Aquel lunes, Eutanasio del Campo salió a la calle sin rumbo fijo. No sabía la dirección que iba a tomar. No tenía un destino definido. Echó a andar y recorrió plazas, parques y paseos sin siquiera fijarse en si torcía a la izquierda o a la derecha. Empezó a llover, corrió a refugiarse en el primer bar que vio abierto. Allí, calado hasta los huesos, pidió un café para intentar entrar en calor. La lluvia seguía cayendo pertinaz. Sobre la barra del bar había un periódico olvidado. Para matar el rato decidió echar un vistazo a las noticias del día. Al extender el brazo para cogerlo, chocó con otra mano que intentaba hacer lo mismo que él. Sus miradas se cruzaron. Los dos querían ceder al otro la lectura del diario. Ninguno se decidió a hacerlo y acabaron sonriendo. Se dijeron frases amables invitando al otro a quedarse con el periódico. De ahí surgió una conversación trivial: el tiempo, la lluvia y lo alta que estaba la música en el bar. No sabían ya qué decir. Sonó entonces una canción que a Eutanasio le gustaba y que le recordaba tiempos pasados. Comentó entonces los años que hacía que no la había escuchado. Ahora sí, siguieron hablando de música, los dos resultaron ser grandes aficionados, y la conversación fluyó más tranquilamente. Se le ocurrió, animado por las palabras, invitarle a tomar otro café y, para su sorpresa y alegría, aceptó. Música, libros, sus trabajos y sus días se fueron desgranando y el tiempo pasó sin que ellos se dieran cuenta. El mundo se encerró en torno suyo y nació, tal vez, una relación que cambiaría sus vidas.
¿Quién fue el responsable? ¿La determinación de Eutanasio de andar sin rumbo fijo, la lluvia, el bar, el periódico, la canción…?
Una cosa es que podamos encontrar una explicación a cada uno de los acontecimientos que han provocado el siguiente. Toda causa tiene su efecto. ¿Había en esta historia alguna intención?
A Margarita Concejal le gustaba pasear. Los lunes por la tarde siempre iba caminando desde su casa hasta el puerto. A la vuelta, se paraba, a eso de las 7:30, en el mismo bar para tomar un café. Ese lunes empezó a llover a mitad del paseo, pero, como era una mujer previsora y había oído en la radio que se anunciaban lluvias por la tarde, había llevado un paraguas consigo y así pudo continuar su caminata como de costumbre. A las 7:30, como todos los lunes entró en su bar, se sentó en el taburete de siempre y el camarero le sirvió su cortado con leche fría en cuanto la vio llegar. Cuando Margarita fue a coger el periódico que estaba sobre la barra, se topó con otra mano que iba a hacer lo mismo. A partir de aquí, la historia continúa igual.
¿Quién es el responsable? ¿Haber seguido andando a pesar de la lluvia, el paraguas, la rutina, el café de las 7:30…?
El tema del azar es recurrente en nuestras vidas. El universo físico combina leyes y caos. El espíritu trata de poner orden en el caos. Por eso necesita predicción. La responsabilidad y la elección constante son esenciales en ese cometido. Eso no nos libra de que el azar desbarate todo lo que teníamos previsto. Es algo grande, por inabarcable, y simple a la vez. Las personas pueden ver su vida alterada en un instante. Eso no se puede controlar. Solo nos queda aceptarlo. A unos les gusta más y a otros menos.
No hay que confundir el azar con lo inexplicable. El azar es aquello que escapa de nuestro control. Evidentemente, es imposible controlarlo todo.
El ser humano no acepta no tener todas las respuestas. Cuando por azar algo nos sucede, solemos recurrir al destino para tratar de ordenar lo que no entendemos.
Un tiesto cae por la ventana si alguien lo empuja o se ha levantado un fuerte viento. Esto no es azar. Que me caiga en la cabeza justo a mí, es puro azar, aunque para consolarme quiera pensar que el tiesto me estaba esperando desde que nací.
Cada uno se encuentra en un lugar determinado en su momento presente. Es bonito pensar que siempre hubiéramos acabado aquí de una u otra manera, más tarde o más temprano. Me temo que es bonito pero no cierto.
Lo que es duro de admitir y sobrellevar es que, tras toda una vida prediciendo y eligiendo con responsabilidad, el tiesto nos caiga en la cabeza.
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