
Vivimos para ser felices. Buscar nuestro propio bien es el objetivo. Eso es la ética. Descubrir que, para que nosotros vivamos bien, es mejor que los demás también lo hagan es una consecuencia, en teoría, lógica. Eso es la política.
La felicidad, lo mismo que la libertad, consiste en vivir de manera consecuente con lo que pensamos. ¿Quién piensa? Pocos. ¿Quién es consecuente? Menos. Esa es la cuestión.
La buena vida no consiste en alejarse de los problemas. Ellos solos nos alcanzan. Enfrentarlos, domarlos, atravesarlos. Ese es el reto. La ausencia de problemas no es sinónimo de felicidad, sino de aburrimiento. Los problemas son nudos que tenemos que desatar. De otro modo, acabarían ahogándonos. La huida es tentación, pero nunca solución. Esa es la lección.
Vivir la vida significa aceptarla en todos los sentidos. Pensar en Dios, en la muerte, en el dolor, en la eternidad; permanecer mudos de asombro ante el espacio infinito, ante el invento del tiempo, ante lo desconocido, es algo inevitable. Huir de ello es buscar consuelo en tonterías. El avestruz, cuando esconde su cabeza en la tierra, no busca nada; no tiene un nuevo universo ante él, se engaña a sí mismo imaginando que su amenaza no le verá al pasar a su lado. Así, muchos hombres encierran sus vidas en la ligereza, en la presuntuosa seguridad de que nada les importa. Otros, peores, erigen dioses de barro que los colmen de riquezas y pasan sus vidas acumulando cosas y llenando su inmenso vacío de ignorancia.
Desde un punto de vista ético, somos autosuficientes. Somos los únicos con los que tenemos que estar de acuerdo. Decido algo y lo hago. Aquí y ahora son elementos esenciales. En la política, sin embargo, nos vemos en la necesidad de alcanzar acuerdos. Los acuerdos llevan tiempo y cesiones. Hemos de aprender a pensar en mañana y en los otros. El futuro aparece en escena. La felicidad la queremos hoy y la queremos mañana. La felicidad no es un placer solitario. Necesitamos sentirnos felices, pero no nos bastamos a nosotros mismos para ello. La felicidad deambula entre la ética y la política. La libertad es tener opción de decidir. La libertad es pensar por nosotros mismos. La libertad es necesaria en la ética y en la política; en una para sentirnos bien, en la otra para alcanzar acuerdos.
Ética, política, libertad y felicidad. Tantos siglos hablando de ellas para acabar, luego, comprándonos un coche. Tanta sangre derramada en sus nombres para acabar identificando el cielo con las rebajas de Harrods. Tantas veces mencionadas en vano que ya suenan huecas, estériles. Tantas veces confundidas, tantas veces prostituidas que ya suenan a cuento chino.
La ética la imaginamos en boca de Platón y Aristóteles; la política se aborrece porque aborrecemos a los políticos; la libertad sigue dando miedo. Solo queda la felicidad. A esta solo la vemos en el cine.
El ser humano es cobarde. Sabe lo que tiene que hacer y no lo hace. Es libre de hacerlo, pero prefiere que alguien se lo diga. Desea compartir, pero solo cuando le sobra. Quiere ser feliz, pero siente una pereza inmensa de serlo.
La única diferencia entre el hombre y el avestruz son las plumas.
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