Abrí los ojos cuando la luz del sol atravesó la lona de la tienda. Me sentía mejor. Aliviado. Lo que había sucedido la víspera me parecía ya muy lejano. Mi ánimo estaba anestesiado. Fuera se oían las primeras voces de mando. Por los altavoces sonaba música militar. Letrina, río, uniforme, desayuno, marcha, arenga, pequeño descanso y comida imperial.
Todo estaba igual pero yo lo sentía distinto. A partir de entonces ya sólo me quedaba ir restando días del calendario. Una semana me resultaba mucho menos infinita que una quincena. Me armé de valor y traté de perdonar la alta traición de mis padres. Después de comer me dirigí al río para lavar los platos y cubiertos. El agua corría clara y tranquila. Un compañero se entretenía tirando piedras al río. Me agaché y comencé con la limpieza. Oí de repente un grito pidiendo cuidado. Levanté la cabeza y vi el terror en la cara de mi amigo que jugaba con las piedras. Sentí en ese momento un gran golpe en mi cabeza. No recuerdo más. Me desplomé sin sentido.
Desperté en la enfermería.Me encontraba aturdido. Miré a mi alrededor,todo era blanco: las camillas, las sábanas, las paredes y la bata de la persona que estaba a mi lado. Era otro mundo. Me cuidaban y me preguntaban cómo me encontraba. Sentía un fuerte dolor en la cabeza. Mi enfermero, un hombre joven pero con el pelo también blanco me daba ánimos y me tranquilizaba. No hacía falta, yo ya lo estaba. Vi a mi amigo, el lanza piedras, estaba justo en la entrada de la enfermería. Cuando me vio solo , se coló y se acercó hasta mí. Tenía los ojos llorosos, estaba asustado. Llevaba en sus manos una gran piedra. Me la ofreció como un regalo. Era el arma casi homicida. No sé por qué, pero lo único que se le ocurrió, en su espanto, fue guardarla para mí. La piedra tenía una mancha de mi sangre. La cogí, la guardé. Aún la conservo.
Me sentía un herido de guerra. Estaba exento de todas las actividades. Mi cuidador de pelo blanco me llevaba a diario al médico del pueblo para que observara mi herida y la curara. Me cortaron el pelo de la coronilla, me pusieron grapas y me taparon la tonsura con un gran esparadrapo blanco. Después de la visita al médico mi ángel enfermero me invitaba a una coca cola y un pincho de tortilla. Hablábamos sentados en la terraza de un bar de la plaza del pueblo al que quise huir días antes y no me atreví. La gente paseaba, las tiendas estaban abiertas y el mundo volvía a ser mundo a mi alrededor.
Vivía en una burbuja, lejos de las voces de mando y de la bandera. Todos sabían que me había salvado por los pelos y eso hacía de mí alguien importante. Nadie me obligaba a nada y yo, aliviado, dejaba pasar el tiempo perezosamente. Ya sólo quedaban unos pocos días para la vuelta. Los viviría como herido de guerra.
Es increíble lo que puede conseguir una venda en la cabeza. Yo era un héroe imaginario. No había hecho nada y todos me trataban con respeto. Parecían haber olvidado al lloroso mocoso que sólo unos días antes había sollozando hasta la extenuación para conseguir que sus padres se lo llevaran con ellos. Entonces comprendí el orgullo que se siente por las heridas, por las cicatrices que parecen demostrar todo lo que se ha vivido. Son las marcas que nos quedan tras haber soportado los rigores del tiempo y de la vida.
Caminaba yo por el campamento como vaquero al que las flechas de los indios han condecorado. Miraba a los demás desde la perspectiva que otorga el haber visto la muerte cara a cara. Me dejé seducir por la gloria del héroe e inventé narraciones extraordinarias sobre mi intento de evasión frustrada. Todos parecían creerme y pedían ansiosos más detalles de mi fracasada experiencia. Yo, como quien desvela planes ultra secretos, me regodeaba en mi suerte. La vanidad es mala consejera y más si la vanidad esta provocada por una piedra en la cabeza. Me transformé en lo que no era. Fui rey por unos días y vendí mi alma al diablo por unos cuantos ojos atentos. Aquellos días marché el primero en las caminatas, canté más fuerte que nadie bajo la bandera y reí las gracias de los que nos adoctrinaban. La ambición del héroe no conoce límites.
Cosa distinta era estar solo. La doble vida fatiga. Más si en una eres un duro y experimentado héroe que ante nada se arredra y en la otra un gimoteante niño que llora por las esquinas pensando en volver a los brazos de su madre.
La piedra me hizo una herida, la herida me hizo héroe, el héroe me convirtió en un absoluto idiota. El idiota cantaba Cara al sol con la camisa nueva y lloraba entre los matorrales cercanos al río.
Entre lloros e inventadas proezas llegó el día de la despedida. Recogimos las tiendas, limpiamos el campamento y nos hicieron creer que los que de allí se marchaban ya no eran los niños que quince días atrás habían llegado. Eramos ahora proyectos de hombre destinados a limpiar la patria de villanos.
