Hoy ha sido el último día de clase. Último para los que aprueben todo a la primera. Para el resto aún quedan más horas atados a sus mesas, a los papeles y a los libros. Yo no soy muy optimista. Doy clase a chicos y chicas en esa edad frontera entre la responsabilidad y la irresponsabilidad. Les quiero y les odio al mismo tiempo. Son mayores y quieren serlo pero no lo son porque no saben cómo. Da igual que el carnet de identidad demuestre que tienen dieciocho, diecinueve o veinte años. Da igual que la ley les permita votar y que puedan tomar decisiones por su cuenta. En general, aún ejercen de adolescentes. Son exigentes con todo y con todos menos con ellos mismos. Pocas veces cumplen su palabra y sus compromisos. Hablo con ellos de todos los temas posibles, me escapo a menudo de asuntos académicos. Me parece bien hacerlo. Tienen tan poca información sobre las cosas que me sorprendo muchas veces al escucharles. Muchos callan, opinar les resulta difícil y los que hablan, no todos, son en general osados, atrevidos, en el mal sentido de éstos términos. Son radicales sin reflexión previa. El radicalismo sólo tiene sentido como fin de un proceso, nunca puede ser el principio de nada.
Hoy ha sido el último día de clase previo a los exámenes, que yo detesto tanto como ellos. Hoy han venido muchos con una sonrisa colgada de la boca. Acabar les gusta aunque no sepan para qué. ¿Por qué será que casi todos prefieren el fin a los principios? Hoy, en el último momento, han querido resolver todas las dudas. A la risa del momento le acompañaba el horror de los próximos días. Días en los que ya solos se enfrentarán a mentes en blanco, a conceptos que no entienden, a trabajos en los que ya no vale copiar y pegar, a dudas sin respuesta y sobre todo a la pereza. La pereza insondable de ver el sol por la ventana y verte a tí mismo sentado a la mesa, trantando de concentrarte en algo que no te interesa. Un mosca que pasa volando es una aventura apasionante en medio de la quietud y silencio de las palabras muertas sobre cuadernos y papeles arrugados. Cómo resistirse a la tentación de levantarse, irse, escapar del infierno incomprensible y vagar por el cielo aparente de la inconsistencia, de las calles llenas de gente, de un mundo sin ideas pero plagado de cosas. ¡Qué dura la vida del estudiante!
Hoy ha sido el último día de clase y he visto cómo recogían sus cosas, he oído sus risas inconscientes, el estrépito de sus pasos bajando las escaleras, saliendo a la calle. Voces excitadas viviendo el momento. Hoy no existe mañana. Afortunados aquellos que pueden vivir creyéndoselo. Desde aquí, sentado a mi mesa y tecleando estas palabras les oigo alejarse. Se hablan , se gritan unos a otros y celebran el fin de una tortura que ellos mismos eligieron. Tortura que luego muchos de ellos añorarán. No les importa ser incongruentes.
Pienso en su futuro y no lo veo muy claro. No lo intuyo azul y diáfano. Yo doy clase a chicos y chicas sin mucha suerte. Detrás de ellos hay demasiadas historias terribles que nadie se merece. Llevan a la espalda una mochila cargada de piedras que nadie ve porque es transparente. Son víctimas de un mundo injusto. Injusto, sobre todo por ignorarles.
Ya se han ido. Ahora estoy solo. Sin ellos delante puedo ver más claramente. ¡Cómo pueden convivir tanta frustración y tanto entusiasmo! ¡Tanto pasado y tan poco futuro! ¡Tanto desvelo y tan poco consuelo! ¿Cómo puedo lamentar que se hayan ido cuando hace un momento respiraba aliviado?
Hoy ha sido el último día de clase y pienso una vez más en ellos. Inmaduros, irresponsables, vacíos, niños grandes de veinte años, ignorantes, malamente osados. Radicales sin raíz donde caerse muertos, inconstantes e inconsistentes. No puedo confiar en ellos pero sin querer confío. No puedo entender tanta inconsecuencia y al mismo tiempo les comprendo. Les odio y sin embargo les quiero. El futuro no puede ser más negro que muchos de sus pasados.
Se han ido, yo sigo aquí. Volverán y yo, como un idiota, volveré a explicarles una y otra vez cosas que nada les importan. Volveré a hablar con ellos de todo y de nada. Volveré a odiarles y a quererles.
Hoy ha sido el último día de clase antes de los exámenes. Hoy es viernes. Estoy en mi despacho. G.H. canta. Escribo. Vivo.