Independientemente de las circunstancias que los provoquen, los paréntesis impuestos tienen la ventaja de que toman las decisiones por nosotros y eso nos procura descanso. Es como cuando tienes que reposar por prescripción facultativa. Te abandonas un poco y dejas que el tiempo pase a tu lado. Lo miras marcharse y sientes la paz de no enfrentarte a él. Son las ventajas de la obediencia debida. Lo malo es que es un estado que no dura mucho. Vivir en el abandono acaba por inquietar nuestras conciencias y nos reclama una respuesta. Despertamos poco a poco del letargo y vivir de nuevo el presente duele, como duelen las articulaciones después de un largo período de quietud. A pesar del aparente descanso.
Vivir aletargado requiere ser un inconsciente, ser más allá de la memoria. Un pez payaso perdido en los entresijos del tiempo. Despertar y salir de nuevo a la vida nos exige un esfuerzo, una lucha entre la atractiva pereza y la imperiosa demanda del deber. Ese que simplemente nos obliga a mirar hacia delante.
En ello estamos y añoramos las sábanas calientes, el reloj detenido y los pasos a ninguna parte.
En ello estamos, decididos, comprometidos por un lado pero seducidos por la tentación de caer de nuevo en el olvido.
La indolencia debida a causas que nos permiten ser y no ser al mismo tiempo. Procrastinar sin pensar en las consecuencias. Despertar sin mirar la hora.
Duele saber, después de tanto tiempo, que hoy es domingo y que son las seis de la tarde.