Montamos al autobús y en el camino de regreso a casa comenzamos a cantar exaltados canciones de legionarios. Tan satisfechos estaban nuestros instructores que henchidos de orgullo nos hicieron bajar el tono de nuestras voces, no fuera que la gente se nos quedara mirando a nuestro paso.
Bajé del autobús sonriente, lo había conseguido. La tonsura, además, dejaba ver la cicatriz del aguerrido cowboy en que me gustaría haberme convertido. Cuando llegué a mi casa me convertí otra vez en el niño que nunca me había abandonado. Mis padres me abrazaron y yo contuve la emoción dolido como estaba todavía por su traición.
Me bañe en mi bañera. Cené en mi mesa y me acosté en mi cama. Nunca concilié el sueño en forma tan placentera.
Ya nada queda de aquel niño cobarde, lloroso y vanidoso. El campamento, la bandera, los instructores y los filetes a la imperial han sido tragados por el tiempo. Sólo la piedra permanece, y, si la miras con atención, puedes distinguir una borrosa mancha de lo que un día fue mi propia sangre.
Estoy impresionada, Jusa. Qué bueno que ya no eres vanidoso (o es que ya no eres un niño-vanidoso, no me quedó completamente claro) porque realmente mereces muchos aplausos y felicitaciones por esta obra en III actos. Me ha encantado, de principio a fin y en realidad me da lo mismo que se te suba o no a la cabeza. Recibe una ovación de pie de mi parte (sin «mecheros»).
Me resulta un poco difícil separar la historia como historia, como ¿pieza literaria? del argumento ¿biográfico?. Creo que alguien dijo por ahí que daba igual que fuera o no ficción. Estoy de acuerdo en teoría, pero no puedo evitar sentirla completamente «non-fiction». No te conozco tanto, pero me parece muy verdadera, muy desde dentro. Si es ficción (especialmente la tercera parte) eres un maestro y además de la ovación de pie, te hago una profunda venia. Y te pido un autógrafo. Los colecciono. (Tengo uno de GP, del día del concierto, ¿ya te lo conté? le puso una estrella).
Si te hubieras escapado en el segundo capítulo, habría sido otra historia, completamente diferente menos woody-allenesca, más oliver-stonesca. Sé que para ti eso es todo un cumplido.
Me encanta haber regresado de las altas cumbres para deleitarme con esta maravilla que has escrito. La leeré de nuevo y luego me iré a saludar a Jaime.
El oficio de ser niño es lo que tiene! Me Ha Gustado Mucho Jusamawi. Escribes precioso. Es lo mismo seas o no el protagonista. Es un bonito cóctel de ternura, sencillez, humor [algunas frases son gags memorables]. No digo nada más por no estropearlo. Gracias por el buen rato pero especialmente por la calidez [además de por las sonrisas]. Saludos.
Two thumbs up!
Remarkable!
Straight from the heart…
Astonishing!
A true winner…
Dazzling season hit!
[… la ambientación] de principios de los setenta en la España franquista, ha sido magistralmente recreada por la dirección artística. El blanco y negro fue manejado de manera brillante, acentuando el «mood» melancólico que mandaba la producción, pero sin caer en un estilo «demodé» o «retro» que no hubiese resultado menos que ficticio, […]
[…] la actuación de Vince Hightopp en el papel protagónico nos ha sorprendido gratamente. Un desempeño natural, creíble, sin artificios, echa a volar una promesa para el futuro. El enfermero, interpretado por […]
[… el sonido] da la impresión de haberse extraído directamente de un long-play y la inigualable banda sonora, ejecutada en perfecta armonía, dejándose notar y desvaneciéndose de modo imperceptible, particulaemente en las escenas de […]
Me alegra muchísimo que el relato haya causado efectos tan positivos. Suponen una auténtica prueba a la vanidad que yo creía desaparecida.
Kit, la historia, una vez escrita pertenece a quién la lee. Esres muy libre de considerarla ficción o no ficción. Si además le ves un toque Alleniano,¿Qué más puedo pedir?
Letras,di todo lo que quieras. Seguro que no lo estropeas.Un buen cocktail debe tener los ingredientes adecuados y, lo más importante, cada uno de ellos en su medida adecuada. Si el que yo he preparado no resulta demasiado dulzón ni amargo ni ácido está claro que debería cambiar de profesión y trabajar tras la barra de un bar.
De nada.
M, sé que no te gustan los críticos. A mi tampoco me gustaban. Después de leer tu crítica no tengo más remedio que cambiar de opinión.
Thanks a lot.
J enhorabuena por tu relato en III actos!! que maravilla cuanto comprendo yo a ese niño…
Tu relato es muy didáctico a la par de entretenido. Me has levantado de la cama en un tarde hastiosa de Sábado y los he leido con un café en la mano. Gracias a ti he matado el tiempo de manera más productiva que en la cama mirando el techo, como el niño embutido en el saco de dormir.
Saludos y feliz verano!
PD: acabo de leer el comentario de M, creo que deberías ser crítica de cine!!!
El niño de relato te da las gracias por tus palabras. De haber sabido que su historia podía servir para algo, la experiencia no le habría resultado tan dura.
Nunca es tarde.
¡Jesúsantísimo! ¡Qué cosas dices, niña!
Lois Lane