El día va cayendo, pero yo no caigo con él. Me quedan aún noventa kilómetros de viaje. El autobús está lleno de vidas dispares. Miro hacia dentro y miro hacia fuera. Al otro lado de la ventanilla, todo es verde y azul. Primavera recién venida. Primavera que llegó antes de tiempo para quedarse. Cada vez echo más en falta el invierno. Me gusta su quietud y cada vez más el frío. Pasear sin gente entre colores tenues. El invierno tiene además la ventaja de esperar al verano. La antelación, la anticipación son siempre mejores que el tiempo presente. La imaginación siempre anhela, anticipa y finalmente recuerda. Soy un hombre que pasea en el frío invierno, imaginando un verano que no desea que llegue, anticipando un presente que será siempre mejorado por el recuerdo. Soy un ser que espera, soy la espera misma que en un instante se transforma en memoria.

Miro ahora hacia dentro y veo personas. Hombres y mujeres callados, ensimismados. Veo sus cabezas quietas, sus cuerpos inmóviles en este espacio y tiempo detenido que es siempre el trayecto. Entre un lugar y otro, cuando existe un destino, no sucede nada. Entre A y B hay distancia y tiempo que solo adquieren sentido si B es una referencia y no un destino. El destino siempre anula el camino. El camino se impone si no estamos quietos, si no esperamos. El camino es lo opuesto a la anticipación y a la esperanza. El camino solo tiene sentido si se recorre consciente y se vive paso a paso, y no miramos hacia atrás ni hacia delante.

En la quietud del trayecto solo vivimos para adentro. Los ojos cerrados, aunque estén abiertos. Esperar es dormir despierto. Tal vez soñar. Y son ellos, los sueños, los que nos mueven, los que crean algo diferente ante nosotros.

El autobús se mueve, pero todos estamos quietos. Esperando, anhelando, anticipando, soñando. Los viajes, los trayectos son quietud en movimiento.

Cierro los ojos y trato de verme desde fuera. Soy una más entre tantas cabezas, soy una mano escribiendo, soy ayer y soy mañana. Del ahora solo veo el momento que se extingue, que se disuelve en cada parpadeo. Soy consciente porque tengo memoria, soy humano porque tomo decisiones para que exista un futuro. Si se congelase el tiempo, si solo fuera ahora, no seríamos más que cuerpos trasladados en un espacio sin tiempo.

Miro otra vez por la ventana y veo de nuevo verde, azul y el gris de la carretera que me lleva hacia el futuro. Guardo el lápiz, cierro el cuaderno y trato de atrapar este momento. No puedo. Se escapa siempre un paso hacia adelante. El presente inaprensible se escurre como el agua entre los dedos.

Miro hacia delante y espero.

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