Digan lo que digan y a pesar de los esfuerzos del maligno, el silencio siempre termina por romperse. Es inevitable. De la misma forma en que uno acaba por permitir que el aire entre en sus pulmones, los pensamientos empujan por salir de su prisión, las ideas buscan, incapaces de rendirse, palabras que las lleven por los aires. Es el mismo aire; el que respiramos y el que transforma las palabras de silencio en sonido. El silencio, lo mismo que el tiempo, no existe. Lo inventamos para esconder en él nuestros miedos, para tratar de no expresar lo inevitable. El engaño siempre acaba siendo un ejercicio vano. Las palabras, las ideas, los sentimientos buscan incansables el último resquicio, la luz que les dé color y expresión, el sonido que atestigüe su vida.
Yo he roto un silencio prometido. Pensé que el punto era final y no seguido. Añoré los días de contemplación callada. Creí que el tiempo ya nada curaría. Soñé con despertar a la luz del día.
Aquí me encuentro ahora, en medio de la noche cálida y tranquila, contemplando no la nada sino las letras que, tras haber sido retenidas, se me escapan de los dedos doloridos, se muestran esquivas pero fuertes, llenando una página que creí blanca para siempre. Surgen del caos y crean un orden negro sobre blanco, se arremolinan unas, se separan las otras, y juntas dan sentido y descanso a la mente atribulada.
No sé muy bien si soy yo quien habla, no sé tan siquiera si entiendo lo que digo y escribo. Siento simplemente paz y sosiego. Dos hermosas palabras. Ayer parece un remoto lugar, mañana sospecho que está tras un horizonte inalcanzable, hoy, ahora, este momento que, según llega, se va es lo único que existe, la fuerza que me lanza hacia adelante, que me aniquila y me crea a cada instante. Soy yo, me digo, el que vive, el que habla, porque callar es imposible, el que cuenta los segundos que no existen, el que cierra los ojos y sabe, porque ha visto, que la luz permanece más allá de los párpados caídos.
Soy yo, repito, el que vive, el que siente, el que habla y el que escribe. Son mis pensamientos, son mis ideas y mis sentimientos los que tratan de vencer, de aniquilar, de cortar la cabeza a la serpiente que llegó vestida de pereza.
Son estas palabras las únicas que quedarán atrapadas en el tiempo.
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