
Hay imágenes que sugieren. Otras no. Ese es su problema. Casi nunca coincidimos en aquello que nos dicen. A mí, por ejemplo, lo que casi siempre me atrapa es la luz. La luz, lo que percibimos a través de ella, es difícil de expresar. Simplemente uno se encuentra bien en ella. Viene a ser lo mismo que pasa con la belleza: no necesita ser explicada. Por eso, al sacar una fotografía o al pintar un cuadro, lo fundamental para mí es atrapar la luz. Nada evoca más. Todos somos sensibles a los cambios de luz y nuestro estado de ánimo suele estar relacionado con ella. Tomemos un cuadro de Hopper, por ejemplo. Sé que siempre se habla de la soledad que emana de sus pinturas. A mí lo que más me gusta de sus cuadros es que me encuentro bien en ellos, no me importa que el motivo sea desolado o incluso triste. La luz que crea me produce una imperiosa necesidad de estar allí. El ambiente se me hace sereno y hay siempre un ensimismamiento en sus pinturas que no deja de atraerme. La soledad de Hopper es atractiva. Tal vez sea difícil de comprender, pero es lo que siento. Sus cuadros no me producen tristeza ni desasosiego. Todo lo contrario: calma, serenidad y distancia.
Las fotos que acompañan esta entrada no son cuadros ni son de Hopper. Las hice yo hace ya tiempo. El tiempo pasó, la luz permanece. Me da igual si tienen o no el nivel de nitidez adecuado o si las modificaciones que les he hecho para «pinturizarlas» son convenientes. Lo que me hace mirarlas es la luz. He emborronado adrede a las personas que aparecen. Me gusta que pierdan realidad. Son entes individuales que simplemente existen, están allí solos, cada uno dentro de sí mismo. Es como si yo pudiera pasear entre ellos y ninguno se percatara de mi presencia. Quiero estar allí y quiero estar solo, aunque esté rodeado de esas figuras que no son más que parte del decorado. No me gustan especialmente las imágenes que nos hacen perder la concentración al tener que fijarnos en infinidad de detalles. No me gusta que me expliquen un cuadro o una fotografía desvelándome el significado de los muchos símbolos que están allí escondidos. Me gusta quedarme boquiabierto, no poder retirar la mirada, pero no por un detalle en concreto, sino por la impresión, por la atmósfera, por algo abstracto que transmite. Casi siempre resulta que ese algo que me obliga a permanecer absorto es la luz. Que Hopper y sus admiradores no eleven sus gritos al cielo, pero mirando estas fotografías me he acordado de él. Pido perdón por adelantado por mi osadía.

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