Junio aunque ya sea julio

El termómetro marca treinta y siete grados. El verano ha llegado para quedarse, parece. Por la ventana abierta entra fuego. Decido cerrarla. Me siento una vez más y miro. Una mesa grande de reuniones sobre la que he colocado papeles y carpetas clasificados por temas. Ahí dormirán hasta septiembre, espero. Mi mesa, a la que ahora estoy sentado, ha quedado casi desnuda. Parece otra. Hasta hace un rato era difícil buscar un centímetro cuadrado blanco. Sobre ella reposa una carpeta verde, que contiene el trabajo que no he podido quitarme de encima, y  mi molesquine, este año también verde. Las dos, carpeta y molesquine, contienen mis tareas pendientes. Vendrán conmigo en mi vieja y cansada mochila negra. ¿Seré capaz de sacarlas de ella y abrirlas? Espero, al menos, que su presencia se vaya disipando según pasen los días y cambien colores y costumbres. El teléfono mudo, cruzo los dedos, a mi izquierda, soy zurdo. El ordenador frente  a mí abre su gran ojo para guardar estas palabras que confío sean las últimas que recibe por una buena temporada. Está un poco viejo también, no le vendrá mal un descanso. Un pequeño calendario me sitúa en el tiempo. Tres de julio. Yo me iré y el tiempo pasará conmigo. Cuando vuelva el seguirá anclado en el mismo instante en que ahora lo dejo. Yo, al verlo, sentiré una terrible añoranza. La presiento, la conozco, la sé y ya la lamento. El bote para guardar bolígrafos y lápices queda bien lleno, sobre todo de lápices. Unos pequeñitos pues ya han vivido mucho y han dado de sí casi todo lo que tienen. Otros, larguiruchos y afilados, pasarán el verano sin hacer nada. Escucharán las historias que les cuenten sus hermanos mayores, seguro. Las estanterías, ahora ordenadas, guardan los libros carpetas y cuadernos que he ido leyendo, enseñando y rellenando. Ahí quedan, reposando.

Hay un archivador, al fondo, con fichas llenas de datos y fotografías de hombres y mujeres ya pero que un día, en su camino hasta hoy, por aquí pasaron y quedaron guardados tal y como fueron. Parte de lo que hoy en día son, imagino. De vez en cuando los miro, por necesidad o curiosidad. Impresiona siempre comprobar lo profunda que es la huella del tiempo.

Últimos minutos. Una última mirada. Ya no queda nada. Bueno sí. Una impresora apagada, una grapadora, una calculadora y un sello de caucho. Poca poesía veo en ellos. Lo siento. Los veo como simples instrumentos. Los vuelvo a mirar y no me dicen nada.

Ahora sí. Punto final. Me levanto por última vez de mi silla negra. Apago la luz. No miro hacia atrás y cierro la puerta. Doble vuelta de llave.

Salgo a la calle. El calor y la luz me engullen. Como siempre el mismo pensamiento. Los tiempos están cambiando.

Enchufo los auriculares. Play.

2 comentarios

  1. Hola sinmisterios,
    Gracias por la parte que me toca: las palabras. De la música se encargan otros que seguro también te dan las gracias.
    Salud!

Deja un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: