La música es como el aire. En vez de respirarla la escucho. Sin aire me ahogo, sin música me ahogo más lentamente pero me ahogo. El aire en mi cabeza suena porque el aire que me rodea esta siempre lleno de música. No existe aire sin música ni música sin aire. No puedo explicar qué me hace sentir la música. Lo que sé es que muchas de las sensaciones que alguna vez han conseguido traspasarme han llegado a través de ella. Lo que sé es que ella me conforma. Soy yo, soy mis circunstancias, soy mis decisiones y soy la música que desde que tengo memoria me acompaña.
La música me transmite, me transforma, me afecta, me duele, me da coraje, me deja callado, absorto, me deja sin palabras. La música me habla y me hace comprender la pena, el dolor, la alegría y la nostalgia. La música me habla sin palabras. Es la lengua que más y mejor entiendo.
Pienso mucho en la música y vivo constantemente rodeado por ella. Mi vida es y ha sido música. He querido muchas veces resolver todas mis dudas, seguir las huellas del pasado a través de ella. Pese a todo, poner un punto y aparte me ha sido imposible.
La curiosidad y la rutina parecen no congeniar en exceso. A mí me gusta y me tranquiliza cada vez más la rutina. Me siento bien en ella, noto que es una tendencia cada vez más marcada. No me gusta demasiado alejarme de ella, me desconcierta y me desconcentra. Solo en la música sigo siendo un terrible curioso. La curiosidad mató al gato pero dio al hombre el conocimiento, la conciencia y por tanto la vida. Busco incansable nuevas músicas. Día tras día incorporo nuevos tesoros que serán hitos también algún día. Hitos que formarán parte de mí como lo hacen los recuerdos que es lo único que en último término nos queda.
¿Cuándo empecé a escuchar a músicos más jóvenes que yo? ¿Cuándo dejé de pensar que ya lo había conocido todo? ¿Cuándo dejé de ser el insensato que antes era pensando que ya solo quedaba antes y que el después no me importaba?
No tengo una clara respuesta a esas preguntas. Solo sé que pasó, y que pasa. Busco, investigo, descubro y cada hallazgo me llena de alegría. Cuánto talento escondido está ahí para encontrarlo. No me interesa ya la arqueología. Del pasado ya solo me ocupa el mío puesto que no puedo quitármelo de encima. Busco en el presente lo que formará parte de mí en el futuro. Soy un buen investigador. He conseguido grandes resultados.
Algunos de ellos llevan conmigo ya bastantes años. Otros son recién llegados. Buscando un lugar para quedarse.
Uno de ellos, es D. M. Lo descubrí como se descubre la música, escuchándole, hace ya varios años. Desde entonces ha seguido mis pasos, mis horas y mis silencios. Nunca he podido verle en directo. Nuestros caminos no se han cruzado. Él vive en Canadá. Mi hija mayor también. Hace un tiempo descubrí que D. tenía programado un concierto en solitario en Toronto. Sala pequeña, poca gente, él y su guitarra. Regalo perfecto para mi hija o al menos regalo perfecto para mí que ella recibiría vicariamente. El día en que las entradas se ponían a la venta estaba yo atento a la hora, al minuto y al segundo. No le había dicho nada a ella. Era una sorpresa. Cuando hice click llegó la frustración y la rabia. Nada estaba ya a la venta. Yo estaba allí el primero, seguro, y todo se había desvanecido. Sold out. Dos odiosas e injustas palabras y ninguna explicación que pudiera apaciguarme.
Puse negro sobre blanco mi rabia y mi enfado. Me quejé con amargura por mi regalo perfecto frustrado. Busqué la forma de hacérselo llegar a D. y lo envíe desesperanzado. Me parecía más fácil que llegara a su destino lanzando un mensaje al mar dentro de una botella. Menos de una hora después, asombrosamente, tenía su respuesta. D. me contaba los problemas que habían tenido con la venta, que lo sentía mucho y que me avisaría la próxima vez con tiempo. Mi enfado se convirtió en sorpresa y agradecimiento. Me sentí mejor así, al menos.
Le conté entonces a mi hija todo lo que había pasado: la idea, el regalo, mi frustración, mi rabia y las palabras de consuelo.
Semanas después ella vio a través de las redes un misterioso anuncio sobre una entrevista a D. en Toronto en un pequeño local una tarde de octubre. Nada se sabía y nadie parecía haberse enterado. Allí se fue y en efecto allí estaba D. con su guitarra contestando preguntas e intercalando canciones ante no más de veinte personas. Justicia poética y divina. Fue una conversación larga y tranquila y una decena de canciones para saborear.
Al acabar S. se acercó al pequeño escenario, saludó a D. y le contó mis desventuras con su concierto, las entradas y mi regalo frustrado. D. consiguió agrandar su hueco en mi corazón cuando le propuso a ella mandarme una foto a manera de saludo.
Yo supe entonces como sí que es posible perdonar las mayores ofensas. Y lo hice. Vaya que sí lo hice. El regalo al final llegó a su destino, de la manara más inesperada, como los mejores regalos.
Y yo recibí el mío.

Hoy D.M. publica su nuevo disco. Será un hito, seguro, en mi futuro.
P.D.: 19 de enero de 2023.
Hoy es el día del concierto de D. M. en Toronto. Para hoy era mi regalo. Hoy he recibido un mensaje de mi hija contándome que ayer pudo comprar dos entradas para el concierto de hoy. Una mujer las vendía porque le era imposible ir. (Cómo me gustaría creer que todo estaba ya preparado).
El círculo se ha cerrado. La pequeña historia acaba como yo no imaginé que acabaría. ¿Justicia poética?
Esta historia empezó hablando de música y la música le pone el punto final.
I wish I was there.
Adenda 20 de enero de 2023
Fin