Junio que no pareces junio

Extrañísima primera mitad del año. No sé si para mí es final o principio. Acaba otro curso, comienza el verano, termina el tiempo detenido del confinamiento, empiezan a llenarse las calles de ruídos y de gentes. Echo de menos el silencio. Me siento mal por hacerlo pero recuerdo con nostalgia los primeros paseos solitarios, los días y las horas en casa, los libros, las películas y el trabajo en zapatillas y sin horarios. No puedo evitar añorar ese tiempo tranquilo y sin grandes decisiones. Mirar por la ventana y ver la vida de los otros, imaginarla tras otras ventanas y cristales. Recuerdo la música que me acompañaba, el café de media mañana, el trabajo a través de una pantalla. Recuerdo también cómo el aislamiento me alejaba sin pausa del presente. Al comienzo siempre al acecho, con los días sin tiempo, el tiempo se olvida y sin él se va también lo que pasa en el mundo.

Vivir en una burbuja, aislado, cada vez menos preocupado y disfrutando de la calma que dan la rutina y el ensimismamiento. Pido perdón por haberlo disfrutado. Me arrepiento de añorar lo que para muchos no ha sido más que dolor y miedo. Pido perdón y me arrepiento pero no consigo dejar de añorar el aire transparente de esos días de silencio, la falta de prisas, el trabajo bien hecho, la casa llena de sentido.

Aquí estoy de nuevo, sentado a mi mesa llena de papeles, viviendo la última tarde de junio y tratando de sentir lo que tantos otros últimos días de junio he sentido. No es lo mismo. Esta vez no tengo las referencias que me traían hasta este momento. Alumnos, alumnas, horas llenas de palabras, libros, tizas, pizarras, papeles, discusiones, acuerdos, risas, enfados, cansancio, satisfacciones, decepciones, éxitos, fracasos, proyectos, esperanzas, euforias y miedos. Esta vez no tengo la sensación de un tiempo terminado, de un ciclo que se cierra. Estoy en tierra y en tiempo de nadie. No sé si acabo o si comienzo. Estoy en medio de dos paréntesis. El ayer fue extraño y mañana se me antoja bastante incierto.

Trato de imponer la rutina al recuerdo. Repito gestos, recorro las aulas vacías, los pasillos desiertos, entro en mi despacho, me siento en mi sillón negro. Ordeno mis papeles y cuadernos. Miro la silla solitaria al otro lado de la mesa. Abro mi agenda y escribo lo que aún me falta por hacer este treinta de junio. Julio y agosto permanecen aún en blanco. Tengo que llenarlos. Lo haré, supongo, con más trabajo, paseos por el cálido paisaje amarillo que me espera, por días y noches que irán transformando esta sensación de extrañeza y desapego en una nueva rutina que me invada y que me ordene hasta hacerme olvidar lo que ahora siento.

Sólo me queda guardar las cosas que me llevo, levantarme, acercarme lentamente a la puerta de la calle, salir al mundo nuevamente iluminado y perderme como siempre entre sus calles.

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