corrió Platón lo hemos corrido y hemos perdido. Él, al menos, soñaba con grandes filósofos, sabios que nos ayudarían a progresar. Los filósofos de hoy en día, los que gobiernan el mundo sin nuestro consentimiento, están escondidos en despachos, tienen nombres de acciones y poco o nada saben de filosofía.
Los políticos somos nosotros, no tenemos otro remedio. Somos seres éticos y políticos. No podemos delegar esa función en otros. De la misma manera que buscamos lo que más nos conviene en nuestra vida privada tenemos también que organizarnos, gobernarnos y dirigirnos. El bien común es el bien de cada uno de nosotros. Lo que me conviene se transforma en lo que nos conviene y como es detestable la idea de que otro decida lo que es bueno para mí, no queda más remedio que alzar la voz y decirlo, proponerlo y tratar de convencer al otro, a los otros. El acuerdo al que lleguemos, acuerdo en el que probablemente todos perdamos un poco, es el objetivo a conseguir. Si estamos condenados o hemos decidido libremente vivir en sociedad me trae ahora sin cuidado. El hecho es que el hombre se hace hombre viviendo con otros hombres. El político debe organizar la vida en común para que cada vez seamos mejores hombres.
Si todos somos iguales y si está en mis manos nombrar a mis representantes no podemos hacer de ellos una especie diferente. Nos representan. Son una muestra de quienes los han elegido. El político soy yo y tiene mis mismas debilidades. Al político le doy el poder, él, a cambio, me debe la responsabilidad.
Perdemos el tiempo vanamente luchando unos contra otros. Perdemos hasta las ganas de alcanzar acuerdos. Mientras tanto la máquina insaciable sigue en marcha. Nunca se detiene. La máquina no es el tiempo. Es lo que llamamos mercado. De tanto oírlo nombrar le queremos poner cara y hacemos igual que con los políticos, consolarnos pensando que el mercado no es obra nuestra, que es un invento del diablo que se divierte a nuestra costa. Pues no. El mercado también somos nosotros. ¿Por qué aceptamos que gobierne implacable nuestro destino? Somos débiles y en nuestra debilidad disfrutamos con la caída de los otros. Los hace más humanos. Compartir desgracias nos consuela de los fracasos. Por eso a los ídolos siempre les ponemos pies de barro. El mercado está hecho de otra materia. Está por encima de nuestras cabezas y como no tiene pies aceptamos sumisos que no podemos derribarlo. Tenemos lo que nos merecemos, es cierto, pero también podemos tener y merecer otras cosas.
La política es necesaria y la política sin políticos es un sinsentido. Sólo hace falta que nos demos cuenta de que los políticos no son unos elegidos, mal que le pese a Platón. Los políticos somos nosotros y tienen nuestra cara y nuestros ojos y sus pies no son de barro por mucho que eso facilite la tarea de derribarlos.
Elogiar la política no implica un elogio automático de los políticos. Elogio también la ciencia pero no siempre a quien la hace. Elogio a la medicina pero no debo respeto ni confianza ciega en los médicos.
De la misma manera que la publicidad o la televisión proponen y nosotros disponemos, los políticos proponen y de nosotros depende dar o no nuestra confianza. La publicidad no es responsable de las modas o del consumo desatado. La televisión es como el público acepta que sea. Ante las propuestas políticas, si callamos, otorgamos y votamos. ¿De quién es la culpa?
De poco sirve llamarles después ladrones en el café de la esquina.
*Somos seres éticos y políticos, No podemos delegar esa función en otros. De la misma manera que buscamos lo que más nos conviene en nuestra vida privada tenemos también que organizarnos, gobernarnos y dirigirnos. El bien común es el bien de cada uno de nosotros. Lo que me conviene se transforma en lo que nos conviene y como es detestable la idea de que otro decida lo que es bueno para mí, no queda más remedio que alzar la voz y decirlo, proponerlo y tratar de convencer al otro, a los otros*
Ese es mi J!
La razón es la capacidad para determinar semejanzas, similitudes y diferencias, vecino. La afirmación «todos/as los/as ___________ (rellenar con el sustantivo apropiado) son _________ (rellenar con el calificativo apropiado), tan popular hoy en día (y no sólo en los cafés) nos muestra lo escasa que es esta facultad, que es la que nos hace humanos.
Una entrada impecable: clara, congruente, interesante, estupendamente estructurada y escrita, cuerda, verdadera y valiente. Digna de publicarse en papel… o en mármol.
Charlotte,
Suyo seguro servidor
K,
En papel me es suficiente. No creo que Pedro Picapiedra esté por la labor.
La facultad que nos hace humanos no creo que sea escasa. Lo peor es tener algo a tu alcance y no utilizarlo.
Thx
Malos tiempos. Uno pierde las ganas de hablar del tema, uno se remonta a la hemeroteca, uno tira de la historia de Europa, l y II guerra mundial. Y uno siente miedo, un miedo que los medios usan para causar más miedo, miedo a perder los ahorros, miedo a que el país naufrague, miedo a que los hijos no tengan futuro, miedo a tener más miedo.
Quienes mueven los hilos lo saben, saben que son intocables, saben que no es más que un juego. Juegan al monopoli mundial, juegan y se ríen de nosotros. Deuda, política, bancos, estafas piramidales. Los elementos del juego, las nuevas normas, la imposición del castigo.
Ahora estamos todos castigados porque se han aburrido del juego, y como niños malos nos hacen pagar a nosotros, nos exigen, nos amenazan. Ellos han provocado la crisis y ahora nos castigan por ello.
Uno pierde las ganas de luchar, pero, ¿Con qué? ¿Que armas nos quedan? ¿El optimismo?
Virgen de los Remedios, llévame pronto.
Uno razona y… Que se pare el mundo; me bajo.
Excelente entrada. Como siempre, claro.
Jimi Hendrix
Malos tiempos,sí, pero, a pesar de todo, no nos queda más remedio que hablar del tema. Huir de él no nos conduce a nada.
El miedo es libre y el miedo es real pero el miedo no puede impedir que actuemos. El miedo se suele utilizar para inmovilizarnos e incluso cuando el miedo no es provocado externamente nos castiga de la misma manera: nos paraliza.
Estoy de acuerdo en lo que dices pero eso no quita que defendamos nuestra capacidad de decisión. La política no son los políticos y muchas veces cargándonos a éstos nos cargamos también a ella. Esta situación nos ha conducido,causando gran alegría a quienes mueven los hilos, a estar en sus manos. A eso me refiero precisamente cuando digo que en vez de hablar de ideas hablamos del índice dow jones.
La política es consustancial con la vida en sociedad. No podemos renunciar a ella.
El hombre es, además de social, un animal político.
Gracias
Chuck Connors
Bueno yo creo que los politicos nunca han sido el mejor ejemplo en las cosas… pero bueno para algo estan 🙂 y son necesarios…