La maldición de los idiotas como yo es no disfrutar de las cosas a su debido tiempo. Suele ser relativamente normal que lo imaginado o lo soñado supere la realidad. Esto es frecuente. Uno desea algo y vuelca todas sus expectativas en lo por venir, y cuando este venir llega, aquellas no se cumplen del todo. Ésta es una situación fácil de entender y que conlleva, a veces, una ligera frustración que no ocasiona serios perjuicios. Los idiotas vamos más lejos. No es la expectativa el problema, sino el recuerdo. Me explico: anhelamos algo con fruición, tarda en llegar, pero llega; cuando por fin hemos conseguido nuestro objetivo, no lo sabemos apreciar en su justa medida. Tenemos miedo de que se acabe justo cuando acaba de empezar, somos incapaces de centrarnos en el momento presente y no nos damos cuenta de lo que tenemos a nuestro alrededor. Cuando ya todo ha terminado y no podemos volver el tiempo atrás, entonces sí, el recuerdo nos hace sufrir por lo que hemos vivido y hemos dejado escapar. Al recordar, añoramos el pasado y con una herida en el costado sufrimos por aquello que terminó, dándonos cuenta, cuando ya es demasiado tarde, de lo bien que estábamos entonces. Esta situación es doblemente negativa, puesto que por un lado no disfrutamos del momento y por otro el recuerdo nos llena de una nostalgia abrasadora. Los idiotas como yo prometemos, cada vez que nos pasa algo así, no caer otra vez en el mismo error. Creemos haber aprendido la lección. Incautos. Advenedizos. A la siguiente oportunidad volvemos a hacer lo mismo. No tenemos solución.
Ejemplos:
Antolín desea fervientemente que llegue el fin de semana para hacer todas aquellas cosas que a diario no puede hacer. El fin de semana dura dos días para los más afortunados: sábado y domingo. Pues bien, el mejor día del fin de semana para Antolín es el viernes. El sábado ya es demasiado tarde; casi es domingo. Y el domingo, como ya es el fin, se convierte en el peor día de la semana. El lunes, ya de vuelta al trabajo y a la vida ordinaria, recuerda el domingo envuelto en tonos alegrísimos y añora lo que no supo disfrutar en el momento. Conclusión: del fin de semana sólo disfrutó algo de la expectativa y sufre humillantemente con el recuerdo. Antolín indudablemente es un idiota.
Mari Puri lleva esperando acudir a una fiesta durante meses. Todo lo tiene planeado: la ropa, el peinado, con quién irá. Llega el día D. Mari Puri pasa la jornada pendiente de que no se le mueva el flequillo. Los zapatos le aprietan y no soporta llevar esos infinitos tacones. Su compañero bebe demasiado y resulta ser un pelmazo, y Federica ha tenido la desfachatez de presentarse con una blusa igual a la suya. El peinado, los tacones y la blusa de Federica han arruinado su gran día. El lunes en la oficina, Mari Puri recordará cuánto rió, la gente que conoció y lo mucho que disfrutó bailando. Su amigo en vez de borracho se le figura gracioso y no tiene duda de que la blusa le sentaba mucho mejor a ella que a la pesada de Federica. Conclusión: Mari Puri es terriblemente idiota.
Edelmiro está ansioso por ir a ver a su pequeña hija en la actuación de ballet que tanto tiempo lleva preparando. Hace incluso cambios en los turnos de su fábrica para no perdérselo. El teatro está a rebosar. Edelmiro, de tanto esperar, ya siente pena por que aquello se acabe. Por eso toma una decisión inteligente: grabará la actuación en vídeo para guardar ese momento para la posteridad. A partir de ese momento, Edelmiro no se entera de nada. Se convierte en un idiota con cara de idiota, con el ojo pegado a la cámara de vídeo. Su hija baila como un ángel, pero eso a él no le preocupa ahora. Toda su atención está en el encuadre que tiene que hacer y en el control del sonido. Ya tendrá tiempo más adelante para ver la actuación tranquilamente en su casa. Recordará entonces con nostalgia el tiempo que se fue y que no disfrutó.
Florentina sabe que tiene que hablar con él y decirle lo que piensa. Imagina una y mil veces cómo será el encuentro. Ha ensayado a conciencia todo lo que dirá, no quiere que nada quede en el tintero. Solo le falta encontrar el momento adecuado. Como no quiere echarlo todo a perder, lo va posponiendo constantemente. Al final, su juego consiste en imaginar y no en vivir. Cada día, cuando se acuesta, cierra los ojos y representa en su imaginación la escena que tendrá lugar cuando llegue el momento oportuno. Un buen día, él se le acerca y la invita a cenar. Florentina, sorprendida, eso no estaba en su guion imaginado, se comporta como una auténtica idiota y, sin saber por qué, rechaza la invitación. La ha tomado por sorpresa. Más tarde recordará este momento como único y lamentará su falta de reacción. Eso sí, seguirá buscando la oportunidad para un nuevo acercamiento. Florentina ya peina canas y, cuando se acuesta, cierra los ojos y recuerda como el mejor momento de su vida cuando él se acercó tímido y vulnerable a donde ella para invitarla a cenar.
La imaginación es saludable. Los recuerdos embellecen lo vivido. Al fin y al cabo, lo que nos queda del pasado son recuerdos y esos, los hacemos a nuestra medida. Las expectativas nos pueden hacer disfrutar con antelación de algo que deseamos que pase. El problema de los idiotas como yo es que pasamos de la expectativa al recuerdo sin habernos dado cuenta. Por el camino hemos dejado lo único que de verdad se puede vivir: el presente. Somos como las embarazadas que preparan afanosamente las lecciones preparto y han leído todo lo que se ha publicado sobre el postparto. Olvidan que lo único irrepetible es el propio parto.
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